El padre Regino Martínez Bretón, durante una entrevista en el Colegio Nuestra Señora de la Altagracia en el sector Los Prado en el Distrito Nacional. Hoy/ Napoleón Marte 25/02/2019
Volvió a nacer. Convertido en labrador de conciencias, la suya se expandió, enriquecida en ese caminar con y como los pobres, del que emergió el hombre nuevo, el servidor comunitario en tenaz búsqueda de la unión organizada, la fuerza de Dios, la esperanza de los pobres.
El padre Regino Martínez tiró la azada. Ya no siembra maní ni limpia canales, consagrando su vida a la forja de un nuevo sujeto social fronterizo, a enseñar y reclamar los derechos de poblaciones empobrecidas en desolados campos y barrios urbanos de la frontera noroeste dominico-haitiana.
En ese acompañamiento, fortalecía su espiritualidad, se fue conformando su identidad sacerdotal, el sumun de todo lo vivido, de su experiencia en El Manguito, Sanché, Solidaridad Fronteriza.
“Para mí fue nacer a una vida nueva, ahí aprendí un abecedario nuevo para hablarle a la gente, descubrí lo que es la vida del pobre”, expresó tras salir de El Manguito, en Loma de Cabrera.
“En la vida uno va dando pasos con el enriquecimiento que uno adquiere en la relación con la gente”, dijo recientemente al recrear su niñez, juventud y adultez, aquellos años de lucha en que sus detractores, los responsables de la ilegalidad y atropellos en la frontera, lo acusaban de político.
“Eso es lo que aparenta, en el fondo lo determinante del comportamiento de la persona es a lo que uno le da importancia internamente, yo le llamo la semilla de Dios, el valor originario, lo que me sacó de mi casa, el querer ser padre. Es lo que me ha ido haciendo crecer acompañando a la gente y me ha dado diferentes etapas en la vida”.
Una vida de infatigable ministerio en campos y ciudades que aun aguardan los prometidos programas de desarrollo dirigidos a erradicar la economía de subsistencia y postración imperante, los indicadores de empleo, salud y educación inferiores a los promedios nacionales. Y pongan fin al incesante éxodo poblacional hacia otras regiones del país y del exterior.
En ese escenario, libró grandes batallas junto a campesinos en proyectos agropecuarios, comerciales y de protección ambiental, empeñado en crearles una conciencia ecológica, en suplantar la práctica de tala y quema por un sistema de agricultura sostenible.
“La tierra prometida”. En incesante trajinar, el sacerdote jesuita reafirmaba la necesidad de la organización comunitaria. En 1989 estalló la legendaria lucha de Sanché, paraje de Dajabón, extendiendo al frente su pobreza los poblados haitianos de Poningó y Feryé con sus casas de adobe y pisos de tierra, desde donde también llegaba la solidaridad.
Tenaz contienda de la Unión Campesina Autónoma, en la que 150 labriegos desarrollaron plena conciencia de su dignidad, derechos y deberes, enfrentados a presiones de terratenientes y la represión militar. Lucha enconada que terminó conquistando la “tierra prometida”, predios estatales declarados de utilidad pública, los cuales detentaban particulares que ilegalmente obtuvieron títulos de propiedad.
Hoy, 30 años después, el sacerdote estima que Sanché fue un aporte a la lucha popular nacional a partir de la unión organizada, en la que la gente es la que actúa, la que pone de su parte para resolver sus necesidades.
Tiempo de reflexión. Los once meses transcurridos en Sanché se convirtieron, a la vez, en un tiempo de reflexión. Cada día celebraba la Eucaristía, confiado en que “la Palabra nos iluminará, guiará y fortalecerá”.
La Biblia era leída, meditada, comentada y, sobre todo, vivida.
En las “Lecturas bíblicas en Sanché”, recogidas en un cuaderno, abominaban de la violencia porque “la tierra con sangre es infecunda”. “Nuestra sociedad nos ha enseñado que la violencia institucionalizada es infecunda: porque cada día la brecha se hace más grande. Un grupito se hace dueño de todo y la gran mayoría carece de lo más elemental para vivir. Este ejemplo no lo queremos seguir. Lo combatimos exponiendo nuestras vidas. No con las armas”.
Desde la parcela 43 escribió al entonces provincial de los jesuitas, padre Benito Blanco:
__En la historia de la Iglesia el poder de Dios se expresa en la debilidad. Al sentirme desamparado del ‘poder eclesiástico’, me siento seguro con la cercanía de las comunidades cristianas, agentes de pastoral y el pueblo solidario.
__Para mí todo este proceso ha generado contradicciones internas muy dolorosas; pero me ha ayudado a madurar en la fe, en la opción por los pobres, en las relaciones con el otro: sea pobre, rico; autoridad, súbdito; creyente, no-creyente, nativo, extranjero; amigo, enemigo; apoye mi opción o la rechace.
__Basta de quejidos y acusaciones. Lo que hace falta es que hagamos lo que está a nuestro alcance con seriedad y firmeza, con coherencia y fidelidad. Lo demás lo pondrá Dios, escribió en Sanché, donde sintió haber pasado de una iglesia de bloque de cemento a una de gente viva.
Regresó a Dajabón en 1990 como vicario parroquial. A la labor pastoral sumaba el trabajo social con campesinos, mujeres y jóvenes, a la que sus superiores lo dedicaron en las parroquias de Dajabón, Loma de Cabrera y Restauración.
