Pacto reformista de no agresión

Pacto reformista de no agresión

Las avenencias en todas las guerras suelen estar precedidas de algún género de pacto de no agresión o cese de hostilidades. Es lo que, como primer paso, deberíamos procurar reformistas dadas las aportaciones del reformismo a la nación y dado que su vía ordinaria de postulación, el PRSC, se encuentra nuevamente enfrascado en conflictos internos y judicializados; quién sabe si acicateado por intenciones ocultas de seguir azuzándolos para entretenerlo en luchas intestinas y evitar su reposicionamiento.
El cese de hostilidades por vía de agresiones verbales, propuestas absurdas y judicialización de conflictos, constituye requisito para alcanzar eventuales entendimientos posteriores, so pena de ser víctima del despropósito de sepultar una de las fuerzas políticas que ha hecho grandes aportaciones a nuestro desarrollo; sepultamiento que convertiría sus protagonistas en sepultureros.
La impronta reformista tiene huellas en una tercera parte de la población, según evidencian encuestas. Se encuentra refugiada en otras agrupaciones en espera del clarín llamando al combate. Constituye una presa codiciada por los demás partidos del sistema. Pero su ortodoxia de gestión gubernamental ha pasado a convertirse en heterodoxia por la ortodoxia de partidos dominantes por más de dos décadas abanderados dentro de una estatización que anula la capacidad de emprendimiento procurante de una economía pensada en la producción nacional, una sociedad respetuosa de la dignidad humana y del pluralismo social.
Los resultados de años de dominación estatizante no pueden ocultarse: inseguridad, insuficiente producción, déficits, endeudamiento, desorden institucional, corrupción, desempleo, informalidad, delincuencia, servicios precarios, depredación ambiental, caos territorial, descontrol migratorio, tráfico de ilegalidades, autoridades insensibles, carentes de responsabilidad.
Mientras, la nación sufre. Su masa silente y clase media sufre sobrecargos impositivos sin la contraprestación de servicios de seguridad, salud, educación, transporte, etc; pobres e indigentes hipotecan su dignidad a cambio de bonos canjeables por votos; agentes económicos sufren amenazas de una corporación gubernamental que se enriquece mediante comisiones y exigencias de participación propietaria en iniciativas particulares.
Y aspira y espera otro esquema de gobierno, otros criterios en el accionar público basados en el respeto a una sociedad pluralista contrapuesta a la absolutista, democracia perfectible en lugar de “dictaduralizarla”, economía incentivada fiscalmente e infraestructura adecuada para producir y proveer puestos de trabajo, superando la pobreza en lugar de mitigarla un Estado hipertrofiado en burocracia y subsidios.
Esto, parte del credo reformista, se puede repostular llegando a cierto grado de entendimiento expresado mediante estructuración de un discurso opositor, denunciante de problemas y malos accionares públicos, propuestas compatibles con nuestra esencia y experiencia, presencia en barrios y campos para ser portavoces de penurias comunitarias; requiere, como punto de partida, un pacto de no agresión entre reformistas.

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