Padres buenos, padres malos

Padres buenos, padres malos

JOSÉ SILIÉ RUIZ
En ocasiones los padres nos creemos que tenemos la maldición de Sísifo, hijo de Eolo y Rey de Corinto, condenado en los Infiernos, después de su muerte, a subir una enorme piedra a la cima de una montaña, donde volvía a caer sin cesar. Esa debe ser la sensación de un padre que su hijo es mal agradecido, o es uno de esos que nunca maduran, o de los que hasta la expiración son «garabatos», que lloran a los padres después de la muerte, en gran arrepentimiento por sus malas acciones, la más de las veces muy tardíamente.

Hoy es un día especial, día de los padres, tenemos la gran dicha de que el nuestro está entre los terrenales, lúcido y con gran espíritu de vivir, y eso debemos agradecerlo al Supremo Hacedor. En esta oportunidad, no nos referiremos como hijo a ese amigo, «mi mejor amigo», porque lo hemos hecho en ocasiones anteriores y no pretendemos ser ni pedantes ni jactanciosos. Como el mejor homenaje a él, vamos a tomar parte en esta columna de salud, y en razón del día tan especial de hoy, en secundarlo en lo que siempre ha defendido, su quijotesca ensoñación de educación moral, de adecentamiento, y sus ilusiones de que éste, nuestro terruño tenga una mejor salud en el decoro, desfilando por senderos de bien, de lo digno, para en fin, sea un mejor país. Por una mejor «salud social» ha sido su lucha, él como estandarte en el país de esas corrientes éticas que preconizaron: Aristóteles, Waldo Emerson, Hostos, Espaillat, José Ingenieros, entre otros.

En verdad, la escuela de padres no existe, al que le toca la comprometedora empresa de ser guía, dirección y ejemplo, será por sí solo, «buen o mal padre», y deberá usar las armas emocionales y educativas de que dispone y de los propósitos que se ha delineado para sus herederos. Lo que uno más conoce siempre son sus propias experiencias, pero nosotros como padre, ya habíamos comentado de las bondades de nuestros tres sucesores. Buenos herederos, hijos buenos, con acciones, normas de vida y conductas que enorgullecen a sus progenitores, es esta razón, quizás la mayor, para engrandecer la íntima felicidad de un padre en su día, recibido como el regalo mayor de sus descendientes (nuestro caso).

Hoy quiero referirme a los padres jóvenes de hoy, que forman e influyen en la salud mental de sus hijos, y donde sus conductas en estos tiempos permisivos y alienantes, pueden ser de «daño o de bien» a esa criaturita, que no ha pedido nacer y que cada uno de los padres por: biología, amor, eventualidad, o decisión propia, ha hecho que se presente en este mundo de hoy cargado de tantas tentaciones. Al que es «malo», no al bueno, se le imputan en su gran mayoría: ceguera, snobismo, fatualidad, en suma todas las cualidades de la necedad más profunda. Es un hombre que cosecha iras como un loco, que liberado a su iniciativa y desgraciadamente en poder de ejercerla en procura de lo simple, lo hedónico, lo intrascendente y puramente material, hace peligrar la vida de la sociedad. Ejemplo negativo que traspasa a su progenie, es parte de nuestros males actuales, el simple, el inmediato, el padre manco. Lógico producto de la triste y muy común familia «disfuncional».

Pero ee pobre padre manco, ha existido desde siempre: el violento, el que abusa, el que abandona, el irresponsable, el indolente; porque en ausencia del amor (que el no conoció), el buen ejemplo (lo que nunca tuvo), el trato deferente sin intimidaciones (su madre fue vejada), el respaldo afectivo y emocional a sus retoños (sólo recibió lo material), son partes de la existencia constitutiva del hombre como las manos, si no existen en ese «padre» esas virtudes, será padre porque es un hombre, pero por igual será un hombre sin manos, un hombre «medio», será un padre manco. Fue mal hijo, hoy es mal padre.

Citamos al gran pensador español Ortega y Gasset: «Como nunca antes el hombre medio ha estado por debajo de su propio tiempo, de lo que éste le demanda. Por lo mismo, nunca han abundado tanto las existencias falsificadas, fraudulentas. Pero tiene miedo -el hombre medio es un cobarde, a despecho de sus gesticulaciones matonescas-, tiene miedo de abrirse a este mundo verdadero, que exigiría mucho de él, y prefiere falsificar su vida reteniéndola herméticamente en el capullo «gusanil» de su mundo ficticio y simplista».

En solemne homenaje a todos los padres buenos, y a los muy buenos, que moran en excelsas latitudes, se me hace inevitable para poder compendiar con sabiduría ese gran efecto, el auxilio de la poética de José Mármol en su oda, «Oración»: – Padre, no me llames nunca por tu nombre ahora mío, por mi talante parco, por mis zapatos limpios, por la risa, el aura, el gesto en el hablar, por besar del prójimo las llagas, ni por la soledad que respira mi madre. Padre, no vengas a verme disfrazado de lluvia, como el verdor que riñe contra el cielo, con aroma de estiércol, como llama que adivina los corrillos y los muros, en la casa desierta de tus sueños, como los interrogantes adorables de mis niños. Padre, no me llames nunca, porque si escuchara tu voz, es que te has ido-. Las «palabras» de este «coversatorio» dominical, son para darle un abrazo ardoroso al mío, y en él a todos los «buenos padres», en su merecido día. Otro inmenso, Octavio Paz en su obra «Salamandra» señala: «Las palabras no son cosas; son los puentes que tendemos entre ellas y nosotros. El poeta es la conciencia de las palabras, es decir, la nostalgia de la realidad de las cosas».

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