POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
Ely Tavárez me habló una vez de su encuentro con huevos de murciélagos, no sé en qué cueva de su antigua montuna vida. Sepan que Ely Tavárez es del campo, del monte, de la selva centroisleña. Y me hablaba también del respeto que dichos huevos le inspiraban. Cosa nada extraña, pues Ely siente un profundo respeto por todos los elementos que componen la naturaleza, desde el río Guayubín que la vio crecer, hasta el mar que la vio expresar sus votos en la congregación de las carmelitas.
Lo que me resultaba extraño era que ella, siendo tan acuciosa, se quedara con aquella opinión de que los murciélagos ponen. En realidad, los murciélagos paren, una criatura al año, aunque unas pocas de sus más de mil especies paren hasta dos criaturas en un año.
Lo que Ely encontró en alguna cueva de Martín García fueron hongos que crecen redondos, y con una piel suave y relativamente brillante. Pero de esos huevos y hongos nos encargaremos otro día. Ahora nos ocuparemos de otros huevos, que por ser la primera vez que los encontramos, nos parecieron bastante raros.
Cuando nos encontramos con esta rareza, la primera impresión es que se trataba de huevos de lechuza, pero resultaban demasiado grandes. Cada uno medía aproximadamente 9 por 6 centímetros. Además, tenían unas manchas rojo oscuro que tendían a confundirnos más todavía.
Incursionamos en internet, preciada de tener gran cantidad de información, pero ahí nos confundimos más, pues los huevos de lechuza que aparecen son tanto blancos como manchados. Pero además, aparecen en cantidades de entre seis y diez huevos, y teníamos entendido que las lechuzas empollan solamente dos polluelos. Aparte de que el tamaño de los de lechuza se apreciaban bastante más pequeños en las fotos de internet.
Los amigos locales que nos acompañaban entraron en algo de pánico cuando alguien mencionó que podría tratarse de huevos de culebra, y que siendo huevos tan grandes posiblemente se trataba de una culebra bastante grande. No dijimos nada al respecto en el sitio, aunque sabemos que las culebras son ovovivíparas, para que se mantuvieran alejados del lugar cuando nosotros nos hubiéramos ido.
En las cuevas se conoce del hábito de las lechuzas como la Tyto alba- de poner sus huevos en los abrigos y espeluncas altas de las entradas de las cuevas. Sin embargo, en la Cueva de Seboruco de San Juan de la Maguana, encontramos una vez un par de polluelos y a su madre en un rincón en el suelo de la cueva.
Los cucús (Atene cunicularia), ocasionalmente dejan sus huevos cerca de cavidades en zonas relativamente secas. Las golondrinas de cuevas (Petrochelidon fulva) también ponen huevos en las cuevas, pero en sus nidos de barro y saliva que construyen en los pequeños salientes del techo.
Consultamos a Simón Guerrero, subdirector del Parque Zoológico Nacional y especializado en aves, pero éste necesitaba más información sobre los huevos para tener una idea de qué ave se trataba.
Finalmente, en un viaje para medir los huevos (sin tocarlos), nos encontramos con la autora de la puesta en cuestión, tímida y muy nerviosa por nuestra presencia. Se trataba de huevos de aura, esa ave negra y grande que aparece en grupos cuando localizan un cuerpo de algún animal muerto, incluyéndose en el grupo de animales carroñeros, es decir, que se alimentan de animales muertos. No es un ave rapaz, pues las rapaces cazan animales vivos. Por su hábito entran al grupo de animales descomponedores primarios, muy útiles ecológicamente.
Lo que no sé es si encontramos a la madre o al padre de los huevos en cuestión, pues ambos suelen dedicarle tiempo a su empolladura.