El hombre creyó que por el tiempo transcurrido, la situación habría cambiado. Antes había escuchado y comprobado que los desabolladores y pintores de autos no dan mucha importancia a la palabra empeñada.
Llevó su vehículo a un taller, pero no a uno cualquiera. Éste tiene magnífica infraestructura, todo bajo techo, seguridad, sala de espera con aire acondicionado y brindis de café. Unos muchachos atentos reciben el vehículo.
La reparación era leve y el hombre indagó sobre precio y tiempo que conllevaría el trabajo. En dos días, señor. El hombre discurrió entonces de este modo: Lo traigo lunes tempranito y me lo llevo martes en la tarde. Antes de abrir el establecimiento, estuvo allí con su carro parcialmente abollado.
Al medio día del martes, el cliente llamó al sitio y recibió un consejo: Es mejor que ese carro se quede hasta el miércoles para nosotros trabajarle mejor. El hombre asintió mansamente, y todavía creyó en las palabras de los desabolladores.
El miércoles, cuando llamó a su oficial de servicios, el hombre supo que el carro ameritaba un repulido y que por tanto debería permanecer en la factoría anti colisiones. Habrá que esperar hasta el jueves, se dijo, y esperó.
Jueves. Indagó acerca de la hora en que recibiría el carro. Se lo explicaron muy amablemente. Como se le pintó el bonete, había que darle tratamiento a los guardalodos. El hombre se dijo: Creí que este taller era diferente, pero ya veo que es igual a todos los otros.
Llegó, penetró, recorrió el plantel y al no ver el carro, ¡zas! corrió la imaginación: Terminaron de trabajar y salieron en él a realizar…. Pero, vana ilusión. Permanecía en un cuarto especial donde internan a los autos que serán sometidos a pintura. Es como una sala de operaciones.
Entre tanto, el joven de servicio al cliente increpaba al pintor: Santa, ¿pero ese vehículo no está pintado? Dios mío. Parsimonioso, mesurado, el operador siguió trabajando y aseguró al propietario: Mañana, ya usted tiene su carro.
El quinto día, la angustia se cernía sobre nuestro personaje, ya no deseaba ser tratado con amabilidad ni que le ofrecieran café ni respirar el fresco aire de la oficina. Presumía, eso sí, que su auto podría estar estorbando en aquel sitio, listo para entrega.
Ciertamente, había sido pintado, pero a su lado yacía la defensa delantera y el carro lucía como una persona sin dientes. Con un libro en la mano y el rostro sombrío, el dueño del carro esperó un par de horas y antes de anochecer lo abordó y se fue.
Mientras esquivaba curvas y basurales en la Cayetano Germosén, el hombre rumiaba su desengaño: Creí que por su condición, ese centro sería diferente, pero al fin y al cabo, son desabolladores.
Una reflexión oportuna: Lo único comparable a los desabolladores y pintores de autos, en cuanto al valor de su palabra, es el gobierno de Leonel Fernández. Anuncia, promete, analiza, elucida, emboba, pero nada cumple.
Incumplimiento con la seguridad social, incumplimiento a los productores agropecuarios, incumplimiento con la educación pública, incumplimiento con la seguridad ciudadana, falsos planes de controlar la corrupción, incumplimiento a los médicos y enfermeras.
Pero eso sí, retórica, comisiones, simulaciones, anuncios palabras de desabollador, en fin.