Pablo McKinney no es tan bohemio como se cree

Pablo McKinney no es tan bohemio como se cree

POR MARIVELL CONTRERAS
El está ahí. Casi siempre que lo vemos o está en pantalla o está en el periódico. Es un comunicador consumado que se ha granjeado mucho cariño, mucho respeto y también, hay que decirlo, muchos detractores.

Pero sus acusadores, tal y como él mismo lo ha dejado entrever en más de un Bulevar de la Vida (su columna en El Nacional) no han encontrado otra cosa con que detractarlo que acusarlo de poeta, de iluso y de enamorado del amor.

Nos referimos a Pablo McKinney, por supuesto. El Banilejo. El escritor y periodista. El comentarista de la noticia en radio y televisión, el lector de sus propias columnas en el Mismo Golpe de Jochy Santos. Es él el mismo que fuera sacado de la televisión secuestrada por el gobierno y el mismo que se fue del Listín Diario bajo la presunción de que si no podía estar en el 13 y el 27, mucho menos debía estar en un periódico que guardaba igual condición.

Y es que así como se le ve con su carita de yo no fui y con su actitud de que no mata un mosquito, la verdad es que los que se han visto de frente con él habrán aprendido que detrás de esa aparente pendejura hay un guerrero preparado para cualquier lucha.

Con ese muchacho que escribía crónicas deportivas de los partidos de béisbol amateur en que participaba su papá como manager, con ese carajito que en los años 70s se aficionó a la radio tras ganar el concurso «Una canción a Duarte» y que se estrenó con el programa «El fabuloso ambiente de la música» y que más tarde se convirtió en El especial de noticias junto a Henry Pimentel, en el 1982, es con el que conversamos.

Tras muchas lluvias y muchos cambios, como ese de venir del campo a la ciudad, de formarse y aprender en universidades e instituciones de varios países que lo convirtieron en un ciudadano del mundo (aunque conserve el ombligo en Baní y el alma en cada punto de la República Dominicana), conversamos con Pablo, no Milanés, no Picasso, no Neruda y sin embargo con un poco de los tres.

El hijo del profesor McKinney (guarda celoso la escritura y pronunciación de su apellido) se destaca en la comunicación como información, pero sobre todo con su opinión, que tiene cierto sabor libertario y hasta cuando se contradice lo hace haciendo acopio a su convicción de que lo único que lo ata es su pensamiento y cuando este cambia, simplemente se mueve y expresa –sin rubor, ni temor- su posición.

MC: ¿Cómo y en qué circunstancias descubriste que la comunicación era tu vocación?

Pablo: «Fue cosa de llegar a la capital, trabajar como agrónomo, locutor musical, de noticias, comercial, comentarista y articulista ocasional de El Nacional; corrían los años ochenta, entonces, supe que no había vuelta atrás: Guardé la guitarra, la agronomía y la sociología donde pude, y desde entonces me he negado a hacer cualquier cosa que no tenga que ver con el mundo de la comunicación».

MC: ¿Oírte, leerte es una experiencia extraña, ¿cómo llegas a la conclusión de que la poesía y la música podían servirte de base para hacer opinión pública?

Pablo: «Para opinar, me apoyo más en la sociología y las ciencias políticas que en la poesía, que más bien me sirve de aderezo o gancho para comunicar mejor mis ideas. Claro, no puedo negar que poesía y música me sirven de sustento espiritual e inspiración existencial para escribir, para sobrevivir e incluso para ser feliz. Tanto es así, que me resulta difícil tratar cualquier tema, por serio o grave que sea, sin recurrir a la santa, que es como llamo a la poesía».

MC: ¿La política no es arte para soñadores y sin embargo tú pareces desmentir esa afirmación ¿cómo lo logras?

Pablo: «Separando lo caminos; aunque en la medida en que la política debería ser el arte de servir a los demás, y servir es el sueño de todo hombre de bien, ambos: sueños y política no deben andar muy lejos; no olvides que las grandes realidades de hoy, (desde el Palacio Nacional no se decreta ya la muerte de nadie) alguna vez fueron sólo quimera, y pienso ahora en Orlando Martínez, en marzo de 1975».

NO PUEDEN CON ÉL

Sus enemigos. Los únicos que pueden son los amigos. Ningún político o afectado de un comentario de Pablo tiene suficiente poder para sacarlo de su centro aunque lo intente «Soportar insultos, difamación y calumnias es parte del precio de este oficio».

El que se considera un hombre de preferencias políticas pero sin compromisos partidarios con absolutamente nadie dice que él como Facundo Cabral, «yo bailo con mi canción y no con la que me tocan».

Refiere que «por poco o mucho que uno haya avanzado en la profesión, aquí hay gente que se amarga y se siente vencida por la más mínima y modesta victoria o avance del otro. Son «los derrotados del triunfo ajeno» que dice el maestro Núñez del Risco».

«Además, no todo el mundo tiene, de mi parte, el poder, la licencia para insultarme aunque lo haga, y es que si tú no estás en mis afectos tus insultos no me llegan y te los devuelvo igualitos, como si fueran regalos de ese gurú de «silencio oscuro» del que habla Joaquín Sabina».

CON YOLANDA

La Martínez, Pablo tiene fuertes lazos de amistad, que se han fortalecido a través de las experiencias de trabajo juntos y por supuesto cuando, siendo las caras lindas y los corazones inteligentes de RNN fueron sacado del programa La República e iniciaron el programa De la Semana que él considera como «un éxito de credibilidad, rating y ventas».

