Padre Jesús Hernández
Crónica de un cura incansable

<STRONG>Padre Jesús Hernández</STRONG> <BR>Crónica de un cura incansable

Al padre Jesús Hernández, que tan valios os servicios ha ofrecido a los dominicanos en su Biblioteca Antillense Salesiana, le ordenaron salir de la República y no pudo oponer resistencia: sufrió un accidente grave, quedó inconsciente más de media hora.

Dormía la siesta cuando el sonido de su móvil lo despertó pero al ir a contestar no le salió la voz y no supo más de él. Cayó al suelo y con el impacto recibió una herida en la cabeza, desangrándose. Solo, en su habitación, perdió esfínteres, conocimiento, todo.

“No sé cuando desperté, el doctor dice que no pudo ser más de media hora porque no lo estuviese contando”, narra. Al reaccionar llamó a un compañero y éste a la enfermera. Le llevaron a una clínica, lo suturaron y dejaron interno para hidratarlo y hacerle análisis de laboratorio que revelaron una salud perfecta.

Sin embargo, su amiga Virgina Serrano no quedó satisfecha con los resultados y lo llevó a su cardiólogo que le repitió estudios, le hizo prueba de esfuerzo, electrocardiograma, le colocó un “halter” por 24 horas y no apareció, tampoco, “ninguna muestra de deficiencia”.

Empero, no hace mucho que el buen padre recibió otra embestida en su activo cuerpo al desplomarse en el púlpito pronunciando la homilía. Entonces se determinó que la caída era el efecto emocional de un mal rato pasado en Aduanas al procurar unos libros. 

Ahora el diagnóstico fue: “Tremendo ataque de cansancio”. “Creo que nací de nuevo”, reacciona este cura incansable que a sus 80 años se entrega al trabajo como un mozalbete excepcionalmente cumplidor.

“Cada año tomo un mes para retirarme a España pero ahora ni voy espontáneamente ni por un mes, los hermanos me han dicho: vete por un tiempo”, refiere. Le sustituye el padre Fernando Yordy. Los amigos se alarmaron al recibir en sus correos electrónicos un mensaje  del cura despidiéndose, no obstante, compró pasaje de ida y vuelta.

Pero el itinerario que lleva no demuestra que descansará. El distinguido escritor, filósofo, maestro, es hiperactivo. No estará quieto en Castilruiz, un pueblecito de la provincia de Soria, Castilla la Vieja, donde se reunirán los ocho hermanos, entre  ellos tres que también son religiosas. Aunque confiesa estar tan cansado que ya a las cinco de la tarde “ni respira” por lo que celebra misa de las seis y se va a la terraza a mirar el cielo, “Chuby”, como le llaman con afecto, lleva un programa  que contradice el deseo de sus compañeros,  reiterativos en aconsejarle: “¡Vete a descansar!”.

“Lo que me causó todo esto fue un impacto fuerte de la exposición de nuevos libros adquiridos, todos de filosofía”, manifiesta el apasionado de esa materia que impartió durante 30 años en España, luego en Cuba, Puerto Rico, México y la Madre y Maestra y que a pesar de su doctorado prefiere leer un libro sobre San Pablo que de Aristóteles.

Retiro con agenda

Está contando el percance y la travesía y no se sienta ni para de ir de uno a otro lado. Hubo que esperarlo pues firmaba un contrato con la Lotería para una asignación, pequeña comparada con la inmensidad de su obra que alimenta de conocimientos a la comunidad de Don Bosco y al país.

En la víspera tradujo del italiano al español una revista sobre Juana de Arco y gracias a Dios le dio a imprimir porque no la salvó y se borró. Así está su mente pero antes de partir, en solo un día consultó  los médicos, se practicó nuevos análisis, retiró cobros de la fotocopiadora, puso en memoria una lista de libros “por si lo consultan”, arregló cuentas en bancos, pagó en euros seis facturas, solicitó 300 títulos en la Universidad de La Habana de la que fue alumno hace más de medio siglo, revisó catálogos en Internet, tradujo al castellano la revista “María Auxiliadora”…

Sólo le faltaba ir a la barbería, comunicó, pues dejaba para tarde y noche completar el calendario de su viaje: llenar una libreta con direcciones  y teléfonos, revisar lo que haría en Zaragoza con la comunidad, ver al Provincial en Valencia, visitar la “Procura Misionera” en Madrid, saludar a los salesianos de Barcelona, llenar la memoria portátil. Al pasar por Zaragoza compraría libros para poder leer “pues no llevo nada de aquí”…

-¿Y va a descansar? “Sí. Escribiré siete artículos sobre San Pablo pues estaré en un pinar tranquilo, un lugar cautivador, desierto, alejado de los ruidos”, contesta.

 -¿Y se va a poner a escribir?- “Sí. Y seré párroco de los lugareños, celebraré misa todos los días y subiré a las montañas”.

Este inagotable religioso que de forma tan asombrosa ha enriquecido la Biblioteca que administra, controla, de la que lleva el presupuesto,  es tesorero,  servidor de los usuarios, mensajero, chofer, dice que se anima a hacerlo todo porque si no hace nada, moriría. Se le replica que ya la Antillense camina sola y responde: “Pero debe desarrollarse, tengo fuerzas para seguir”. Juana de Arco le inspira con la frase: “Hay que dar la batalla para que Dios conceda la victoria” y la victoria, comenta, “es tener los libros, escribir y responder miles de cartas, buscar recursos, hacer visitas a veces negativas…”.

-¿Este accidente no le ha dejado una lección?- “Que no debo agotarme, que cada cosa tiene su momento y que no puedo matarme. Pero es que se acumulan tantas cosas…”.

Trabajador enfermizo, justifica la adversidad con que “quizá fue una mala digestión” y aunque le sacaron por la fuerza de tanto ajetreo para que repose, anuncia: “Estaré charlando, escribiendo… Lamento que no voy a tener computadora pero hay una en el Ayuntamiento, después de misa veré que está pasando en República Dominicana y enviaré algunos e-mails…”.

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