Pacharán

Pacharán

RAFAEL GONZÁLEZ TIRADO
Despertamos al amanecer, después de haber disfrutado buenas horas de descanso durante la noche en  Constanza. Era una magnifica residencia, no sabíamos de quién, en aquella localidad.  Ni siquiera sabíamos si la prestaban en oportunidades a grupos que hacen cultura o si la Academia la había alquilado por esa noche.

Sé que Bruno Rosario Candelier tiene buenos contactos que le favorecen para proyectar la cultura literaria por todo el país.  Fue nuestra Jornada Poética XIII, que reunía esta vez, a los representantes de la Academia Dominicana de la Lengua con los representantes culturales constanceros que participaron   con su reconocido entusiasmo y ofrecieron su calidad en el arte de las letras.

El síndico del municipio no pudo asistir, por compromisos impostergables;  pero nos aseguró que tan pronto le hayamos entregado el material del desarrollo y las participaciones en la Jornada, el cabildo ordenaría la impresión de un volumen, lo que si no se ha logrado es responsabilidad de la Academia, por estar comprometida en tantas cosas.

En efecto, la Corporación Dominicana es la estimuladora de estas tareas del renacer de la institución lírica, y ya ha celebrado quince eventos: Hato Mayor y San Pedro de Macorís, 3 en cada una; Monte Cristy, Moca, La Vega, una en cada localidad; Santo Domingo, la primera, hace varios años; Higüey, Puerto Plata y San José de Las Matas, una en cada una. A San Juan de la Maguana hemos ido dos veces

Todo esto con poquísimos recursos.        

(El actual presidente de la República nos prometió, en anterior gestión exactamente 2 de mayo del 2000, delante del presidente  de la Real Academia Española, doctor Víctor García de la Concha, un  aumento sustancial).

Nos preparamos  para la partida de  Constanza y nos pusimos a conversar acerca del éxito del acto  y nuestra inquietud por el regreso hacia  Santo Domingo por aquellas carreteras tan descuidadas.  Nos llegó el café, con el aroma y la gracia del servicio de Constanza.

Por la institución dominicana habíamos viajado Rosario Candelier, Víctor Villegas y yo y algunas personas.  Me acompañaban en el viaje mi esposa, su hijo Julito López y la esposa de éste, Loly Guerrero de López.

Entre sorbos de café, se me ocurre preguntar a mi esposa por Pacharán, y me contestó que no sabía quién era.

-¡Anjá! ¿Ahora no sabes quién es Pacharán?  – le contesté.

Su hijo, me miró intrigado.

Proseguimos la “tertulia familiar” sobre diferentes temas, incluido aquel que Eloísa,  de pulgas nada recomendables, se sentía  molesta.  Conoce bien mis jugarretas pero nunca sabe manejarlas.

Es sumamente enojadiza y orgullosa.

La conversación en la intimidad del dormitorio fue muy variada, pero pasábamos nuevamente al tema de Pacharán.  Realmente, yo mismo hacía desviarlo.

-Vamos, en fin, ¿nos acordamos o no nos acordamos? ¿Es cuestión de memoria o de sinceridad? dije. Aquí la cosa subió a un punto neurálgico, vidrioso.  Mi esposa daba la impresión de que quería levantarse de su asiento y yo le advertí:

– Tate,  tate, que a su tiempo todo se sabrá.

– Pero aclárame, por favor.

– Ya va – le respondí  y en pocas palabras:

-Te acuerdas un domingo cuando almorzamos en una cafetería de Madrid, colocada frente a la plaza de Neptuno. Estábamos tu sobrina Ely, tú y yo.  Al finalizar, para ser consecuentes, pedimos un digestivo español: Licor 103.

  El mesero casi hizo saber que no conocía ese licor.  A cambio, le solicitamos un Cointreau, bebida francesa; la conocía pero allá no la tenían. 

Entonces le pedí que me dijera que podían darnos. Me respondió.

– Sólo tenemos Pacharán.

 Tan pronto se descifró mi ocurrencia,  me levanté del borde de la cama, donde estaba sentado, y me propuse salir a averiguar la hora del regreso a la capital.

 Al cerrar la puerta, noté que Julito y Loly  reían de la jugarreta, mientras que Eloísa me miraba con ojos de: “Tú me  la pagas”.

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