Panfletos

Panfletos

UNO

Qué es lo que no hay en la sociedad dominicana? ¿Por qué nos parece siempre que todavía estamos en las bacanales salvajes del manigüerismo criollo del siglo XIX? ¿Por qué ésta fría historia circular en la que todo se repite?

Lo que sí hay en la sociedad dominicana es la ausencia de un régimen de consecuencias, con instituciones sancionadoras. Y es por ello que los paradigmas de la impunidad se despliegan como un cortejo vergonzante que siempre regresa. Si algo nos conmueve todavía es la concepción tan aldeana que tenemos del Estado-nación. Lo que humilla es que en pleno siglo XXI la riqueza pública sirva para financiar canallas que se disfrazan de “líderes”, de “filántropos”, con los fondos públicos. Lo que subvierte es que alguien pueda forjar un grupo económico, desvencijar el escaso estado de bienestar del pueblo, y continuar como si nada hubiera pasado. Lo que apabulla es cómo ante los ojos de todo el mundo le dan categoría de estrategia de Estado a la corrupción. ¿Alguien ignora lo que ocurrió aquí en los últimos ocho años? ¿No lo saben, acaso, los poderes fácticos, los empresarios, los industriales, la iglesia? ¿No lo saben los pobres de solemnidad? ¿No lo pregona el “poder de mostración social” de los nuevos ricos?

Dudo, como en la razón evidente de René Descartes, que haya alguien que desconozca que todo cuánto ha ocurrido en el manejo de las finanzas públicas fue un desfalco insolente y brutal. Dudo.

DOS

De golpe volví a revisar las ideas del filósofo italiano Mario Perniola, expuestas en su libro “La sociedad del simulacro”, y sobre las cuales he escrito algunos artículos para esta columna. Los temas de Perniola constituyen tópicos del debate intelectual de nuestros días, y bastaría leerlos para percatarse de cómo la imagen del simulacro puede sustituir la realidad, pero sobre todo, de cómo los signos que median en la vida social se hacen intercambiables, y ante el predominio del simulacro, valen lo mismo. En la sociedad dominicana el delincuente juzga al juez, el corrupto rumia sobre su fama, el asesino dispersa a la víctima concreta en individuo, el político ladrón echa la culpa sobre la irresponsabilidad de la historia, el mandatario charlatán dice que es el Todopoderoso el que lo ha colocado en el cargo supremo, la víbora del culpable hinca sus colmillos en el cuello del inocente; en fin, que todos esos dibujos adjetivos otorgan a la realidad dominicana las cualidades de un mundo bizarro, un mundo al revés, cuya epidermis es, fatalmente, la triste contabilidad de la mentira que es nuestra historia. Porque aquí, son los pájaros los que le tiran a las escopetas.

TRES

Escribo estos panfletos con un ojo abierto y el otro cerrado, como la guinea tuerta del merengue de aquel famoso intérprete de la “Era de Trujillo”, al que llamaban “Guandulito”. ¡Oh, Dios, la realidad y su memoria! Todo se compra y se vende. Nos han cobijado bajo la inexorable perpetuidad de la mentira. Nos piden la desmemoria, el silencio, como si nada tuviera que ver con el despojo. No hay canallas, sino diferencias cuantitativas entre los actos humanos. Escribo con un ojo abierto y el otro cerrado, escuchando el rasgueo del acordeón de “Guandulito” cuando describía el ojo rojo de la guinea tuerta; porque en las malditas tramas de la historia ya todo está invertido, y en el escapulario de las luchas queda bien claro que lo que importa son las cuentas del “exitoso”, del “triunfador”. Yo solo soy un escribidor, y lo que defiendo son esas briznas débiles de la memoria histórica que las conveniencias coyunturales del modo de hacer política borran cada día más, pero que no son ornamentos, sino la piel de la decepción en que nos hemos hundido como pueblo. Sé que hablo y escribo en una sociedad secuestrada, sin instituciones, en la que el poder del dinero es abrumador, pero siempre he asumido todos los riesgos que supone el despliegue algo positivo de la verdad. Yo, el demandado.

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