País bajo tierra

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POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
Daños naturales en las cuevas

Aunque son resultados de procesos naturales, los cambios que se originan en las cuevas como consecuencias geológicas, carsológicas, biológicas o edáficas, son considerados también como daños, puesto que de todas maneras afectan o pueden afectar una cueva a la que ya se le conoce con unas características determinadas.

Al cambiar estas características se considera que la cueva ha sufrido «daños». En realidad, esta consideración pudiera considerarse a su vez como una abrogación de derechos que solamente le corresponden a la naturaleza, puesto que esos «daños» son en realidad parte del proceso de formación de la cueva, iniciado, en la mayoría de casos, mucho antes de que los seres humanos habitaran el planeta.

Para la parte correspondiente al arte rupestre, los daños ocasionados por causas naturales no pueden verse más que como consecuencias de la intrusión humana, puesto que un petroglifo tallado sobre una estalagmita es una invasión humana. El hecho de que miles de años después la estalactita que le dio origen se reactive y cubra el petroglifo con capas de carbonato de calcio haciéndolo desaparecer, no es más que parte del proceso de formación natural de la cueva, algo definitivamente indetenible.

Sin embargo, para el interés arqueológico y antropológico, en esos casos se hace necesario la intervención humana que detiene el proceso natural –violando leyes naturales– para salvar la obra rupestre, aunque ésta sea una invasión humana de hace miles o cientos de años.

Los «daños» naturales en las cuevas que afectan al arte rupestre se han clasificado, atendiendo a sus causas, en siete tipos: 1) desestabilización por fragmentación; 2) fisuración y escamación; 3) erosión eólica; 4) descamación derivada de la gelifracción; 5) depósitos superficiales; 6) líquenes, musgos y otros vegetales; y 7) impactos provenientes de caídas de piedras. Esta clasificación es el producto de muchos años de observación por parte de especialistas rupestres de todo el mundo, y aparecen resumidos en el libro El Arte Rupestre en Peligro, del espeleólogo francés y especialista en conservación de arte rupestre, Pierre Vidal.

La desestabilización por fragmentación ocurre cuando las pinturas o los petroglifos en el interior de una cueva, localizados en zonas muy fracturadas, sufren cambios como consecuencia del aumento de esa fracturación o de los movimientos de los bloques fracturados, lo que conlleva a su vez a rupturas en la composición rupestre por la caída de bloques, sean grandes o pequeños. El origen del aumento de esa fracturación está en la continuidad del proceso natural de formación de la cueva, que incluye a veces cambios violentos a causa de seismos.

Los especialistas aconsejan –cuando esto sea posible– rearmar, como si se tratara de un rompecabezas, las piezas desestabilizadas o desencajadas de su sitio.

La fisuración y escamas es el «daño» que ocurre cuando, por las mismas causas que la fragmentación, hay agrietamiento o saltan pequeñas partes del soporte del arte rupestre. Es a esas pequeñas partes –a veces muy pequeñas– que se les llama escamas, y a su efecto se le llama regularmente escamación.

Como muchas cuevas no son todo lo sólidas que quisiéramos que fueran todas, y como muchos grupos aborígenes no tuvieron otras cuevas que esas cuevas o abrigos muy fracturados, ocurre que sus manifestaciones rupestres resultan frágiles como frágiles resultan sus soportes.

Sin embargo, es posible que donde esto ha ocurrido se apliquen recursos para darle algo más de vida al conjunto rupestre afectado. Esto se hace fijando aquellas partes escamadas que aún no han saltado de su sitio. Y si pueden encontrarse escamas en el suelo que puedan colocarse en su sitio, pues se fijan también, sabiendo que esta «reparación» no será para siempre, pues los procesos naturales no pueden detenerse. Pero da tiempo a la documentación más completa.

Los demás «daños por causas naturales» los iremos detallando en los próximos trabajos.

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