Pactar «La guerra sin fin»

Pactar «La guerra sin fin»

DIÓMEDES MERCEDES
Para entender la enmarañada situación internacional que abarca a todas las naciones, y prever el futuro; bueno es tener presente que la lucha entre las superpotencias mundiales (URSS, EEUU) que predominó tras la Segunda Guerra Mundial se superpuso a conflictos históricos anteriores e inclusos, que luego han vuelto a erupcionar, resucitando a sus actores antiguos, replanteándonos sus problemas.

Estos se suman a los de la actualidad, creados por el modelo de desarrollo que acentúa la concentración de riquezas, del poder y de la modernidad en unos pocos, extendiendo la dependencia, el subdesarrollo y el hambre por toda la Tierra, haciendo en esta la vida humana más inhumana, violenta e insegura que nunca, con crisis generalizadas que no tienen solución en la naturaleza del orden que las crea, y que nos hacen saber que las naciones no caben dentro del marco de las instituciones que este orden les impone.

Para comprender lo último basta dedicar dos minutos a pensar en el dato ofrecido por los medios de comunicación a mediado del mes de octubre con motivo del Día de la Lucha Contra la Pobreza, según el cual, cada 4 segundos, indiscriminadamente cae muerta una persona por hambre en el mundo. Ninguna guerra concebible puede contabilizar tantas víctimas. ¿Por qué tan poca sensibilidad por ellas? ¿Quiénes o qué, las mata? ¿Quién con poder se inscribe en la cruzada para luchar, invadir y ocupar als bases de este silencioso terrorismo, responsable de este genocidio?

En un mundo así la razón cede al pánico instintivo y colectivo que como se dirá en el futuro caracteriza a las gentes de nuestra época. Este impulso contagioso crea la violencia reactiva, la de los extremistas políticos que se inmolan con la intención de perforar el blindaje de los Estados centrales de la ideología y poder imperial. También es la de quienes buscan sus alternativas individualizando, buscándoselas rápido con todo tipo de corrupción, robos, drogas, asesinatos, etc., procurando una cuota de poder personal necesario y paralelo al que da el status que a sus privilegiados, para vivir estos últimos como aquellos a sus anchas, pero sin alcanzar en perversidad la categoría de los consorcios internacionales, a los que hay que acusar del desbordamiento de sus intereses excluyentes, y sin responsabilidad social, con los que arrasan impersonal, ciega e impunemente con las gentes, a razón de una vida cada 4 segundos hoy. ¿Mañana cuántas? Si nos asumimos detener estas muertes inducidas que llenan la superficie del planeta de tumbas cual sarampión de vidas que se apagan unas aquí, otras allá, y más allá, en distintas partes, una cada 4 segundos.

Los viejos y actuales conflictos de la historia que nos toca administrar, precursores de otros graves acontecimientos que vendrían como acompañantes de las soluciones imperfectas, como son todas aquellas que emanan del poder, que es la capacidad de unos de obligar y someter a otros, desarmándolos, sugiere la instauración del pacto representativo entre las partes en conflicto, como metodología contra las violencias que engendran las soluciones unilaterales alcanzadas con el poder. Esta, para beneficio de las partes, del bien y de la paz de las sociedades y para que el mundo, genere la revolución por una rápida evolución en la coexistencia y mutación de la diversidad, yendo hacia mayores identidades de intereses, culturas y civilizaciones. De no ser así, otra guerra sobrevendrá y otras y otras. Vivirá la humanidad, si sobrevive, en la pesadilla de «La Guerra sin Fin», según el aterrador libro de Michael T. Klare. Evitémoslo.

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