Padre Fantino Falco: sacerdote, maestro y filántropo recordado y venerado en el país

Padre Fantino Falco: sacerdote, maestro y filántropo recordado y venerado en el país

POR ÁNGELA PEÑA
«Yo aprendí a querer y admirar al Padre Fantino desde mi niñez por la fama de Santo Varón que gozaba en La Vega, donde discurrió mi infancia. Ese sentimiento creció conmigo y se fue acrecentando cuando acompañaba a mi madre a las misas que se celebraban en la vetusta iglesia del Santo Cerro, durante unas vacaciones escolares que nuestra familia disfrutó allí, donde también tuve la oportunidad de confesarme y recibir la comunión de las manos del Padre Fantino».

El escritor y periodista Eliseo de Peña Durán ofreció este testimonio en su libro El Padre Santo del Santo Cerro, primer premio del Certamen Literario de la Sociedad Padre Fantino, de La Vega, celebrado en 1972. En la obra, el ex director del periódico El Universitario ofrece una de las más completas biografías del sacerdote italiano, cuyo nombre lleva una transitada calle de Santo Domingo, que algunos llaman simplemente «Fantino Falco», tal como aparece en algunos de sus rótulos. Otros tienen antepuesta la condición religiosa del activo maestro, filántropo y apóstol, hacia cuya tumba acuden numerosos peregrinos para besar la lápida que cubre sus despojos, según afirmó el consagrado fantinista Ramón S. Cosme.

En realidad, la vía que reconoce al sobresaliente predicador se llamó «Padre Fantino Falco» desde el treinta de junio de 1967, cuando el Ayuntamiento del Distrito Nacional atendió una solicitud de monseñor Eliseo Pérez Sánchez, Vicario General de la Arquidiócesis de Santo Domingo, y denominó de este modo la antigua calle 20 del ensanche Naco.

«Si durante la vida terrenal el Padre Fantino derramó su caridad ardiente como lluvia benéfica sobre las almas, con cuanta más razón ahora envuelto entre los resplandores de la luz beatífica», añadía Cosme en su presentación, agregando que «Llegó a La Vega en los días calamitosos en que las guerras civiles devastaban el país y, sin pensar en el peligro se lanzó a evangelizar los campos veganos». Su mano pródiga «se extendía hasta los hogares indigentes, y las aulas de sus colegios amparaban a los niños huérfanos carentes de pan y de instrucción. Dar era el secreto de su grandeza. Daba la ropa, la instrucción, daba lechos a incontables peregrinos, daba dinero, todo el que por sus manos blancas y sedosas pasaban de tránsito rápido. Daba paz con el consuelo. Daba amor cristiano a los extraviados. Daba dirección moral. Daba fe en la vida. Daba esperanza».

FANTINO FALCO EN SANTO DOMINGO

Tan pronto como recibió su graduación eminentísima, refiere De Peña Durán, a Fantino Falco le entró la inquietud apostólica y se echó a navegar por tierras desconocidas, como los primitivos iluminados del Evangelio. En 1897 vino a América, enviado desde Roma a Caracas, Venezuela, a cooperar con los padres Paúles.

De paso por Curazao, agrega, un encuentro fortuito lo hizo variar sus planes de viajar a México. Allí entabló amistad con dos exiliados políticos dominicanos, Felipe Cartagena Hinojosa y el general Damián Báez, «quienes se disponían regresar a la patria tras la caída del tirano Ulises Heureaux y que convencieron al Padre Fantino venir con ellos a Santo Domingo». El ocho de noviembre de 1899 arribó al puerto en la goleta «Leonor». Al día siguiente el Arzobispo Meriño le extendió licencia para predicar y confesar en la Arquidiócesis. Luego fue enviado a San Pedro de Macorís para ayudar al padre Luciani, fundador del hospital San Antonio de aquella ciudad. La situación económica de ambos curas era tan precaria que apenas tenían con que comer lo que desesperó a Fantino por lo que escribió a Meriño manifestándole su deseo de volver a Venezuela. Entonces el Arzobispo lo designó vicerrector del Seminario y director de la escuela anexa al mismo.

En la capital, observa Eliseo de Peña, «el Padre Fantino adquirió fama de buen predicador, de excelente maestro, sacerdote de espíritu noble y místico. Pero poco había de durar esta oportunidad. Víctima de la intriga que se teje en todo conglomerado, fue enviado el 16 de febrero de 1903 a Montecristi para regentar interinamente aquella provincia». Pese a las precariedades, «consiguió levantar el perdido espíritu religioso de la comunidad que, según su antecesor, se hallaba en una crisis espantosa».

PARA LA VEGA

Por invitación de un grupo de veganos deseosos de fundar un colegio para elevar el nivel de la educación, el Padre Fantino llegó a esa ciudad en agosto de 1903. Algunos historiadores, anota Eliseo de Peña, han dicho que el motivo de llevarlo a La Vega era enfrentar la idea de la educación laica traída al país en 1900 por Eugenio María de Hostos. «Lo que sí es cierto es que el Padre Nouel sugería constantemente la fundación de «un buen colegio cristiano» y hasta llegó a sugerir a monseñor Meriño que utilizara para ello a Fantino».

