Padre Montesino pronunció el histórico sermón de Adviento en defensa de indígenas

<p>Padre Montesino pronunció el histórico sermón de Adviento en defensa de indígenas</p>

POR ÁNGELA PEÑA     
El orador fogoso y de enérgico valor estremeció el púlpito del rústico templo que era entonces la hoy Catedral Primada. En la misa estaban presentes las principales autoridades de La Española, desde el virrey Diego Colón y Oficiales Reales hasta el más encumbrado encomendero. Fray Antón de Montesino no escribió el texto que se aprestaba a leer pero fue escogido para pronunciarlo porque, de los miembros de la resoluta Orden de los Dominicos establecida en Santo Domingo “ninguno fue dotado de tanta elocuencia ni poseyó en grado tan eminente el don de comunicar a su predicación grandeza inusitada”.

Era de los integrantes de aquella pequeña comunidad religiosa dispuesta a hablar en favor de la humanización del indio, a nombre de la justicia escarnecida. Fray Pedro de Córdoba, Superior de la expedición misionera, redactó el memorable trabajo que fue  aprobado y firmado por sus compañeros escandalizados por los horrorosos actos de crueldad cometidos por los Conquistadores contra el aborigen. Pero fue Montesino el señalado para exponer la protesta contra el sufrimiento y el hambre, la falta de atención, los castigos y sangrientas represalias contra los indígenas y sus mujeres ultrajadas.

Si en Montesino recayó por consenso unánime la elección comprometedora “fue, sin duda, porque aquel grupo de religiosos le sabía dotado del género de elocuencia necesario para aquella lid entre la humanidad y la codicia, entre el  poder militar y la palabra indefensa”, considera Joaquín Balaguer en su Literatura Dominicana.

El orador  tomó como tema de su prédica el evangelio de San Lucas, “Ego sum vox clamantis in deserto”.  “Me he subido aquí que soy voz de Cristo en el desierto desta isla, y por tanto, conviene que con atención, no con cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más responsable y peligrosa que jamás no pensasteis oír”, anunció Montesino y a continuación comenzó a interpelar a las autoridades.

“¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, sin dalles de comer ni curallos en su enfermedad, que de los excesivos trabajos que les dáis incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen  ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto que, en el estado en que estáis, no os podéis más salvar que los moros o los turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”, tronó el cura.

El historiador fray Vicente Rubio escribió que “la reacción de las autoridades y de los encomenderos fue enconada, rabiosa y rebosante de indignación. Ese 21 de diciembre de 1511, IV Domingo de Adviento, se inmortalizó el Padre Montesino. Su valentía y su elocuencia le han merecido estatuas, retratos, escuelas, salones con su nombre y una callecita en la Zona Universitaria que contrasta con el descomunal monumento con su efigie levantado en el puerto de Santo Domingo simbolizando su grito contra  el abuso.

 

“Con la frente en alto”

Raymundo González, historiador, académico, conocedor profundo de los acontecimientos del Descubrimiento y la colonización, refiere que Montesino y sus compañeros de orden estuvieron a punto de ser expulsados de la Isla a causa del célebre sermón. “Fue a él a quien se dirigieron las autoridades para pedirle que se retractara”. El domingo siguiente Montesino se enfrentó de nuevo al auditorio y tras una breve salutación se valió del texto de Job, “Aguántame un poco y te enseñaré todavía más razones a favor de Dios”, para “explanarlo en pro de los miserables indígenas con nuevos y más fuertes argumentos”, apunta Rubio.

Basándose en el cronista Bartolomé de Las Casas, comenta Raymundo González que Montesino “bajó del púlpito con la frente en alto, lo que era todavía un desafío más grande, pues en ese momento si una autoridad te reprendía, la mejor forma de aceptar la reprensión era bajando la cabeza, y él no lo hizo”.

El catedrático y subdirector del Archivo General de La Nación entiende que los homenajes que la posteridad ha rendido a Montesino representan “una forma de llegar al Sermón, no quedarse sólo en la persona, indagar más y darse cuenta de que detrás de esa voz potente, ronca, como dice Las Casas, había todo un planteamiento político, filosófico, jurídico, que tuvo eco en España. El escándalo que el sermón produjo en Santo Domingo fue primero incomprendido en la Metrópoli, pero allí, cuando Montesino va y explica, la situación cambia y aparece una corriente humanística que ya estaba presente en España pero que va a tomar ahora un giro radical en la defensa del indio, y esto es lo que da lugar al desarrollo de la Escuela de Salamanca”.

