“Pagliacci” para reír y llorar, en el Teatro Nacional

“Pagliacci”  para reír y llorar, en el Teatro Nacional

Especial para ¡Alegría!
La Sociedad Pro-Arte Latinoamericana, que preside el tenor dominicano Edgar Pérez, presentó en el Teatro Nacional su segundo espectáculo lírico de este año, la famosa ópera “Pagliacci” del compositor italiano Ruggero Leoncavallo.

La ópera. Como todo artista, Leoncavallo es reflejo de su tiempo; luego del éxito obtenido por Pietro Mascagni con su ópera “Cavalleria rusticana”, abreva de la fuente del verismo –verdad–, movimiento artístico nacido en Italia a finales del siglo XIX, y compone su famosísima ópera “Pagliacci”, estrenada en 1892.

En las óperas veristas los personajes ya no son héroes ni dioses, nobles o aristócratas, son gente del pueblo que desnuda sus sentimientos, los mismos de todos los hombres: amor, odio, celos, que saben reír y llorar; también pueden ser protagonistas, como en el caso de Pagliacci, artistas trashumantes, especie de juglares del Medioevo; los palacios dejan de ser los escenarios, y se trasladan a las aldeas, y espacios públicos.

La ópera, dividida en dos actos, suele ser presentada junto a Cavalleria Rusticana, lo que no quiere decir que “Pagliacci” no pueda presentarse sola, como en este caso. Es interesante desde el punto de vista dramático, la adopción que hace el compositor –quien también es el libretista– de una costumbre teatral antigua que se remonta al drama griego, al hacer aparecer en proscenio, antes de levantarse el telón, a un actor, cuyo discurso se refiere al argumento de la comedia que presentarán los saltimbanquis, pero el verdadero drama está fuera del teatro, original utilización de Leoncavallo del drama dentro de otro drama, o como se dice en la escena teatral “teatro dentro del teatro”.

En “Pagliacci” la comedia se torna en tragedia, la eterna farsa de Pierrot y Colombina, personajes de la “Comedia del arte”, se convierte en un drama real, profundamente humano. Es puro verismo.

La puesta en escena. La introducción orquestal es premonitoria; luego se escucha el tema de los payasos. Asoma Tonio –Tadeo– delante del telón, reclama la atención del público diciendo: “yo soy el prólogo”, seguido canta una melodía expresiva que va adquiriendo intensidad, y al tornarse sentimental, demanda de los registros más resonantes de la voz de barítono. Nelson Martínez, barítono cubano-americano, muestra una excelente tesitura. Se abre el telón, la escena es espléndida, multicolor y versátil, nos remite a una aldea de Calabria que celebra la fiesta de la Asunción, donde se ha instalado un teatrillo de feria. El talento de José Miura se evidencia en cada detalle. Entran los campesinos y animadamente cantan, “Son quá”; la alegre música refleja el ambiente festivo. Canio –Payaso– interpretado por el tenor Edgar Pérez, anuncia la función, canta “Un tal gioco credetemi”, expresando con aparente sonrisa, lo que realmente es una advertencia. Los campesinos se alejan entonando el famoso “Coro de las campanas”, en que vibra algo del espíritu folklórico italiano. El personaje de Nedda –Colombina–, es asumido por la soprano-spinto cubana Katia Selva, voz apropiada para las óperas veristas, quien al cantar la romanza “Ballatella-Che volo d’augelli”, utiliza florituras con habilidad.

El aria “Vesti la giubba”, ridi pagliaci” es el momento cumbre de la ópera, un verdadero desafío para cualquier tenor. Canio, convertido en Payaso, transmite su dolor al sentirse traicionado, pero irónicamente debe hacer reír al público cuando lo que desea es llorar.

Edgar Pérez sortea las dificultades de la demandante aria con cierta desafinación y poco alcance en los agudos, pero su histrionismo logra convencer.

El segundo acto inicia con un inspirado intermezzo muy bien logrado por la orquesta, bajo la dirección acertada de Carlos Andrés Mejía. La serenata de Pepe – Arlequín– es dulce y sentimental, la voz de Juan Tomás Pérez, tenor ligero, se aviene a esta hermosa pieza, siendo su actuación muy digna. El dueto de Nedda y Tonio es uno de los momentos impactantes… La voz de Katia Selva, de buen centro, se decanta en los pasajes dramáticos, y Nelson Martínez proyecta un habilidoso manejo del legato, y un gran potencial histriónico. Otro dueto exquisito es el de Nedda y Silvio –el amante– la voz del barítono Mario Martínez es hermosa y de amplio registro, además posee un buen desempeño escénico. El final alcanza un clímax sobrecogedor, cuando Canio, convertido en Payaso, transido de dolor tras la tragedia de Nedda y Silvio, exclama, ¡La comedia e finita!

La ópera es el espectáculo totalizante por excelencia, las voces y la música son elementos protagónicos que podemos escuchar independientemente, pero la escena es otra cosa, que requiere de erudición, imaginación e inventiva, y es aquí donde destaca el director de escena, el argentino Carlos Palacios, y Anton Fustier, director escénico. Un punto a destacar es el ritmo sostenido del movimiento escénico, y el manejo del coro, del que tenemos que señalar su armonía y afinación. Felicitamos nuevamente a sociedad y le exhortamos a seguir abriendo caminos.

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