Al llegar a aquella comunidad, el religioso italiano abrió una escuelita con veinte alumnos que creció rápidamente, adquirió categoría de colegio y fue trasladada al lugar donde hoy está el Colegio Inmaculada Concepción. El uno de septiembre de 1903 fue inaugurado el colegio San Sebastián bajo la dirección del Padre Francisco Fantino Falco, con el patrocinio de personas pudientes de la localidad y una subvención de cincuenta pesos asignada por el Ayuntamiento Municipal a cambio de veinticinco becas para niños pobres. Abarcaba la enseñanza elemental y la secundaria y se impartía religión, moral, francés, música, gimnasia. Entre los profesores gratuitos estuvieron el canónigo Adolfo Nouel, Alfredo Scaroina, Arístides García Mella, Federico García Godoy, Manuel Ubaldo Gómez.

Al mismo tiempo, el Padre Fantino fundó el Asilo y Escuela Elemental San Vicente de Paúl, al frente del cual puso a las Hermanas de la Caridad. Mientras el colegio San Sebastián se convertía «en un bastión de la enseñanza en el país», observa de Peña, el Padre Fantino adquiría cada día mayor prestigio y fama como predicador de grandes dotes. De todas partes afluían los fieles a oír sus misas, a buscar consejos, a procurar ayuda espiritual y material.

Fantino volvió a Italia en 1910, con motivo de la muerte de su última hermana y a visitar a su madre anciana y enferma y a los dos meses retornó a La Vega reiniciando con ahínco su obra educativa y religiosa. En 1927 entregó el Colegio y se trasladó al Santo Cerro done fundó el Colegio Padre Las Casas y estableció la Venerable Orden Tercera Franciscana, cuyo hábito vistió desde entonces haciendo voto de pobreza. Allí reedificó el santuario de Nuestra Señora de las Mercedes, logró que se instalara el alumbrado eléctrico en el Cerro, hizo construir tres aljibes y varios tanques para el suministro de agua a la población.

Además de su eficaz labor en los lugares mencionados, fue cura párroco de Jarabacoa, capellán del Santo Cerro, Canónigo Honorario de la Santa Basílica, Cura de la parroquia San Antonio, de Bonao, de la San Juan Evangelista, de Salcedo y fue confesor ordinario de casi todas las monjas de las diferentes ordenes religiosas existentes entonces en la República.

Recibió innÚmeras distinciones eclesiásticas y civiles y en 1935 el Gobierno Dominicano le otorgó la Orden del Mérito Juan Pablo Duarte, mientras que el 16 de noviembre de 1938 fue honrado por el Papa Pío XI como Prelado Doméstico, con derecho al uso de Monseñor. Estos homenajes, empero, no tenían para él significación alguna, observa Eliseo de Peña. Cuando se le anunció que sería titulado Monseñor, reaccionó: «Yo le agradezco, señor Arzobispo, toda esa atención, pero le suplico que no se acuerde de mí para nada de eso. Este pobre viejo no se merece esas cosas ni le cae bien el título de Monseñor». En 1935, cuando lo distinguió el Gobierno, balbuceó: «Por Dios ¿a qué se debe todo esto? Yo no he hecho nada heroico para merecer esta distinción».

FRANCISCO FANTINO FALCO

Nació el 16 de mayo de 1867 en un pueblo de Italia llamado Borgo de San Dalmacio, hijo de Francisco Fantino y Clara Falco. Cursó estudios en el Seminario de la Diócesis de Cuneo. En la Universidad Pontificia de San Apolinar, en Roma, estudió Teología. En 1896 recibió su primera Tonsura Clerical, el Subdiaconado, el Diaconado y la Ordenación de Presbítero de la Basílica Lateranense. Celebró su primera misa el día de Navidad. El ocho de julio de 1897 obtuvo el grado de Doctor en Teología.

El 17 de marzo de 1937, el Padre Fantino sufrió un accidente automovilístico en el que estuvo a punto de perder la vida, cuando viajaba hacia Santo Domingo a los funerales del padre Francisco de Castro. Recibió varias heridas y le afectó la vista.

Dos años después, mientras celebraba misa sufrió un desmayo y al ser llevado a la clínica San Antonio, de San Pedro de Macorís, quiso negarse diciendo: «Pero hermano, cómo voy a ir tan lejos si no tengo nada preparado y va a ser todo inútil, porque me voy a morir». El cuatro de julio de 1939 falleció de un síncope cardíaco.

Escribe Eliseo de Peña Durán: «Después de la muerte del Padre Fantino surgió espontáneo en todo el país un culto religioso extraordinario hacia su venerable personalidad».

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