Han transcurrido 31 años de la aventura político-militar que la dictadura militar argentina que ahogaba al pueblo argentino, ante el franco y combativo rechazo de éste, decidió emprender la invasión a las islas Malvinas en poder los británicos desde 1833.
Esa invasión, que duró 74 días hasta la capitulación de las tropas argentinas, con una elevada cuota de 654 muertos, mientras del lado británico se registraron 254 bajas, le permitió a los ingleses establecer ante el mundo su postura de posesión de las islas y la decisión de los habitantes de las islas para la autodeterminación que decidiera sobre su destino bajo la bandera inglesa o la argentina.
La presidenta argentina, Cristina Fernández, el pasado año y en Usuhaya, la ciudad mas austral de su país, en el homenaje en el 30 aniversario para reconocer el martirio y heroísmo de las víctimas argentinas, planteó la posición de los pueblos del mundo que apoyan a Argentina, que se debe llegar a una negociación seria y responsable que cumpla con el mandato de lo que las Naciones Unidas han estado demandando desde hace tiempo. Ella es consciente de que recurrir a una aventura militar sería un desatino mayúsculo y generaría calamidades sin fin, y agravios que no se subsanarían en varias generaciones.
El pueblo argentino ha logrado concitar un admirable respaldo continental y mundial de la sociedad civil de los países, en que se establece como prioridad de reconocimiento la justeza de los requerimientos de ese país austral para parte de su territorio, que le fuera cercenado en aquella época que el sol no se ponía en los territorios dominados por la corona británica.
Las simpatías por las demandas argentinas de discutir el futuro de las islas en una negociación responsable, ha encontrado en el mundo un apoyo inusual para este tipo de reclamo. La magnitud de ese apoyo universal permite augurar que en un futuro no muy lejano se lleven a cabo conversaciones maduras de dos países responsables de sus condiciones de liderazgo mundial, y teniendo en cuenta las aspiraciones de los habitantes isleños, que en escaso número viven precariamente de actividades pecuarias y piscícolas. Ahora tienen la esperanza de potenciales yacimientos de petróleo de gran magnitud, con lo que la importancia de las Malvinas toma un nuevo relieve que obligará a conversaciones muy responsables.
El gobierno inglés ha endurecido su posición y hace demostraciones de fuerza para reafirmar y enfatizar de quién es el amo de las islas. La línea dura de una amenaza implícita los llevó a desplegar un moderno navío de guerra, el HMS Dauntlees y mantiene una presencia militar notable que confirma la intransigencia inglesa.
Los esfuerzos, acuerdos y pedidos de negociación emanados desde las Naciones Unidas y de todas partes, caen por el suelo, ante la actitud intransigente que recuerda aquellos tiempos de 1982, cuando la primer ministro, Margaret Thatcher, ordenó que se hundiera el crucero Belgrano.
Indudablemente que esos habitantes son más británicos que argentinos. Por tanto otras serían las consideraciones para un acercamiento y un diálogo razonable, en que se evite una confrontación indeseable de nuevo entre dos naciones que tienen más lazos comunes que divergencias.
A mediados de 1974, semanas antes que falleciera el presidente Perón, diplomáticos ingleses le presentaron un plan de Soberanía Compartida o administración conjunta de las islas Malvinas, mediante un acuerdo de uso de las dos banderas y que el gobernador se alternara según la nacionalidad por un periodo determinado de tiempo. Al fallecer el general Perón, tal proyecto se engavetó y no se ha vuelto a desempolvar. Pudiera ser un elemento interesante de discusión para ser considerado por las naciones en conflicto, por las Naciones Unidas y las naciones de UNASUR, que están respaldando fervorosamente la posición argentina de ir a negociaciones con los ingleses, que pretenden dar como un hecho irreversible de que los habitantes de las islas quieren continuar siendo ciudadanos británicos.