Palinodias ideológicas y convicción democrática

Palinodias ideológicas y convicción democrática

 FABIO RAFAEL FIALLO
La tesis de la «dictadura con respaldo popular», con la que el Profesor Juan Bosch abandonó por un tiempo su proclamada adhesión a la democracia representativa, no surge inopinadamente de la nada. Dicha tesis se encontraba ya en germen en el famoso discurso de la «aplanadora», pronunciado por el Profesor días antes de tomar el poder en 1963, en el que se declara dispuesto a prescindir de todo debate con la oposición en el Congreso a fin de hacer adoptar en 72 horas sus leyes y reformas (ver mi artículo «Aplanadora y tiranía de la mayoría», Hoy, 7 de septiembre de 2007).

Aquella tesis se inscribe igualmente en el linaje de la afirmación del Profesor de que «saber gobernar es mantenerse en el poder». En efecto, a la luz de esa afirmación, ¿por qué un gobernante que llegara a disponer de medios políticos y militares suficientes debería privarse de instaurar una dictadura si ello fuese necesario para conservar el poder?

El repudio a la democracia representativa que manifestó el Profesor, a la que incluso llegó a llamar despectivamente «La Mentada», no se circunscribió al plano teórico. Abarcó igualmente el campo de la praxis política. En efecto, en 1978, Bosch desestima el valor del veredicto de las urnas, favorable a Antonio Guzmán, el candidato de su rival el PRD, y afirma que «si Balaguer decide entregarle el poder al PRD» (como si fuese a Balaguer y no al pueblo a quien le tocara decidir), dicho poder sería ejercido «por el embajador de Estados Unidos o por cualquier empleado de la Embajada que represente al embajador» («Ve Gobierno tendría autoridad disminuida», Listín Diario, 26 de mayo de 1978). Ulteriormente, el Profesor persiste en su desdén por la democracia y declara que «respetar la voluntad popular» en 1978 era la «consigna que le convenía a la intervención política norteamericana» («Bosch critica acción Carter», Listín Diario, 2 de mayo de 1981).

Cabe preguntarse, amigo lector, qué hubiera ocurrido en un gobierno en que el Profesor hubiese tenido efectivamente las riendas del poder, lo que no era aún el caso en 1963, pues él mismo afirma en su «Gramática parda del golpismo» (revista Life en español, 11 de noviembre de 1963) que en ese entonces ni siquiera podía sustituir a los jefes militares. De haber perdido unas elecciones teniendo el control de los mandos militares, ¿qué le hubiera impedido al Profesor desestimar la voluntad popular invocando los mismos argumentos que esgrimió en contra del candidato escogido por el pueblo en 1978? ¿Y sobre qué base puede afirmarse, conocida hoy su tesis, que en 1963 Bosch no acariciaba ya la idea de ir más allá de la aplanadora e instalar, cuando tuviese el control efectivo del aparato militar, la «dictadura con respaldo popular» por la que abogó a los cuatro vientos tan sólo pocos años después?

Los seguidores del Profesor evocan que su líder cumplió la promesa hecha en su discurso de investidura cuando afirmó: «Mientras nosotros gobernemos, en República Dominicana no perecerá la libertad».Y así fue. Eso no invalida, sin embargo, las interrogantes que acabo de plantear.

En efecto, incluso si Bosch vislumbraba ya en 1963 instaurar su modelo de dictadura, estaba por el momento obligado a respetar las libertades públicas ya que, como él mismo confiesa en su artículo precitado, no podía ni siquiera sustituir los mandos militares. Y un jefe de gobierno sin el control de los mandos militares no tiene el nivel de poder real necesario para suprimir o coartar la libertad.

Por otra parte, algunos de los partidarios del Profesor han argüido que la «radicalización» de su líder a favor de una «dictadura con respaldo popular» no se hubiera producido de no haber ocurrido el traumatismo del funesto golpe de Estado de 1963 y la ominosa intervención militar norteamericana de 1965.

Tal alegato acredita por sí solo las inquietudes que, durante el gobierno del Profesor, externaron muchos dominicanos, incluyendo Viriato Fiallo, a propósito de la firmeza de las convicciones democráticas de Bosch (ver nuestro artículo «Viriato Fiallo y el comunismo», Hoy, 14 de septiembre de 2007). En efecto, si Bosch hubiese creído sólidamente en la democracia representativa, si hubiesen sido, pues, infundadas las inquietudes que sobre él pesaban al respecto, los reveses políticos que sufrió le habrían dado la oportunidad de demostrar al país y al mundo la sinceridad de su profesión de fe democrática, en vez de ponerse a defender un tipo de dictadura pretendidamente original.

A guisa de comparación, las vicisitudes políticas y los lustros de encarcelamiento de Nelson Mandela no le llevaron a renunciar a su apego a la democracia y menos aun a abogar por una dictadura. Esto, entre otras cosas, explica por qué el gran líder sudafricano supo preservar el aura y el respeto de los que se hizo merecedor tanto dentro como fuera de su país, logrando hacer triunfar la lucha en contra del apartheid.(Ver nuestro artículo «¿Por qué no hubo un Mandela dominicano?», Hoy, 17 de febrero de 2006).

Las consideraciones precedentes no merman en absoluto el carácter ilegítimo y funesto del golpe de Estado de 1963, el cual, siguiendo la línea de mi abuelo Viriato Fiallo, he condenado con vigor en más de una ocasión. Lo que me he propuesto aquí es demostrar que las palinodias ideológicas y los virajes políticos del Profesor posteriores al período en que gobernó, con su tesis de la «dictadura con respaldo popular» y su menosprecio de la voluntad popular en 1978, ayudan retrospectivamente a comprender las críticas y los reclamos de clarificación que sobre las intenciones de Bosch formularon en 1963 tantos dominicanos de buena voluntad.

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