País Bajo Tierra
La esperanza puesta en el AND

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POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
La investigación que puede desarrollarse en busca de los taínos que nos quedan estaría basada en un ácido llamado Acido Desoxirribonucleico, mejor conocido como ADN. En la estructura molecular de este ácido está basado el código genético y las investigaciones que sobre este código se realizan.

El ADN está constituido por una doble hélice cuya sucesión de bases cifra la síntesis de las diversas proteínas que precisa un organismo. De ahí la verdad muchas veces dicha de que “somos lo que comemos”. Es decir, somos las proteínas que ingerimos.

El ADN, organizado en cadenas, forma los cromosomas, y cada segmento de estas cadenas, que codifica la síntesis de una paroteína, constituye un gen. El gran descubrimiento moderno en esta parte lo ha constituido la capacidad humana para  romper y volver a unir esas cadenas, lo que permite que los genes de un organismo puedan separarse de éste e insertarse en otro organismo, para formar una molécula de lo que se ha llamado ADN recombinante.

Ahora, un ADN diferente, el ADN mitocondrial, resulta que no es recombinante, por lo menos por ahora, y es este ADN mitocondrial el que nos puede “hablar” sobre el asunto de nuestros taínos. Si algún cambio o mutación pudiera ocurrir en este ADN ocurriría en 10 mil años. Eso nos asegura que el ADN que han heredado algunos dominicanos procedente de los taínos no ha cambiado, pues apenas han pasado 500 años de la llegada de los europeos, y 400 y algo de su casi desaparición total, o por lo menos de su desaparición social protagónica.

El ADN mitocondrial es el material genético fundamental en las mitocondrias. Estas son unos orgánulos que se encargan de generar energía para las células, energía que éstas necesitan para su crecimiento y multiplicación, lo que a su vez significa para nosotros crecimiento de los huesos, de los músculos, de los nervios, del cerebro, de la cantidad de sangre, de la piel, etc.

Este ADN está “definido” como una molécula bicatenaria, circular, cerrada y sin extremos. Tiene un tamaño (en los seres humanos) de 16.569 pares de bases. Cada mitocondria contiene entre 2 y 10 copias de la molécula de ADN, en el que están codificados dos ARN (ácido ribonucleibo) ribosómicos, 22 tARN y 13 proteínas, las que participan en la fosforilación oxidativa durante el proceso de elaboración de energía.

¿Cómo nos llega el ADN? Pues cuando un espermatozoide fecunda un óvulo, se desprende de su cola y de todo su material celular, quedándose el núcleo prácticamente “en cueros”, pero con toda la información hereditaria, es decir, el ADN nuclear. Igualmente, el espermatozoide se desembaraza de las mitocondrias, por lo que en el desarrollo del zigoto solamente intervendrán las mitocondrias contenidas en el óvulo femenino, de la madre.

Eso significa que todas las motocondrias, y específicamente el ADN mitocondrial, se hereden únicamente por vía materna.

Esto significa que, como una cantidad significativa de españoles conquistadores se casaron (o se ayuntaron) con taínas conquistadas, las descendientes de esas uniones mantuvieron el ADN mitocondrial de esas taínas, que no ha cambiado (podríamos decir) en lo absoluto. Pero también, además de esas y esos descendientes de españoles y taínas, tenemos los descendientes de negros y taínas, lo que por ese lado garantiza también la permanencia del ADN mitocondrial de las taínas. Y hasta quizás haya permanecido por algunas generaciones alguna descendencia puramente aborigen.

Esto no es nada extraño ni fenoménico. En Europa, un estudio realizado en los ADN mitocondriales de los europeos demostró que todos ellos provienen de siete mujeres, y la más antigua de ellas habría vivido hace 45.000 años, en tanto que la más moderna habría vivido hace unos 15.000 años.

Esos cálculos han llevado a los científicos a determinar que la “Eva mitocondrial”, la antepasada común más moderna de todos los hombres que hay en el mundo, se remontaría de este modo a unos 150.000 años, y su ADN mitocondrial es todavía materia de estudio.

Todo esto significa que  la posibilidad del rastreo taíno entre los dominicanos y su ADN mitocondrial es prácticamente un hecho.

De desmostrarse esto tendríamos entre nosotros a los verdaderos herederos de las tierras que tanta sangre costó expropiárselas, y que ahora figuran en manos de gente que no ha tenido el menor interés en cuidarlas, en protegerlas, como fuera la herencia ética de nuestros taínos. Así es que, vamos a ver por dónde anda el número de taínos entre nosotros y cómo habrán de recuperar de nuevo su herencia natural.

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