Su vida fue una entrega total, sobre todo a los más pobres en barrios de SD
Recientemente entregó su alma a Dios el padre Tomás Marrero, un incansable hombre de acción que batalló en el trabajo pastoral desde muy joven hasta poco antes de llegar a los 90 años de edad.
Al padre Marrero le conocí en el año 1957 en la época de «maestrillo «antes de cursar la recta final de los estudios teológicos en la carrera de los jesuitas. Le conocí en un cursillo para adolescentes sobre orientación vocacional en el Santo Cerro y le seguí tratando durante parte de mi etapa de escuela intermedia en el Colegio Domingo Savio de la señorita Virginia, en Moca, donde él visitaba con frecuencia.
Luego me tocó tenerlo de tutor viviendo en Manresa Loyola (en la Escuela Apostólica) ya estudiando el bachillerato en el Colegio De La Salle de Santo Domingo.
Allí éramos unos 30 jóvenes que hoy guardarán un recuerdo imborrable de este joven jesuita dedicado a nosotros en cuerpo y alma. Una vez cumplida esa etapa, Marrero se marchó al Canadá a estudiar la teología, ordenándose sacerdote en 1961. De esa fecha conservo una preciosa carta que él escribió a mi madre en plena luna de miel de su sacerdocio realizando sus primeras misas, prédicas y confesiones en un pueblito del norte de Estados Unidos.
Su vida fue una entrega total, sobre todo a los más pobres en los barrios mas necesitados de las periferias de Santo Domingo. Algunos jesuitas dominicanos deben al padre Marrero el ser instrumento utilizado por Dios para sentir su primer llamamiento a la vocación a la Compañía de Jesús. Durante la Guerra Civil de 1965, siendo párroco de la iglesia de San Miguel, le tocó ser uno de los capellanes del ejército revolucionario del coronel Francis Caamaño.
Ese activismo sin vacaciones que mantuvo toda su vida no le arrebató nunca su actitud contemplativa como buen hijo de Ignacio de Loyola. Fue un hombre austero consigo mismo al extremo y conversar con él era sentir la ENERGÍA de Dios que se vivía intensamente. Había traducido en su frenética vida activa el espíritu de los Salmos adaptado a cada momento de su vida. Me vienen a la memoria las palabras del reformador Juan Calvino en el prefacio de su comentario a los Salmos, citado por Leonardo Boff en un artículo publicado en el matutino HOY el 22 de febrero del 2014:
«Acostumbro a definir este libro como una anatomía de todas las partes del alma, porque no hay sentimiento en el ser humano que no esté ahí representado como un espejo. Diría que el Espíritu Santo colocó allí a lo vivo, todos los dolores, todas las tristezas, todos los temores, todas las dudas, todas las esperanzas, todas las preocupaciones, todas las perplejidades hasta las emociones más confusas que agitan el espíritu humano». Marrero vivió en el alboroto de la vida activa los movimientos del Espíritu Santo, no solo como algo de FE, sino como una realidad en carne viva. Contemplativo en la acción! A lo Ignacio de Loyola.