País bajo tierra

País bajo tierra

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
¿Quién vive en esta cueva?
Con un ribete de pintura azul señalando la entrada, abarrotada de envases plásticos, «amueblada» con un montón de restos de cualquier cosa, una percha de la que pende una corbata (para ocasiones especiales), una base de madera para embarques dividiendo el espacio interior de la cueva, un caldero tirado por donde debe ser la «cocina» y algunos cartones para el disfrute de un «sueño tranquilo y reparador», una de las cuevas del conjunto que se abre en el farallón a cuyo pie corre la avenida Cayetano Germosén sirve de vivienda a un desconocido que evidentemente tiene mucho tiempo ocupándola.

A pocos metros al este de esta cueva, otra cavidad está siendo utilizada como vertedero de basura enfundada. Mientras que más al oeste de la primera, otras dos cuevas son utilizadas como refugio ocasional, algo así como un sitio de reunión esporádica o de retiro para el descanso, probablemente por el mismo habitante de la cueva «amueblada».

No hay que ser un Sherlock Holmes o un Inspector Trudeau para deducir que nuestro misterioso habitante de cuevas es la persona que –seguramente por paga– recoge la basura de los residenciales frente a la cadena de cuevas para lanzarla en la cavidad que ha dedicado para ello. Pero que antes, selecciona para sí aquellos objetos y cachivaches que le pueden ser útiles en su habitáculo troglodita.

En tanto, utiliza ocasionalmente las otras cuevas para separarse un poco del mismo ambiente, o simplemente para buscar un sitio donde corra mejor la brisa hasta que llega la hora de acostarse. Sin embargo, es posible que no se trate de una sola persona.

Esta situación en las cuevas del farallón del Parque Mirador Sur tiende a empeorar a medida que servicios básicos como la recogida de basura se vuelven más deficientes. Pero también como consecuencia del empobrecimiento de sectores de la sociedad que recurren a cualquier actividad para sobrevivir, incluyendo la utilización de cualquier espacio –no importa lo prehistórico que parezca– para ser utilizado como habitación.

Ambas situaciones: el uso de cavidades como vertederos de basura y como «residencias» de indigentes, degrada severamente una zona que desde 1977 hemos estado sugiriendo que se le ponga atención.

Desde que se conoció el proyecto de construcción de la calle Prolongación José Contreras, que luego se convirtió en Avenida Cayetano Germosén, estuvimos advirtiendo que esa vía alteraría el entorno de las cuevas en varios aspectos. Primero, variaría significativamente la temperatura, principalmente por la eliminación de la vegetación y el reflejo de calor de la avenida. Segundo, por la invasión de monóxido de carbono hacia el interior de las cuevas. Tercero, por el uso (como retretes) de las cuevas por los «ejércitos» de trabajadores de las construcciones que se realizaron en los casi 10 kilómetros cuadrados de edificaciones que se levantaron en la zona.

Luego sugerimos (1987 y 1991) que se habilitara la zona del farallón como espacio para el conocimiento vivo de un tipo de hábitat indígena, dada la presencia rupestre en muchas de las cuevas del farallón. Solicitamos desarrollar un tipo de vigilancia policial (a pie o en bicicleta) para evitar lo que ahora tenemos. Y aunque se colocaron algunas indicaciones sobre la presencia de las cuevas no se le dio seguimiento a ninguna de nuestras sugerencias.

En la actualidad, muchas de las cuevas son imposibles de visitar o estudiar. No obstante, todavía es posible rescatarlas, principalmente limpiarlas y disponer frente a cada una de ellas algunos letreros sobre su importancia y protección. Lo vamos a proponer al Ayuntamiento del Distrito Nacional, y hasta es posible que algunas organizaciones de jóvenes y vecinos de la zona quieran sumarse al rescate.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas