Pacto del gasto público

Pacto del gasto público

Ahora que concitamos a pactos, conviene considerar la suscripción de uno que aluda al gasto público. Esta figura ha requerido un pacto desde años ha. Días hubo en que el gasto público entrañaba una relación de 65/35 entre el gasto de capital y el gasto corriente. (A esta partición se le atribuían los reinantes grados de corrupción existentes por la época. Ocurre, no obstante, que la corrupción era menos rampante que ahora). Además, el gasto de capital se encontraba exactamente definido.

Gastos de capital comprendía toda forma de inversión en infraestructura social, infraestructura de dominio público, gastos sociales (con algunas excepciones) y pago de capital de deuda pública. Gastos corrientes comprendía la cuenta de personal fijo y nominal (por entonces no existían ni nominillas ni barriles), inversiones corrientes y pago de intereses de deuda pública.

No se le echaba abono a la cuenta de personal. Por ello, tal vez, no crecía sola en ningún sentido, ni como valor total dentro del gasto corriente ni como individualidad como parte de la burocracia. No eran, por supuesto, días mejores que los de hoy. Por entonces no íbamos pa’lante. Inverosímilmente, una buena mayoría tuvo por aquella época la sensación de que había desarrollo.

Nada es eterno y menos una época tal. De manera que se llegó felizmente a los tiempos en que el gasto público se soltó del mismo modo en que, en la francachela, se grita “¡se soltó el loco!” Y con la cooperación y ayuda de organismos multilaterales, en efecto, ¡se soltó el loco! Para que los estragos no engendrasen desafueros sociales, los desequilibrios fiscales fueron cubiertos. Primero por vales de tesorería que comenzaron a tener efecto sobre el costo de la vida. Más tarde, por necesidad vital, con financiamiento interno y externo.

Hoy no caben ni los 4% del producto interno bruto para la educación ni los 10% del Presupuesto de Ingresos y Ley de Gastos Públicos para los Ayuntamientos. Porque la presión tributaria, más rica en términos reales que en el ayer, es infinitamente más pobre por la calidad del gasto. No caben, por supuesto, muchas otras inversiones y desempeños públicos, por lo cual se impone contratar empréstitos en el exterior. Y contar con formas especiales de financiamiento local contratando bienes y servicios y posponiendo pagos.

Por eso el pacto. Un pacto que amarre al gasto público, no con soga de henequén, sino con cadenas. Para que el dispendio, que es padre del desequilibrio y abuelo de toda forma de faltante de recursos, no sea característico del gasto público.

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