Dice que la salida de Yolanda Martínez en nada afectó su amistad y que está muy atento a los preparativos de su nuevo programa del que se confiesa «socio afectivo».

EL PABLO DE LA JOCHETA

Sorprende escuchar, en medio del bullicio del público y los múltiples conductores del programa de Jochy la voz pausada de Pablo, leyendo su columna y otros textos y mucho más que ese segmento haya armonizado con el famoso interactivo y su público.

El comunicador corrobora nuestra percepción y nos dice que la aceptación de El bulevar de la vida en su versión radiofónica a través de El Mismo Golpe «ha sido una de las más agradables sorpresas que he recibido en mi carrera, incluido estos últimos diez años de columnista diario».

«Puede parecer contradictorio, que un programa ligero y eminentemente popular, un programa diseñado fundamentalmente para divertir, para «botar el golpe» y no para la reflexión, reciba con tanto agrado y militancia mi bulevar», explica.

Ha recibido suficientes testimonios como para saber «que para los sectores más populares de la población, no soy el comentarista de radio y televisión, y ni siquiera el columnista diario de El Nacional, sino Pablo, «el del bulevar de Jochy», el papá de las Paola».

TODOS LOS PABLOS

«Todos los Pablo son uno, y son el mismo Pablo, con pocos principios pero intocables, con muchos temores pero luchando; a veces pesimista, pero sin dejar de soñar. Claro, el privilegio de ganarme la vida haciendo lo que amo hace todo más fácil, aunque no podemos olvidar que el homo sapiens es un ser de contradicciones y dudas, no olvidemos a nuestro dilecto Silvio: «la angustia es el precio de ser uno mismo».

Considera que la comunicación, la política y la santa poesía «son o deberían ser instrumentos para lo mismo: para ser y hacer feliz a los demás, desde la información imprescindible para vivir en sociedad, desde la política como el arte de servir a una comunidad, o desde la santa poesía y sus canciones, que son la más pura expresión del genio y el alma humanos».

Más alla de una frase

Vale la pena levantarse… Por las Paola, y ciertos amaneceres con sus abrazos.

Una copa de vino y no de sangre… aunque a veces en esa copa vaya la sangre de una pena.

Mis Paolas son… inspiración, poema, vida, motivo fundamental para siempre seguir o volver a empezar.

El amor, un nombre o todos los… nombres del amor que recuerdo en su nombre.

Entre Sabina y Sabines… elijo la poesía y me quedo con los dos.

Cuando entras a la cocina… recuerdo a mi madre, por las arepitas de yuca que aún me cocina los domingos; y a viejos amores por la ensalada de tuna, y por las pastas al pesto.

Ante quién te quitarías el sombrero… ante un hombre con una vocación de servicio ilimitada, honrado y de trabajo, como mi padre, que a los 81 años puede decir que ha sabido honrar la vida con su ejemplo. En Baní, yo sólo soy el hijo del Profesor McKinney, que es demasiado.

La mejor noticia… La va a publicar don Radha en El Nacional algún día de los inocentes: «en el país ya sólo quedan analfabetos del alma, y pocos».

Soy de Baní, y el sembrahielismo… me encanta, porque me trasporta a la infancia, es decir, al paraíso de la inocencia y al primer amor impertinente, a unos ojos verdetristemar que aún recuerdo.

PABLO, EL DEL BULEVAR DE LA VIDA

Quisimos que Pablo se describiera como un hombre distinto ante cada rol que desempeña. El primero que abordamos y abordó fue el columnista de El Nacional y confesamos que caímos en un gancho, porque sus respuestas en sí mismas tan bien engarzadas daban deseos de dejarla «así», pero entonces el espacio no da y tengo que meterle cuchilla a su texto, como el que mata a una gallina alimentada como mascota.

Empieza diciendo que la «necesidad existencial de escribir ya ha sido diagnosticada por especialistas como una enfermedad. Los griegos decían que quien emigra no es feliz, pero hay quienes afirman que quien necesita escribir constantemente tampoco».

Sostiene que para tener esa necesidad existencial -tan modestamente pagada en el país- debe haber algún grado de insatisfacción con lo establecido y que «uno comienza escribiendo para que lo quieran, y termina sin poder dejar de escribir por querer seguir siendo socialmente útil a través de lo escrito».

Vita brevis

Pablo McKinney estudió sociología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo; Ciencias de la Información, mención Opinión Pública y Cultura de Masas, en la Universidad Complutense de Madrid, y Dirección de Relaciones Públicas en el Instituto de Formación Empresarial, de Madrid, España.

Ha realizado cursos de post grado en Comunicación para el Desarrollo, Relaciones internacionales, Dirección de Comunicación y Economía de Empresa, en Quito, Bogotá, Madrid y Barcelona.

Fue corresponsal itinerante del diario El Siglo, en Madrid, Barcelona, New York y Atlanta.

Ha trabajado en la producción y/o conducción de numerosos programas de radio y televisión. En la actualidad es columnista diario del periódico El Nacional, produce y conduce el programa de televisión De la Semana, junto a Yolanda Martínez, y es comentarista y entrevistador en los programas diarios de radio y televisión: El poder de la Tarde, y Hola Meridiano.

Lleva una firma de asesoría en estrategias de comunicación y relaciones públicas, DIRCOM, y es autor de tres libros de ensayos y periodismo literario: Elogio de la derrota, Por El bulevar de la vida, y El año que vivimos en peligro, diario político y sentimental de una crisis.

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