¿Paciente, usuario, cliente o fallecido?

¿Paciente, usuario, cliente o fallecido?

Siendo apenas un párvulo de escasos cuatro años, nuestra ferviente católica abuela paterna se empleaba a fondo, a fin de instruirnos y de enseñarnos a rezar el Padre nuestro, el Credo y el Ave María. Hablaba del misterio de las tres divinas personas que siendo Padre, Hijo y Espíritu santo significaban lo mismo. En caso de duda, debíamos aceptar dicha trilogía como un asunto de fe. En la educación primaria, intermedia, secundaria y universitaria me convencieron de que la vida no tenía precio. Sin embargo, a los 23 años, un brillante abogado norteamericano de la ciudad de Chicago, experto en seguros de vida, me señaló en una tabla mágica que como profesional de la medicina yo valía diez millones de dólares.
Con el pasar del tiempo y ya convertido en adulto mayor, George Orwell me induciría con su novela “1984” a aceptar que en ciertos entornos geográficos los antónimos son sinónimos, es decir, la guerra es la paz, el amor es el odio, la mentira es verdad y que se muere para vivir. Llegando al otoño existencial escuché a un colega decir que un político era susceptible de morir a causa de una “sinceritis aguda”. Entonces me vino a la mente, cual rayo que atraviesa las tinieblas, el poema Mi saber: <<Pensaba yo cierto día/que mi saber no era poco;/más deduje que era un loco/en creer que algo sabía./Pues si Sócrates decía/ allá en época pasada,/con modestia no afectada,/solo sé que nada sé/con justa razón diré/ yo ni aún sé que no sé nada>>.
Confundido volví a los clásicos de la Grecia antigua, cuatro siglos antes de la era cristiana, donde me reencontré con Heráclito de Éfeso, quien me sentenció: <<Todo fluye. Todo está en movimiento y nada dura eternamente. Por eso no podemos descender dos veces al mismo río, pues cuando desciendo al río por segunda vez, ni yo ni el río somos los mismos>>.
Seis años continuos de cátedra universitaria nos hipocratizaron haciéndonos jurar devoción eterna al cuidado de los pacientes. De repente, el arte mágico del neoliberalismo convirtió al paciente en usuario y a éste último en cliente, por lo que ya no hay enfermos. Son las aseguradoras de salud quienes dictan sentencias de atenciones y cuidados médicos. Los galenos del siglo XXI son proveedores de servicios, amoldados a guías y protocolos que actualiza una inteligencia artificial con algoritmo de mercado. Aún así, persisten en convencernos de ser culpables de la deshumanización de las atenciones en salud, digamos al estilo de la comedia cubana: <<Los pájaros tirándole a la escopeta>>.
Las redes sociales con su carga virtual de gestos, imágenes, sonidos y letras se encargan de convertir la mentira en verdad y viceversa, reviviendo aquel estribillo de don Ramón de Campoamor: <<Y es que en el mundo traidor nada es verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con se mira>>
Inserto en mi estación otoñal, canto al estilo Johnny Ventura: <<Como cansado buey de carretero/haciendo yunta con su propia vida…>> y me refugio en los cadáveres que hablan y no mienten. Escudriño en sus entrañas, diseco su interior y luego miro hacia fuera. Cierto profesional enredado en Twitter jura que ni el trocar ni el bisturí se posaron en la otrora viva; unos testigos de Instagram lo aseveran. Pero la muerta sin Facebook, en vez de sangre y aire lleva tejido graso en sus pulmones.

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