Palabras para el señor presidente

Palabras para el señor presidente

R. A. FONT BERNARD
Como desinteresado admirador de las dotes intelectuales que enriquecen la personalidad del presidente de la República, doctor Leonel Fernández, y en cierto modo, como compromisario de su actual protagonismo político, preconizado por mí hace ahora aproximadamente diez años, se justifica mi preocupación,por las manifestaciones de pesimismo con que se ha expresado en días muy recientes. Me inclino a creer, que su referencia a la existencia de un «Estado caótico», fue un «lapsus lingue», perversamente manipulado por algunos de sus adversarios políticos y hasta por varios que no lo son.

¿Está asqueado el presidente por el vaho de la corrupción que en la actualidad contamina el ambiente nacional? ¿Le perturba la soledad del poder? ¿Está decepcionado, por las inconductas de algunos de sus asociados?

El reto que supone para el presidente Fernández los próximos tres años del período para el que fue elegido, tiene una dimensión inmesurable, propia para poner a prueba las fibras vitales de cualquier gobernante. Pero fue precisamente, por considerársele capacitado para sobreponerse a ese reto, por lo que su candidatura fue legitimada por una votación popular, sin antecedentes en la historia política de nuestro país.

Y es la magnitud de ese apoyo popular –ratificado por la encuesta Gallup, recientemente puesta en circulación–, la que le compromete con la dirección desde el poder de la revolución democrática, pendiente desde la caída de Trujillo en un charco de sangre el 30 de mayo del 1961. Una revolución que higienice todo lo que está podrido en el país; y que expanda el bienestar social, para que el pueblo se sienta en un estado de liberación y no de subestimación.

En cuanto a gobierno, salvar es estabilizar. Ponerle nivel a los desniveles. Una labor que no es de un gobernante cualquiera. Y en el caso particular del presidente Fernández, es la actitud y el compromiso de los que retornan, porque están investidos de las cualidades para el retorno. Los que no son predestinados, sino necesarios, en ciertas circunstancias a las que no se puede, aunque se quiera, escapar.

El presidente Fernández no lo es porque le fuera fácil «volver a ser». Hay otros que han sido y les ha sido imposible volver a ser. ¿Por qué? Porque no han sido consecuentes con las «circunstancias», y han carecido de la visión de los nuevos destinos del hombre y de la Nación.

El liderazgo político del doctor Fernández está íntimamente relacionado con las actuales circunstancias del país. Don José Ortega y Gasset, sin que su filosofía fuese destinista, ni providencialista, sentenció: «Yo soy yo y mis circunstancias, y si no salvo a éstas, no me salvo yo».

No diré yo que el presidente Fernández deberá ser el descubridor de las soluciones nacionales. Antes que él, varios presidentes de la República han tenido en sus manos esas soluciones. Pero las han distorsionado, e inclusive, las han sometido a disecciones. Pero en este segundo período el liderazgo político del Presidente Fernández, está íntimamente relacionado con las «circunstancias» del país. De su pensamiento y de su acción dependerá que el país se encarrile o se acabe de descarrilar. No sólo dispone él de los poderes que le asigna el artículo 55 de la Constitución de la República, sino, además, del peso específico de un liderazgo sólo comparable con el del doctor Joaquín Balaguer, en nuestra historia contemporánea.

El poder es para transformar, para cambiar. No ha de ser usufructo sino tarea. Y en tal sentido, el presidente Fernández tiene que actuar como el centinela insomne. Si bien ejerciendo la primera magistratura del Estado con una función didáctica como prefiere ejercerla, no desentendiéndose de que, en países como el nuestro, el poder es como una embarcación permanentemente azotada por tormentas en las que los intereses creados la ponen en el riesgo de naufragar.

Lo que vale y perdura en el ejercicio de la dirección política de un país es lo que se realiza en beneficio de la mayoría ciudadana. Y juntamente con sus arbitrariedades, a Trujillo se le ha de recordar por la promulgación del Código del Trabajo y la Ley del Seguro Social, aún vigentes cincuenta años después de su publicación. Y el doctor Balaguer impuso sus leyes agrarias venciendo la resistencia de los grupos latifundistas que formaban parte de su poder político.

Como lo manifestó el secretario general de la OEA, doctor José Miguel Isulza, en su reciente visita a nuestro país, en la actualidad no es el poder militar el que decide la suerte de los gobiernos. Son los pueblos que, aunque tardíamente, están reconociendo que son los detentadores de las soberanías nacionales. El mensaje del que fue portador el doctor Isulza supone una ratificación de lo expresado hace ahora más de un siglo por don Eugenio María de Hostos, conforme a lo cual «la anarquía no es un hecho político, sino un estado social».

Por la posesión de la cultura enciclopédica que enriquece el protagonismo político del presidente Fernández, se me ocurre creer que ha leído la biografía del presidente tunesino Habid Burguiba. En ella figura una expresión del biografiado que vale por un mensaje pleno de inspiración y de conducta: «Yo no puedo pedir a mi pueblo –sentenció el Presidente Burguiba- más que aquello que responde a sus aspiraciones profundas, y a veces secretas, que no siempre son consecuentes, pero que yo adivino porque estoy hecho para eso: porque ese es mi oficio».

Me reafirmo en la convicción de que en éste, su segundo período de gobierno, el doctor Fernández no ha regresado al Palacio Nacional con un arco sin flechas. De él, de su decisión, de su coraje, del conocimiento de la extrema pobreza que afecta a más de dos tercios de la población del país dependerá que la vitalidad de su gobierno constituya el soporte de la vitalicidad que ha proclamado para el partido político que preside.

El doctor Joaquín Balaguer no le debía nada a nadie porque sabía que su poder político se lo debía a su talento y a su cultura. Quiera Dios que el doctor Fernández no demerite el pronóstico que formulé hace ahora aproximadamente diez años: él es él, y las presentes «circunstancias» del país.

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