Pacto con jeques tribales permite avance en ataques contra insurgentes en provincia iraquí de Anbar 

Pacto con jeques tribales permite avance en ataques contra insurgentes en provincia iraquí de Anbar 

Por JOHN F. BURNS
The New York Times News Service
RAMADI, Irak —
Los comerciantes sunitas veían con cautela desde detrás de montones de frutas y verduras mientras el teniente general Raymond T. Odierno caminaba con un pelotón de guardaespaldas a través del bazar Qatana aquí una tarde reciente. Al final, un vendedor con el rostro curtido miró furtivamente a uno y otro lado de la estrecha calle para ver quién podría escucharlo y finalmente rompió el silencio.   «íEstados Unidos bueno! íAl Qaeda malo!», dijo en un inglés entrecortado, mostrando el pulgar hacia arriba en dirección del comandante de segundo rango más alto de Estados Unidos en Irak.

Hasta hace sólo unos meses, el bazar de la Calle Central era territorio enemigo, observado por soldados estadounidenses armados con ametralladoras situados en búnkers de sacos de arena en la azotea del edificio del gobernador al otro lado de la avenida. Ramadi era la ciudad más peligrosa de Irak, y el área en torno al edificio el sitio más peligroso en Ramadi.

Ahora, un pacto entre jeques tribales locales y comandantes estadounidenses ha enviado a miles de jóvenes iraquíes de la provincia de Anbar a combatir contra los extremistas vinculados con Al Qaeda en Mesopotamia. El acuerdo casi ha puesto fin a los combates en Ramadi y reproyctado a la ciudad como un símbolo de esperanza de que la olea de la guerra podría aún revertirse en favor de los estadounidenses y sus aliados iraquíes.

En un discurso hace 10 días ante el Colegio de Guerra Naval en Newport, Rhode Island, el Presidente George W. Bush citó el cambio de la situación aquí y en otras partes de la provincia de Anbar, un vasto desierto interior que representa casi una tercera pate de Irak, como una razón para resistir las demandas de los demócratas en el Congreso de una temprana retirada de las tropas estadounidenses. Pero el discurso de Bush enmascaró algunos de los interrogantes cruciales que aún enfrentan los comandantes estadounidenses.   Dos factores que han llevado al asombroro éxito en Anbar — el dominio de los sunitas de la provincia y la naturaleza de su enemigo aquí — pudieran tener el efecto contrario en otras partes, especialmente en Bagdad. Ahí la población es una mezcla explosiva de sectas, en vez de en gran medida sunita. Y la lucha de los sunitas — explícitamente, en el caso de muchos de los nuevos voluntarios — no es contra los extremistas vinculados con Al Qaeda, sino finalmente contra la presencia estadounidense aquí, y más allá de los estadounidenses, el nuevo poder de la mayoría chiita.



   El cambio de la situación en Anbar se desarrolló justo cuando Bush estaba comprometiendo a casi 30,000 tropas estadounidenses adicionales con Irak en un esfuerzo por recuperar el control de Bagdad y las áreas circundantes. El llamado aumento de tropas cobró total fuerza a mediados de enero, y los resultados hasta ahora han sido confusos. En cualquier caso, el Pentágono ha dicho a los comandantes estadounidenses que sólo puede mantenerse hasta marzo próximo, cuando mucho.   Esto ha dejado a los comandantes analizando la situación más allá del fin del aumento de tropas, hasta un punto en que la trayectoria de la guerra, cada vez más, será determinada por las decisiones que los propios iraquíes tomen.

Por ello el interrogante es si la experiencia de Anbar puede ser «exportada» a otras zonas de combate, como sugirió Bush, armando a fuerzas de seguridad locales basadas en tribus y reclutando a miles de jóvenes sunitas, incluidos ex miembros de los grupos insurgentes baathistas, en el ejército y la fuerza policial de Irak.   ¿O lo que ha sucedido aquí sólo es posible debido a la demografía de Anbar? ¿Los jeques locales pueden unirse contra los grupos extremistas porque la población de Anbar de 1.3 millones de habitantes es casi totalmente sunita; una población que no tiene que proteger la unidad sunita ante las milicias y escuadrones de la muerte chiitas que han surgido en Bagdad y otras provincias en respuesta a los ataques extremistas sunitas?

Y hay que considerar las complejidades de la política de Bagdad. El Primer Ministro Nouri Kamal al-Maliki, que encabeza el gobierno nacional dominado por chiitas, ha respaldado el involucramiento tribal en Anbar como una forma de fortalecer a moderados sunitas contra los extremistas sunitas ahí. Pero ha advertido que imitar el patrón en otras partes sería entregar armas a las milicias sunitas para que las usen en una guerra civil contra los chiitas.   Fue en busca de algunas respuestas a estas preguntas que Odierno, el comandante operacional de las fuerzas de coalición en Irak, hizo su viaje a Ramadi. Voló los 144 kilómetros desde Bagdad en uno de cuatro helicópteros que volaron bajo sobre una extensión dorada y verde de campos de granos cosechados, canales de irrigación y huertos de palmeras; terreno fértiol conocido en el mundo antiguo como Mesopotamia, la tierra entre los ríos Tigris y Eufrates.

En los campos, los hombres montaban tractores y los niños jugaban a lo largo de senderos rara vez molestándose en mirar hacia arriba mientras los dos helicópteros de transporte Black Hawk y sus escoltas armados Apache sobrevolaban haciendo estruendo. Anbar ha sido una zona de guerra durante ya cuatro años, y los estadounidenses son tanto parte de la vida ahí como el sofocante calor del verano.

Ramadi, que se sitúa en el extremo de un desierto que se extiende al oeste de la ciudad hasta Arabia Saudita, Jordania y Siria, tenía una población de 400,000 habitantes en la era de Saddam Hussein. Eso fue antes de que los insurgentes — una combinación de militantes de Al Qaeda, fieles intransigentes al gobernante Partido Baath de Saddam Hussein y otros grupos de la resistencia que combaten para expulsar a las fuerzas estadounidenses de Irak — se unieran en una campaña de terror que convirtió a gran parte de la ciudad en un pueblo fantasma, y a gran parte de Anbar en un caldero para las tropas estadounidenses.

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