País bajo tierra
Los farallones

País bajo tierra <BR><STRONG>Los farallones</STRONG>

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
Colindando con la avenida Charles de Gaulle, y al sur de la avenida Ecológica, se erigió con todo el caos que conocemos en Santo Domingo el barrio “Valle del Este”, cuyo límite norte es el farallón costero más reciente anterior al actual acantilado que “contiene” al mar. Es decir, el mismo farallón que arranca desde Punta Palenque y llega hasta la provincia La Altagracia, del que hemos escrito varias veces. Una parte importante de ese barrio creció aprovechando las cuevas originadas en esa formación, importante por demás.

Este farallón es en realidad un cambio altimétrico del relieve que se manifiesta a lo largo (este-oeste) de la unidad geomorfológica conocida como Llano Costero Suroriental, presentando en algunas zonas más de una elevación (farallón) y diferentes altitudes.

Su origen está asociado al proceso de levantamiento de la corteza terrestre. Cada uno de estos farallones marca un momento de la historia geológica de la isla en la que funcionó como “contrafuerte” a los embates del mar. Entre cada diferencia de nivel, entre cada farallón, se extiende lo que se conoce como una “terraza”, sobre la que se han levantado ciudades, plantaciones, carreteras, industrias, parques, puertos y otras modificaciones del relieve.

Debido a los embates recibidos durante su exposición al mar, los farallones resultaron horadados mecánicamente por el oleaje marino, formándose cuevas grandes y pequeñas, algunas de las cuales se convirtieron en accesos a ríos subterráneos, en manantiales o en simples cenotes o pozos de agua.

Pero también, estas cuevas se convirtieron desde hace unos ocho mil años, en refugio de los grupos aborígenes que llegaron desde el sur del continente americano, quienes dejaron en sus paredes la huella de su paso. Así, se encuentran en las cuevas de estos farallones miles de petroglifos, de pictografías y abundantes restos de los materiales que utilizaron en la fabricación de sus utensilios y artefactos.

Para la historia de las culturas amerindias del Caribe y de América, la conservación de estos farallones es fundamental.

Una importante extensión del farallón que se encuentra en el sector conocido como “Valle del Este”, junto a la Avenida Ecológica, está ocupada por familias que aprovecharon la existencia del farallón, y sus condiciones físicas, para construir viviendas, eliminando previamente la vegetación que existía, alterando el suelo y los yacimientos arqueológicos existentes, sepultándolos bajo cemento, destruyendo o cubriendo con cemento algunas manifestaciones rupestres, destruyendo algunas de las formaciones secundarias (estalactitas, estalagmitas, coladas, colgaduras, gours, etc.).

La ocupación del farallón, auspiciado por negociantes ilegales de terrenos y estimulado por sectores políticos, es una violación a varios decretos que velan por la protección del farallón sur, violando también las disposiciones de protección de las cuevas y cavernas establecidas en la Ley 64-00 del año 2000.

Como ha estado ocurriendo desde los años 70, las ocupaciones ilegales de áreas frágiles  (junto a los ríos, en áreas verdes, en los farallones) ha sido el “modus vivendi” de mucha gente que encontró en la ocupación y posterior venta de solares y otros espacios una forma de desarrollar un “arte” ejercido en diferentes niveles de nuestra sociedad, unas veces arriba, otras en las capas medias, y otras, como ocurre con los farallones, en las capas bajas. En términos generales: un tipo de corrupción generalizado sobre la base de terrenos ocupados para su negociación.

Uno de los grandes daños de estas ocupaciones ha sido sufrido por las manifestaciones rupestres que se encuentran en esas cuevas, por miles, marcando con su presencia una incuestionable especialización arqueológica rupestre y particular importancia del farallón que las alberga en sus miles de pequeñas y grandes cavidades.

Sin embargo, el peor problema en relación con esa destrucción de un recurso cultural y natural tan importante lo constituye la permisividad política, puesto que los activistas políticos se atrincheran en sus cantones populares prometiendo cualquier cosa que se les ocurra a sus “seguidores”, incluyendo entre esas promesas la titulación de cualquier porción territorial que los “seguidores” hayan ocupado, como ocurrió con las riberas del río Ozama y como ocurre con el farallón.

La corrección a estos problemas será cada vez más difícil cuanto más largas se les dé. La corrección a estos problemas tiene que comenzar con el retiro de las personas que ocupan actualmente el farallón, por lo menos todas las viviendas dentro de un rango de 25 metros desde el pie del farallón hacia el sur, de manera que podamos salvar un recurso natural y cultural que puede generar luego grandes beneficios económicos para la misma gente que decente y organizadamente habite “Valle del Este”.

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