Página de Bloomberg. Combustible más sucio amenaza localidades 700 años en Europa

Página de Bloomberg. Combustible más sucio amenaza  localidades  700 años en Europa

El dilema energético de Europa –quemar el carbón más sucio cumpliendo a la vez los objetivos en materia de contaminación- se está cristalizando en la oposición a un plan que eliminaría poblados de 700 años y excavaría dos pozos del tamaño de Manhattan.

PGE SA y Vattenfall AB, las empresas de servicios eléctricos con sede en Varsovia y Estocolmo, quieren explotar el depósito de lignito más rico de Europa, sobre la frontera germano-polaca. Enfrentan la oposición de las comunidades que ya sufren esporádicas tormentas de arena y desmoronamientos de caminos, en una zona donde la mina de 12 kilómetros (7,5 millas) de longitud de Jaenschwalde domina el paisaje desde hace tres decenios. En protesta, los pobladores formarán una cadena humana transfronteriza de 8 kilómetros el 23 de agosto.

La batalla refleja la división en Europa. El primer ministro polaco Donald Tusk considera el carbón, utilizado para generar 90 por ciento de la electricidad de su país, como una forma de que Europa dependa menos del gas natural ruso. El Gobierno de la canciller alemana Angela Merkel llama “oro negro” al lignito, pensando que contribuirá a suavizar las fluctuaciones derivadas de la generación eólica y solar. La Unión Europea, a la que ambos pertenecen, quiere normas más rígidas con respecto a la contaminación que vuelvan más costoso quemar carbón.

“Nos sentimos como Asterix y Obelix luchando contra el Imperio Romano”, dijo Andreas Stahlberg, ingeniero que analiza el impacto de la expansión para el municipio alemán de Schenkendoebern, refiriéndose a los personajes de la historieta que se resisten a los poderosos invasores. “Como los polacos están lidiando con el mismo problema y las minas estarán tan cerca, consideramos que es un problema internacional”, dijo en una entrevista en Gubin, Polonia.

Compra en 2010. PGE compró el proyecto en las ciudades polacas de Gubin y Brody al Estado por una cifra no divulgada en 2010, un año después de haber sido frenado en un referéndum. La mayor empresa de servicios eléctricos de Polonia ha tratado desde entonces de convencer a los casi 11.000 pobladores locales de la zona de cambiar de opinión y aprobar planes de zonificación que incluyan la mina.

Zbigniew Barski, alcalde de la comunidad rural de Gubin, con 7.300 habitantes que rodea a la ciudad del mismo nombre, y Ryszard Kowalczuk, su homólogo en la vecina Brody, continúan oponiéndose al proyecto.

Incluir la mina en los planes de zonificación significa que se dará prioridad a los recursos carboníferos antes que a otros desarrollos, dijo Kowalczuk el 28 de mayo en una entrevista en su oficina. “Estamos cerrando la comunidad a nuevas inversiones por muchos años”, dijo.

El lignito es una roca sedimentaria blanda de color pardo formada por turba comprimida. Alemania está adoptando el combustible para respaldar la energía solar y eólica intermitente y compensar la producción perdida al cerrar centrales nucleares, escribió en un correo electrónico el 6 de junio Thoralf Schirmer, portavoz de Vattenfall en Cott- bus, Alemania.

La participación del lignito en la generación de electricidad del país avanzó desde 23 por ciento en 2010 hasta 26 por ciento el año pasado, según datos de AG Energiebilanzen e.V., una asociación de grupos de interés del área de energía e institutos de investigación económica.

Paz en tiempos guerra de guerrillas colombiana

Mac Margolis

Los libros de turismo dicen que Cartagena de Indias es la joya del Caribe. Pero, para Juan Manuel Santos, reelegido el 15 de junio como presidente de Colombia, bien puede haber sido arena movediza.

Para eso, hizo falta coraje. En momentos en que la economía colombiana se desacelera, el índice de aprobación de Santos cae y se debilita la confianza en las interminables conversaciones de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, el presidente necesitaba con urgencia dar un golpe de relaciones públicas. Hacer de anfitrión del torpe mandatario de la atribulada República Bolivariana difícilmente lo haya ayudado.

Sin embargo, Santos es ante todo un jugador. Elegido por primera vez hace cuatro años, el primer gesto de política exterior del dirigente colombiano fue extenderle la mano a Hugo Chávez, lo que en Bogotá cayó como una bomba. Durante años, Chávez y Uribe habían sido enemigos mortales en tanto Uribe acusaba al hombre fuerte venezolano de proteger a las FARC y hacerse de la vista gorda ante el tráfico de drogas. La disputa escaló hasta convertirse en una guerra comercial bilateral.

De modo que, al cambiar la tribuna por un abrazo entre vecinos, Santos básicamente le declaró la guerra a su padrino político. La jugada dio buenos resultados. Santos logró normalizar el comercio y evitar la guerra fría con Venezuela y sus quisquillosos aliados, Bolivia y Ecuador, que amenazaban con aislar a Colombia en su propio continente.

Luego Santos anunció una nueva ronda de conversaciones de paz con las FARC en 2012, en La Habana, con Venezuela como patrocinadora. Como dijo Michael Shifter, presidente de InterAmerican Dialogue, grupo de reflexión de Washington: “Ningún otro gobierno tiene la misma influencia que Venezuela en los insurgentes colombianos”.

O tenía. No hace mucho, las FARC admiraban abiertamente el experimento de Chávez con su socialismo del siglo XXI, y El Comandante les devolvía el favor rodeándose de funcionarios con debilidad por los hombres con bandoleras. El ejemplo número uno era Hugo Carvajal, exjefe de la inteligencia militar venezolana, que fue detenido a fines del mes pasado en Aruba y acusado de tener vínculos tanto con los guerrilleros colombianos como con los narcotraficantes. Gracias a una sutileza diplomática -el haber sido nombrado cónsul venezolano en Aruba en enero-, Carvajal evitó la extradición a Estados Unidos y fue recibido como un héroe en Caracas. Nicolás Maduro heredó la galería de bribones chavistas pero nada del prestigio político del caudillo, por lo que la mano que le repartió a Santos en La Habana no fue la mejor. Pero, para Santos, el verdadero premio es la paz.

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