País bajo tierra

País bajo tierra

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
Santos y demonios en las cuevas

No hay dudas sobre el hecho de que la cueva más profunda, tétrica y lóbrega que existe en el mundo es la propia mente humana. Es la única cueva que ha podido dar cabida a los innumerables monstruos, demonios y santos creados de los que se habla en cantidad de historias, cuentos y narraciones de terror. Y por más científica que se vuelve la exploración de cavernas, ésta no ha podido desalojar de la cueva esa –la mente humana– los cientos de criaturas asociadas al pavor y al miedo.

Como ejemplo de lo que escribo, recientemente –y sobre ello escribiremos en su oportunidad– ha salido a las salas de cine una película donde por nueva vez se le brinda alojamiento a un monstruo que amenaza a un grupo de exploradores de una cueva inundada. O sea, más terror que emerge de la distorsionada concepción humana en relación con los habitantes de una cueva, sea esta superficial o inundada.

Eso significa que la mente humana sigue siendo el antro más prolífico para concebir criaturas asociadas a la maldad y al miedo.

De los primeros terrores que la mente humana creó para las cuevas está la imagen de Satanás (negro y malo, naturalmente) saliendo de una cueva (negra y mala, naturalmente), el que es enfrentado por San Miguel (blanco y bueno, naturalmente) con su reluciente espada (blanca y buena, naturalmente). Y claro, el Satanás de la conocida cromografía que ha estado en prácticamente todas las casas católicas y santeras del mundo, tenía que tener alas de murciélago, para asociar la maldad y el pecado con dichos animales, que por lo regular se imaginan y se pintan negros y malos (no iba a ser de otra manera), no grises y  beneficiosos como realmente son.

Por suerte, el Monte de los Olivos, en Jerusalén, no tiene ninguna cueva o abrigo rocoso, sino, de seguro que hubiéramos tenido al Diablo tentando a Cristo dentro de la cueva, y no a la luz de la luna, como aparece en otras cromografías también muy difundidas.

Los orientales y sus creencias han sido más benevolentes que los occidentales con las cuevas y sus divinidades. Un ejemplo de ello es la leyenda de diosa japonesa Amaterasu, tímida diosa del sol, que en protesta contra su hermano Susanowo, dios de las tormentas, se retiró a una cueva porque éste había profanado sus campos de arroz.

Esta decisión de la diosa Amaterasu recibió todo el apoyo de otros dioses menores que acudían a venerarla a la cueva, leyenda que está representada en una antigua pintura japonesa.

Probablemente sea una pintura realizada por el pintor holandés David Teniers, en el siglo diecisiete, la mejor representación de la idea que tenía la gente de esa época en relación con las cuevas y sus habitantes.

En esa pintura de Teniers, que luego se llevó a grabados y a otras formas de expresiones plásticas, aparece el Diablo tentando a San Antonio para que abandonara la cueva en la que se había refugiado para llevar una vida ascética, alejada de los vicios y las maldades.

Teniers crea para su obra una buena parte de las criaturas que eran concebidas en esa época como habitantes de las cuevas, una buena parte de ellas con actitudes humanas, pero de la más baja humanidad, así como engendros de humanos con animales, peces que vuelan y rugen, sapos y ratas del tamaño de niños y vestidos como humanos. En fin, todo lo ejemplarmente horroroso de que era capaz la mente humana de esos tiempos, y que se concebía asociado a las cuevas y al demonio, lo llevó Teniers a su pintura.

Y lógicamente, ante tal asedio de monstruos, el pobre San Antonio –que debería ser el santo de los espeleólogos– aparece más asustado que un funcionario en un juicio de corrupción.

Hasta la vegetación que el artista asocia con la cueva en cuestión aparece con aspecto maldito, cuando en la realidad, la vegetación asociada con las cuevas presenta regularmente mejores condiciones de vida debido a la humedad que puede obtener de éstas.

Yo no sé si San Antonio, fruto de los espantos y de la presión de Satanás, habrá abandonado la cueva. Aunque en verdad no me parece, porque los espeleólogos como él no nos dejamos asustar por apariciones. Cuando suelen ocurrir nos orinamos sobre sus cabezas, como hemos hecho con una aparición española que anda asustando gente con títulos falsos por ahí.

Pero definitivamente, tales espantos no son engendrados más que por un raro tipo de creatividad que lamentablemente encuentra aposento en mentes flojas de conocimientos a las que es necesario alimentar.

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