De Eclesiastés 3 aprendemos que “hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo” y que “todo tiene su momento oportuno”. Reza este libro de las Escrituras que hay un tiempo para plantar y otro para cosechar; para destruir y construir; llorar y reír; esparcir piedras y recogerlas; callar y hablar.
Estas admoniciones son aplicables a todo el comportamiento humano, y la política no constituye una excepción, en cuanto a que debe haber tiempo para las palabras –y el discurso- y los hechos y las acciones; a pesar de las distintas interpretaciones del saber humano, algunas discrepantes, propias de nuestra naturaleza individualizada.
Hay interpretaciones que confunden las palabras con los hechos. Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española, gustaba decir que “en política, palabra y acción son la misma cosa”, lo que ejemplarizaba afirmando que un discurso puede resolver un problema. Psicólogos opinan que “las palabras son tan importantes como los hechos” mientras religiosos y esotéricos cultivan la idea de que “la palabra tiene poder”.
A contrapelo, hay expresiones que dicotomizan las palabras frente a los hechos, entre el discurso y la acción. Se atribuye a la pintora mexicana Frida Kahlo haber manifestado “Quiero hechos, no palabras. Si quiero palabras me leo un libro”.
El dictador peruano Manual Odría cifró su dominio durante el ochenio 1948-1956 en la consigna “hechos, no palabras” para matizar su gobierno calificado en la historia, por diccionarios enciclopédicos, como de pragmatismo progresista y arraigo nacionalista.
De nuestro entorno político no podemos dejar de recordar a Balaguer advirtiendo que la democracia es mas “oír que hablar” y su insistente recordatorio que el reformismo “no es un partido…de…promesas sino…de…realizaciones”, lo cual coronó con su posterior inscripción en la sanción evangélica del maestro de Galilea: “por sus frutos los conoceréis”.
No faltan expresiones propias del refranero popular aplicables al caso, como la paradoja existente entre palabra y acción: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. O si las palabras no llegan a respaldarse con hechos, se recuerda al poeta del romanticismo español, Gustavo A. Bécquer: “se las lleva el viento”.
Estas reflexiones son oportunas ante el estado de ánimo que vivimos como consecuencia de la crisis sanitaria y económica que nos azota; demandante de realizaciones a un gobierno recién instalado que intenta desmantelar una estructura montada durante 16 años.
El dilema que confronta el ejercicio gubernamental, ausente en el ejercicio opositor, es determinar el momento para minimizar el predominio de la palabra para dar paso a maximizar predominio de hechos; requiriéndose previamente convencerse de que los hechos proporcionan resultados sostenibles frente a espumantes resultados que proporcionan palabras.