Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen

Acudir diariamente a un gigantesco supermercado con el propósito de caminar en un espacio seguro, espacioso, pulcro, aireacondicionado, custodiado por decenas de miembros de equipos de seguridad, representa un regalo invaluable.

Yo lo aprovecho al máximo. Diariamente realizo ocho, diez o doce vueltas alrededor del brillante inmueble, usualmente sin detenerme ni alterar el paso que me he propuesto llevar.

Ocasionalmente acontece que surge alguien, tan valioso en viejo afecto o en respeto a sus conocimientos –científicos o, mejor aún, humanos– que me obliga a detener mi caminar incesante.

Me he tropezado con un esbelto caballero, de elegantes canas, bigote y barba, que me pone el tema de Pedro Santana, a quien he calificado recientemente de “difícil personaje” de nuestra historia.

Decía con razón don Vetilio Alfáu Durán que la mejor manera de que lo lean a uno es que alguien escriba al respecto. Bien o mal. Eso pasó por ejemplo en el caso del “Makandal” de Manuel Rueda. Fue un éxito de ventas tras los comentarios e insinuaciones que provocó.

Pero no es el caso.

El distinguido intelectual saltó de hablar sobre Santana a algo de más actualidad: Félix Bautista… y tocó accidentalmente el tema del perdón de los pecados.

Yo me estremecí. Esto que cuento ocurrió el pasado Viernes de Dolores cuando sufría el dolor inmenso de un veredicto judicial inconcebible e inexcusable.

Sentí la fuerza de un rayo luminoso que me señalaba que había pecados inocentes, involuntarios y, a la inversa, pecados producto de una concentración del mal. Hijos de maldades fríamente calculadas en perjuicio de multitudes y en beneficio de unos pocos cómplices.

No puedo ocultar la enorme decepción que me causó el “No ha lugar” en el caso de Félix Bautista.

Esperaba justicia.

¿Ingenuo? No me arrepiento de serlo, porque no le cierro la puerta a la esperanza, que me empecino en mantener viva, a pesar de las patadas brutales que esta recibe.

No me resigno a creer que aquel patriotismo dominicano de un grupo de iluminados –pocos, en verdad– que soñaban con una Patria excelente y justa, haya sido secuestrada por delincuentes que desde hace algún tiempo estrenan camisas de cuello blanco y corbatas italianas sobre trajes de marca, con un impudor que estremece los sentidos.

¿Es que no saben lo que hacen?

¿Caben dentro de lo que, según el Evangelio de San Lucas, pidió Jesús al Padre: “Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen”?

¿No saben estos malandrines lo que hacen?

Sí lo saben.

Y les importa un bledo.

¿Y la justicia… la aplicación de la ley?

¡Bien, gracias!

Está al servicio de los fuertes. Inclinada en reverencia ante el poder y las perspectivas de futuras posibilidades.

Suntuosas. Rutilantes de impunidad.

Y de nuevas crucifixiones.

 

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