Panfletos perversos que buscan infundir temor al periodismo libre

Panfletos perversos que buscan infundir temor al periodismo libre

Aunque el panfleto es, por definición de Real Academia de la Lengua, un sinónimo de libelo, o sea un escrito en que se denigra o infama a alguien o algo, su uso ha sido reivindicado y ha tenido un trascendente papel en luchas históricas contra la opresión, las tiranías y en favor de la libertad.

En regímenes totalitarios que conculcan toda forma de disensión, incluso imponiendo el silencio mediante torturas y asesinatos, este tipo de mecanismo ha jugado un rol patriótico, como ocurrió con los “Panfleteros de Santiago” durante la sangrienta dictadura de Rafael Leonidas Trujillo.

Censurable, inadmisible y bien distinto es el panfleto que, a diferencia de lo buscaban estos meritorios luchadores antitrujillistas, se impone como objetivo supremo, no sólo denostar, sino tratar de llevar a un silencio cómplice frente a la corrupción y las acciones indecorosas.

El blanco de este malvado objetivo se ha dirigido en estos días contra el periodista Marino Zapete, cuyo único pecado ha sido tener la entereza de flagelar como lo hacía en su tiempo Erasmo de Rotterdam -con toda la libertad de los verdaderos espíritus independientes- cualquier situación o comportamiento contrarios al interés general de los ciudadanos y del imperio de la ley.

Veterano de viejas batallas contra la intolerancia de gobiernos y de odiosos personajes cavernarios, Marino sabe cómo enfrentar sin dobleces estos mecanismos y desafía sus perversos fines, pero como ser humano sensible no deja de causarle desasosiego a él y a su familia y por esa razón ha puesto en auto a la Justicia, aunque sabemos que ésta no siempre actúa con celeridad y la debida amplitud.

¿Cómo es posible que en esta sociedad se permita que un periodista como él, que no persigue imponer a rajatabla su palabra, sino ejercer el derecho a expresar libremente su pensamiento -sin censura ni cortapisas, como lo hace a través de sus comentarios en SIN y El Jarabe, tenga que exponerse a este tipo de incómodas y malévolas situaciones.

¿Por qué pocos reaccionan ante esta acción indigna y vergonzosa, por este abierto intento de chantaje y de coartar una voz que defiende su conciencia? Nadie está obligado a coincidir con Marino. ¿Pero acaso no se advierte en esto, más allá de un caso particular, una señal ominosa, un claro intento de acallar las denuncias y las críticas para que prevalezca el periodismo banal y obsequioso a cargo de voces pagadas y alabarderos sin principios?

El periodismo independiente, ejercido con integridad y sin dobleces, siempre será provechoso para el fortalecimiento institucional y el respeto de los derechos humanos, pero como contraparte tendrá inevitablemente de frente a los enemigos de la libertad.

Ese es el precio que tienen que pagar aquellos comunicadores que, por ética y filosofía personal, sólo siguen los dictados de su conciencia para responder e identificarse únicamente con el bien común.

Por seguir de forma estricta esos lineamientos y no dejarse doblegar ante una supuesta difamación, es que Marino ha sido víctima de la tenaz persecución que, durante largo tiempo, lo mantiene sometido a agotadores procesos en los tribunales.

Aunque se ha demostrado hasta la saciedad que no hubo tal difamación, sino el ejercicio pleno de la libertad de expresión y difusión del pensamiento, consagrado en la Constitución de la República, ha tenido que soportar interminables jornadas judiciales.

Pero por su temple personal y su irrenunciable decisión de no apartarse de sus convicciones profesionales, ha afrontado con estoicismo ese desafío, que corresponde a todos aquellos que como él, no están dispuestos a someterse al silencio cómplice e irresponsable.

Como hacía Erasmo con algunas de sus mordaces críticas, dejamos en el tintero los posibles nombres propios que hay detrás de estas amenazas y de estos inmundos panfletos contra Marino y el periodismo comprometido con la verdad inocultable, diciendo que quien se sienta aludido es su propia conciencia que los señala con el insobornable dedo acusador.

 

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