Pandemia: ciencia y religión

Pandemia: ciencia y religión

En esta hora crucial en que el coronavirus sacude al mundo entre la incertidumbre y la esperanza, se requiere de un liderazgo universal fuerte, confiable, transparente, y sabio.

Somos un barco que navega en alta mar bajo tormenta, necesitamos de la capacidad y el coraje de gente que entienda de brújula para que nos conduzca a puerto seguro.

Cualquier acción que desvíe los recursos y las energías disponibles hacia objetivos equivocados puede resultar funesta, prolongando e incrementando la angustia, el dolor, la pena y el luto en toda la humanidad.

Los reiterados llamados a la coordinación de acciones conjuntas por parte del director general de la Organización Mundial de la Salud deben ser atendidos, a fin de reducir la velocidad de expansión de la covid-19, mientras se acelera la procura de vacunas efectivas para prevenir la peligrosa enfermedad.

Hoy contamos con la más alta y sofisticada tecnología jamás soñada, hemos de ponerla al servicio de la salud mundial, en lugar de hacerlo para ampliar y potenciar la capacidad destructiva de las armas nucleares. Digamos adiós al armamentismo y hagamos que enmudezcan todas las voces guerreristas.

La ciencia médica trabaja afanosamente en los campos de la investigación y experimentación para generar en un tiempo récord una o varias vacunas efectivas, eficaces y seguras para inmunizar a todas las personas vulnerables que habitan el planeta.

Es un total sinsentido pretender contraponer las distintas interpretaciones religiosas a las prudentes medidas y recomendaciones sugeridas por las autoridades del campo epidemiológico internacional.

En esta delicada coyuntura el credo religioso y los consejos sanitarios pueden sincronizarse a modo del Ying y el Yang.

¿Cuán fructífero sería para el universo cristiano aplicar el segundo mandamiento que reza del siguiente modo: “¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!” ¿Y por qué no también incluir el quinto mandamiento? Este ordena: ¡No matarás! Conjuguemos esos dos mandatos con sendas sugerencias hechas por la Organización Mundial de la Salud a propósito de la escalada creciente de la pandemia: ¡Hagamos uso obligatorio de la mascarilla! ¡Mantengamos el apropiado distanciamiento físico!

¿Por qué la insistencia de uno que otro fanático religioso de querer combatir a la ciencia en lugar de buscar una alianza estratégica? Sólo basta con mirar las cifras escalofriantes de muertes y de casos positivos para el SARS-CoV-2 en vastas y potentes naciones como la República Federativa de Brasil y los Estados Unidos de América, sólo por citar dos Estados en los cuales el dogma teológico se ha contrapuesto a los intentos de implementar ciertas restricciones sanitarias consideradas pertinentes para sofocar la crisis sanitaria presente.

Así también es dañina la politización partidista-ideológica en la lucha contra la pandemia. Promover un clima de conflictos sociales, de guerra económica entre países menoscaba la capacidad de combate de un frente mundial robusto y abundante en recursos financieros para mitigar las consecuencias de la crisis económica agravada por la enfermedad.

Dejemos que la sensatez y la cordura se adueñen de las mentes altruistas de millones de ciudadanos que habitan cada uno de los confines de la tierra, incluidos europeos, indoasiáticos, iberoamericanos, norteamericanos, africanos, caribeños, australianos y neozelandeses; sean estos laicos o religiosos, ricos o pobres, cual que fuere su etnia, u origen.

El coronavirus nos ataca a todos sin discrimen alguno, igual debemos responderle.
Nuestra consigna debe ser: Ciencia y religión en unidad estratégica para vencer al coronavirus. ¡Conocimiento y fe juntos hasta vencer!

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