Para González, el Sermón de Adviento “es el documento más importante que se ha producido en América hasta el día de hoy, es el documento en defensa de la dignidad del hombre americano”. Ese día, para subir al púlpito, el ardoroso fraile apenas había tenido por comida una sopa de hierba con casabe.

Raymundo González expresa que ese no fue el único mérito de Montesino, aunque fue el que le dio fama.  Recuerda que fue él quien se preocupó por la terminación del Convento de los Dominicos, tras la muerte de Fray Pedro de Córdoba, y que además nunca abandonó su labor evangelizadora ni la lucha contra el indio, lo que casi le cuesta la vida en la persecución desatada contra los provenientes de las Indias Lucayas para ser esclavizados.  Dispuso que los dominicos acompañaran a las armadas que salían a la caza de aborígenes.

 

Murió envenenado

El padre Antonio Montesino hizo su profesión como religioso dominico en el convento de esta Orden en la ciudad de Salamanca, el 1 de julio de 1502, anota fray Vicente Rubio. En 1509 concluyó sus estudios de teología en el Convento de Santo Tomás de Ávila. En agosto de 1510 salió hacia la Isla Española junto a los frailes Pedro de Córdoba, Bernardo de Santo Domingo y el hermano fray Domingo de Villamayor, arribando al puerto del Ozama  a finales de septiembre de 1510.

Realizó viajes de cristianización por Venezuela y enfermó gravemente en Puerto Rico por lo que retornó a Santo Domingo, tomando parte en la llamada Junta de Santo Domingo, que permitió que los indios “sufrieran menos al ahorrarles las amarguras y dolores que cada repartimiento les traía consigo. Montesino votó a favor de la perpetuidad de las encomiendas”, para disgusto del Padre Córdoba.

En 1515 Montesino volvió a España a reponer su quebrantada salud, regresando dos años después. A la muerte de Córdoba, el 4 de mayo de 1521, le sucede como viceprovincial de los dominicos en las Antillas. Además de proponerse la construcción del templo, trajo otros seis religiosos para que se dedicaran a estudiar y predicar y, por otro lado, levantó el convento de la orden en San Juan de Puerto Rico.

Al expirar su mandato como viceprovincial marchó en calidad de capellán a las costas norteamericanas, “más arriba de la península de La Florida”. La expedición naufragó a vista de la costa de Puerto Plata “y estuvieron a punto de ahogarse”. Montesino entonces se encamina hacia Francia donde se celebraría el Capítulo o Asamblea General de los Dominicos pero antes de llegar a su destino fray Tomás de Berlanga, el nuevo viceprovincial, que le acompañaba, falleció de repente, por lo que regresó a España. Montesino realizó otros viajes en gestiones de la Orden de Predicadores.

“Del año 1532 es el último documento, que se  conozca, del padre Montesino. Le sitúa en Rota, provincia de Cádiz, España, donde estaba el puerto de embarque de todos los que marchaban a las indias. Ejercía el cargo de examinador de los frailes dominicos que deseaban cruzar el Océano”, afirma fray Vicente Rubio.

Se dice que el padre Montesino fue envenenado posteriormente en Venezuela “porque allí se opuso enérgicamente a las tropelías que cometían con los nativos de aquella provincia”.  Rubio concluye su trabajo sobre el ilustre dominico con este comentario: “Es todo cuanto puede decirse acerca de su supuesto martirio. Pero no dudo yo que Dios le habrá dado su gloria”.

 

La calle

Es apenas una cuadra que va de la Respaldo Paseo de los Médicos a la José Contreras. ¿Es justo este homenaje?, se pregunta a Raymundo González. “Que esté en el callejero de Santo Domingo es ya merecido, desde luego, uno quisiera ver a los personajes importantes, los que más aportes han hecho, sobre todo en una materia que hoy tiene vigencia, como son los Derechos Humanos, con una calle más transitada, más conocida, para que la gente se pregunte quién es, qué hizo, entonces va a caer inmediatamente en la cuestión de la defensa de los derechos de los más pobres”.

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