País bajo tierra

País bajo tierra

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
Aunque es cada vez más difícil enfrentar la ofensiva que llega desde la televisión (tanto desde la tv local como la recibida por cable), desde Internet, desde la basura comestible empacada en brillantes fundas metaloides, desde la radio y desde los modismos “guéthicos” en el hablar y el escribir, hay que insistir en trabajar con los niños y los jóvenes para presentarles las alternativas realistas del entorno.

Fortalecer la cultura local entre nuestros niños y jóvenes, valorar adecuadamente sus capacidades, descubrir ante sus ojos al país que les está bloqueado por la desinformación y la malinformación, es actualmente obligatorio si queremos tener ciudadanos en la próxima generación. Al paso que vamos, nadie muy pronto querrá ser identificado como dominicano.

Es por estas razones que insistimos, en lo que a nosotros respecta, en la cuestión de las cuevas y su importancia natural y cultural. Insistimos con los niños y con los jóvenes. Insistimos en llevarles a las cavernas, en mostrarles lo que hay allí, en develarles los misterios que habitan en la oscuridad de las cavernas, hacerles luz con la misma materia prima que las tinieblas.

Pero también, abrirles el camino de la diversión, del entretenimiento, del disfrute y del estremecimiento producido por las corrientes de adrenalina, paralelamente al aprendizaje que reciben tanto en las aulas como a campo abierto.

Insistimos en que los niños aprenden mucho más rápido y con mayor convencimiento en el exterior que en las aulas. Insistimos en que es necesario que la verdadera aula sea el país y sus recursos naturales y culturales. Insistimos en que los profesores se vinculen por completo a este tipo de aprendizaje.

Para muchos niños, probablemente la mayoría, el futuro debe ser una vida de total relajamiento, contemplación y vagancia. Para éstos, la verdadera vida es estar en el mueble más cómodo y mullido de la casa frente a un televisor y con todas las picaderas y sodas al alcance de la mano.

Para la mayoría de nuestros niños la tecnología está hecha para que el hombre no realice el menor esfuerzo físico, ni siquiera para ir a conocer un bosque. Les bastaría con que el bosque aparezca en la pantalla del televisor. Les bastaría con que el recorrido interior de una caverna, la caverna más asombrosa y bella, aparezca en la pantalla para sentirse que ya estuvieron en ella.

Para la mayoría de nuestros niños el riesgo es un atentado a su seguridad bajo techo, y está reservado para aquellos escogidos que luego aparecerán en la pantalla descendiendo abismos, escalando verticales, buceando a 200 metros bajo el nivel del mar o volando a 300 metros sobre el nivel del mar. Y esos «escogidos» ni siquiera serán sus émulos, apenas serán «gente ápera», «tíguere ke tan loco», «uno jebo arretaísimo» y cosas así.

Ni siquiera quieren ser como ellos, como esos «áperos» de la televisión. La mayor parte de nuestros niños se conforma con saber que existen y que luego, en sus conversaciones, saltarán como tema cada uno opinando sobre lo que hacían en la televisión.

Pero nosotros insistimos. Porque hay que insistir en que ellos, los niños y jóvenes, pueden ser más que meros espectadores de televisión. Hay que convencerles de que es posible que ellos sean como aquellos «áperos» y quizás más que ellos. Hay que explicarles que muchas de esas apariciones no son más que «shows», «reality shows», totalmente divorciados de la realidad. Y que por el contrario, ellos, los niños y jóvenes, pueden marcar la diferencia entre el «reality show» y la verdad verdadera de la aventura en la montaña y la caverna.

Hay que insistir con los niños en que lo que aparece en la televisión, la mayor parte de lo que se presenta no son más que comedias, y que la vida real, la más divertida y comprometida con el riesgo y su diversión es la que ellos mismos pueden protagonizar.

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