El año pasado había prometido contarles de las ciguas que anidaron en mi níspero pero fui dejando que pasara el tiempo y ahora la triste noticia, aun sea añeja, es que al hacer un asado el humo asfixió a los polluelos. El accidente, que pudo evitarse si el cocinero hubiera hecho caso a mi advertencia, me entristeció muchísimo.
Pero un millón de veces peor que esto ha sido la noticia que leí hace unos días de que nada menos que en el Zoológico las autoridades habían asesinado a varias docenas de lechuzas, víctimas de una aparente desavenencia entre la dirección del parque y un investigador ornitólogo. Es horroroso que aves sanas de especies amenazadas sean exterminadas sin buena razón por una institución cuya misión es precisamente lo contrario, esto es proteger la vida y promover el estudio de la fauna.
El lechuzacidio me recordó la insensibilidad de otras autoridades a principios de los ochenta que pretendían mutilar el Zoológico para ampliar la mina de caliche de la fábrica de cemento estatal y ante las protestas decían no entender por qué a los ciudadanos le preocupaban tanto dos culebras y tres monitos. ¡Barbarazos!
Ya antes he confesado a mis lectores mi persistente afición a la observación de aves.
El asunto comenzó en la secundaria, cuando un grupo de amigos formamos en el colegio un club cuyo propósito original fue ganar una apuesta: demostrar que podíamos participar en un field-day o kermesse y recaudar fondos con una idea aparentemente disparatada. Pero el antecedente era que, como hijo de cazador, desde niño disfrutaba identificando a los pájaros por su canto o su vuelo.
Esta semana a mi níspero regresó una avecilla tan amarilla que parecía una yema de huevo voladora. ¡Fue un encanto volver a verla!
En abril del pasado año me sorprendió el ululoso canto de un rolón aliblanco a una inusual hora: ¡tres y media de la madrugada! Dado que en esta época están apareados o sacando pichones, quizás este rolón llamaba a su pareja ¿Dónde habrá estado a esas horas esa rolona vagabunda? El rolón forma parejas monógamas, y macho y hembra secretan una «leche de buche» para alimentar sus pichones.
La matanza de las lechuzas no debe quedarse impune.
Las excusas publicadas son pueriles e inconsistentes. Las autoridades deben investigar y sancionar ese crimen.