Solidaridad. Al consolidarse, las organizaciones demandaban reivindicaciones. Nació así Solidaridad Fronteriza (SF), una instancia de la Compañía de Jesús que acompaña a las comunidades, la cual el padre Regino dirigió desde su fundación en 1997 hasta 2012.
SF prioriza el fortalecimiento institucional de esas asociaciones, pues en la medida en que se fortalezcan e implementen opciones de desarrollo autogenario, sostenible, ecocompatible y con equidad de género, se ofrece una alternativa de desarrollo a las comunidades.
“Solidaridad surgió para acompañarlos en un proceso de fortalecimiento, para que apareciera un nuevo sujeto fronterizo, porque no se puede hacer nada si la gente no participa.
Había que darle una conciencia para que asuma una responsabilidad y pueda acabar con el clientelismo, el ‘dao’ político, lo que tiene dañada a la población”.
La gran receta. SF crecía a partir de necesidades que la gente va sintiendo, que no solamente siente sino que las padece, que no se las puede quitar de arriba ella sola, combatirlas sola. Entonces, ahí aparece la gran receta, el gran principio de la fuerza de la unión, dice el sacerdote y agrega:
__La unión organizada es la fuerza Dios, porque con ella se busca un beneficio para el que organiza, el que padece y también para el que oprime. Y una de las características del discernimiento para saber si lo que uno hace Dios lo quiere es precisamente eso, actuar con misericordia, y la unión organizada lo hace, busca el bien del que sufre y del que hace sufrir, nos beneficiamos todos.
__Ese fue el gran descubrimiento: institucionalizar una fuerza que está al servicio del empobrecido. Esa es, en última instancia, el fondo de SF, nace en la frontera y al hablar de la frontera estamos conscientes de que somos una isla y dos países, que no podemos estar ni de espaldas porque nos alejamos, ni de frente porque chocamos, sino uno al lado del otro, respetándonos, aportando lo que podemos como pobres.
__El gran problema es que los políticos creen que los empobrecidos no pueden aportar nada y hay que darle todo, pero eso es para ellos poderse mantener siempre arriba, y eso tiene su límite, su tiempo. Hasta un día se está dando esa realidad que todavía permanece en el país y América Latina. Hasta un día, la unión organizada es una fuerza, y esa es la esperanza del pobre.
1. Evolución
Desde un acompañamiento exclusivamente sacramental a las comunidades, la labor de la Compañía de Jesús en el noroeste fronterizo – Dajabón, Loma de Cabrera, Restauración y Partido-, evolucionó hacia un proceso de promoción de organizaciones: agrícolas, centros de madres, juntas de vecinos, clubes juveniles y catequesis.
2. Un nuevo proceso
Desde 1983 inician un nuevo proceso organizativo autogestionario, apoyado en valores que parten de los mismos beneficiarios: trabajo, educación, salud, vivienda, control de la producción, servicios básicos, agua, electricidad, caminos y otros, coordinadas con las autoridades municipales y nacionales.
3. Organizaciones
En esos años, las comunidades se organizan, crean la Unión Campesina Autónoma, Unión de Centros de Madres Fronterizas, Comité para Defensa de Derechos del Pueblo, Asociación de Mujeres La Nueva Esperanza y la Unión de Juntas de Vecinos de Dajabón.
4. Solidaridad Fronteriza
Desde 1997 Solidaridad Fronteriza en RD y Solidarité Fwontalyé, en Haití, acompañan a las comunitarias en sus demandas de producción, comercio, vivienda y servicios. A la par con el fortalecimiento institucional y la defensa de los derechos humanos, enfatizan la creación de una nueva conciencia de género y ecológica. Elaboran estrategias reivindicativas, buscan opciones de desarrollo, ejecutan proyectos agropecuarios. Fomentan el intercambio entre comunidades de ambos países, las relaciones con entidades nacionales e internacionales, la reflexión e investigación. En 2001, se incorporó al Centro Juan Montalvo, de Santo Domingo, sede de las obras sociales y filosofado de los jesuitas.
5. Mercado binacional
SF sigue presente para que se mantengan las relaciones comerciales entre dominicanos y haitianos en Dajabón. Resultado de sus luchas es la retención de las ventas de tejidos usados llamados pp’s y la construcción del mercado.
Desarrollo integral, autogestionario
En 2005, mientras el padre Regino dirigía Solidaridad Fronteriza (SF), fue creada Asomilin, entidad que organiza a los obreros migrantes para que sean conscientes de sus derechos y deberes laborales.
“Antes un haitiano pasaba trabajando cinco, diez, quince años y los despachaban con tres o cinco mil pesos. Ahora, amparados en las leyes, demandan a empleadores que las violan, hay cientos acumuladas en el tribunal de Montecristi, a las que no dieron seguimiento”, dice el sacerdote, quien para no aislarse de la gente, va y viene en motocicleta deteniéndose donde lo llamen.
Desde su origen, SF trabaja en coordinación con el Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes, la cual fomenta la solidaridad entre los pueblos fronterizos del noroeste, generando un nuevo sujeto social que haga, proponga, fiscalice y exija sus bienes y servicios. Busca recuperar la dignidad de los pobres, mejorar su nivel de vida, apoyados en la fuerza de las organizaciones, en los valores de fe, justicia y cultura.
Procura elevar la autoestima de los campesinos, hacerlos partícipes del proceso de su propio desarrollo integral, autogestionario, comunitario y sostenible. Promueve la diversidad cultural, defiende los derechos de los inmigrantes y acoge a los que atraviesan situaciones difíciles en su estatus en el país.