Palabras asesinas vs palabras de vida

Palabras asesinas vs palabras de vida

“Aunque seas tan casto como el hielo y tan puro como la nieve,
no escaparás a las calumnias”.

William Shakespeare

Desde siempre se ha advertido acerca del poder que tienen las palabras. Literalmente, lo que decimos crea o destruye. Hace unos días, un amigo me habló acerca de un comentario malsano que escuchó acerca de mi. Al principio, me dió risa. ¡Era tan descabellado! Luego, no podía dejar de preguntarme qué parte de mi necesitaba verse envuelta en algo así.

Las palabras que salen de nuestras bocas muestran nuestro nivel de consciencia. Lastimosamente, en nuestra cultura no hay una educación dirigida a que miremos esto. En el judaísmo existe una expresión «lashón hará», que significa “habla mala”, y se refiere a cualquier comentario que sea potencialmente dañino para otras personas, independientemente de si es cierto o no.

Popularmente, lashón hará también es usado para describir los conceptos de «rejilut» y «hotzaat shem ra», que significan difamar y mentir acerca de la vida de otros. Muchas veces, hablamos solo por hablar, y terminamos chismeando acerca de otras personas, sin considerar el efecto boomerang ¡la energía nunca abandona su fuente! Asi, todas las palabras que salen de nuestra boca, regresarán a nuestro cuerpo. Si han sido sanas nos fortalecermos, pero si han sido impuras ¡nos enferman!
Por otro lado, algunas culturas ancestrales dicen que cada persona está dotada de un cierto número de palabras en su vida. ¿Quién querría perder algo tan valioso hablando por hablar? La calumnia es como el aceite -decía Napoleón Bonaparte- que siempre deja huellas. Quizás, igual que yo te preguntarás ¿Qué hace a la gente hacerlo?

En constelaciones familiares, aprendí que la difamación viene de la buena conciencia, una instancia que nos hace pertenecer al grupo (especialmente a la familia), aceptando ciegamente sus normas. De esta manera, juzgamos a las personas -y situaciones- que “no son bien vistas” por nuestro clan.

Para otros, como I. M. Altamirano, la calumnia es tan solo un recurso utilizado por la gente mezquina. Él dice: “Si la culebra pudiese hablar, sería el mayor calumniador del león. Los hombres reptiles por eso persiguen con su lengua a las almas superiores”. Sabiendo que esta dañina práctica es más frecuente de lo deseado, y que “la virtud misma no puede librarse de los golpes de la calumnia”, como dijo el escritor británico William Shakespeare, algunas tradiciones han establecido consecuencias legales y morales para los calumniadores.

En el budismo y el judaísmo, el acto se considera criminal. Para la Torá (un libro sagrado), el dolor más grande que se le puede ocasionar a alguien es la vergüenza. Así, cuando una persona provoca que alguien se ruborice, es juzgada como si hubiese cometido un hecho de sangre. En caso de que la vergüenza haga desaparecer la sangre del rostro, tornándolo blanco, es tratada como un asesino.

El filósofo Platón creía que “Los que propagan la calumnia y los que escuchan, todos ellos deberían ser colgados: los propagadores, por la lengua, y los oyentes por las orejas”. ¿Imaginas que pasaría si implementáramos esto? ¡Posiblemente seríamos colgados!

Buda dice que hay 10 cosas que todos los seres consideran malas. Tres de ellas dependen del cuerpo, 4 de la boca, y 3 del pensamiento.
“Los 3 actos nocivos dependen del cuerpo son: matar, robar y cometer adulterio. Los 4 que dependen de la boca son: calumniar, maldecir, mentir y adular. Los 3 que dependen del pensamiento son; envidia, cólera y pasión ciega. Todas estas cosas van contra el sacro camino, y por tanto son nocivas”.

Cualquier comentario que pueda quitar valor a la persona de la cual se habla, ante los ojos de quien escucha es «lashón hará». Esto significa que no debemos hacer un comentario que pueda dañar (o perjucicar) a alguien física, psicológica o económicamente. La exepción a esto es cuando lo que hablamos está motivado por el deseo de evitar un mal mayor. Por ejemplo, cuando se da una información relevante que puede evitar una alianza nociva, como es el caso de un matrimonio o una sociedad de negocios.

Aún en estos casos, la información debe ser solicitada. En caso contrario, estaríamos transgrediendo uno de los órdenes de la ayuda. Un ejemplo de esto es cuando se demanda: “si alguien tiene objeción a esta unión, hable ahora o calle para siempre”.

Decir algo que no es cierto, que debilita, o hace daño a quien realmente somos, también es difamación. Por ejemplo, cuando usamos el “Yo soy” para mostrar un atributo que no corresponde a la naturaleza de Dios, por ejemplo: yo soy impaciente, impuntual, gastador (a), rencoroso (a), etc. Además, repudiamos nuestra naturaleza divina.

Cada experiencia llega a nuestras vidas preñada de bendiciones, que se revelan cuando asumimos nuestra responsabilidad en lo ocurrido. Ser calumniada no me enojó, entristeció o decepcionó, ¡pero me despertó! Me ha hecho revisar la ligereza con que a veces hablo.

He tomado la decisión de ser impecable con mi palabra, usarlas para elevar, dar ánimo y motivarme a mi misma, y a otros. Elijo utilizar el lenguaje para sanar y dar vida, en vez de dañar o destruir. Tomar el consejo del libro sapiencial de los proverbios cuando dice: “El que guarda su boca y su lengua, Su alma guarda de angustias” (21:23)

Los Sabios dicen que cada segundo que una persona controla sus labios de hablar mal de otros, lo hace merecedor de la luz escondida para los justos a la que incluso los ángeles no tienen acceso. ¡Elijo la Luz!

 

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