País bajo tierra
La muy  amenazada Cueva de los Mil Calcalices

<STRONG>País bajo tierra<BR></STRONG>La muy  amenazada Cueva de los Mil Calcalices

POR DOMINGO ABREU COLLADO
La primera impresión que se tiene al llegar a la entrada de esta cueva es la de que en su interior se desarrolla una competencia de trinos, un concierto de toques cortos de clarinete o el “Encuentro Anual de Sapitos de Cuevas por la Conservación”. Pero para oírlos hay que llegar cuando anochece, o cuando es ya noche cerrada, pues es cuando comienza o está en su apogeo dicho concierto.

El término “calcalices” es el plural de “cálcali”, una onomatopeya cibaeña del sonido de unos pequeños sapos del género de los eleuterodáctilos que ha servido para nombrarlos. Vienen a ser familia del Coquí de Puerto Rico, donde se le ha dado más importancia en términos de identidad nacional.

Sin embargo, los “calcalices” de las cuevas no son los mismos que los de los montes cibaeños. Por lo menos en lo que a su “canto” se refiere. Realizan el mismo acto de inflar una bolsa supramaxilar para el “canto”, pero no realizan el mismo sonido.

Pero lo más importante de esta Cueva de los Mil Calcalices no son sus sapitos cantores en sí, sino la variedad de petroglifos en su interior, uno de ellos totalmente nuevo para nuestros conocimientos.

La Cueva de los Mil Calcalices es una de las que se encuentran en el farallón más cercano a  la costa sureste, del lado abajo (sur) del Hipódromo V Centenario, prácticamente ya rodeada de urbanizaciones y muy amenazada por las recientes invasiones ilegales al Cinturón Verde de Santo Domingo.

Su escarpado interior es la resultante de múltiples formas espeleotemáticas que casi llenan la cueva sin que se encuentren lugares verdaderamente planos para caminar. Todo su interior conduce verticalmente a un acuífero que probablemente es parte del que suple de agua al hipódromo.

Tanto sus cientos de formaciones secundarias como su humedad, hacen de esta cueva un sitio ideal para la proliferación de los “calcalices” que le dan nombre. La humedad abundante de esta cueva no es solo la que se encuentra en su parte más baja, sino también la que proviene del techo, principalmente cuando llueve y el agua atraviesa rápidamente por la porosidad de la caliza arrecifal en que se abre y humedece el interior en su totalidad.

Por estar rodeada (todavía) de vegetación es mucha la materia orgánica que cae en el interior a través de dos grandes claraboyas, lo que da más posibilidades a los “calcalices” para su supervivencia.

Unos 25 petroglifos aparecen concentrados en la zona que mira hacia la entrada de la cueva. Todos grabados sobre formaciones secundarias y algunos de ellos en el extremo superior de estalagmitas.

Todos estos petroglifos son de aspecto antropomorfo. Algunos presentan un cuerpo completo, otros solamente una cara. Ninguno de los petroglifos coincide en tamaño, encontrándose algunos que no pasan de los tres centímetros y otros que llegan hasta los 35 centímetros.

El más notorio

El más notorio de estos petroglifos, y el que parece haber sido elaborado ya en los últimos tiempos de nuestros aborígenes, es uno que aparece mirando hacia las claraboyas y no hacia la entrada de la cueva.

Su aspecto es antropozoomorfo (u ornitomorfo), pues presenta cuerpo de persona pero la cara, o la cabe4za, se asocia más con la cabeza de una lechuza o búho, tanto por los ojos como por las señas sobre los ojos que en el caso de la lechuza lo asocia con la lechuza conocida como “orejitas”, por presentar sobre los ojos un par de plumas pequeñas que le dan semejanza de orejas.

El aspecto reciente de este petroglifo se interpreta por aparecer sobre una estalactita truncada en su parte inferior que no ha sido cubierta suficientemente por pátina alguna, problablemente por encontrarse lejos de la mayor actividad del agua proveniente del techo. Eso ha hecho que este petroglifo se mantenga tan limpio y claro.

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