Medios citan que Israel usó 85 bombas anti-búnker de una tonelada cada una para pulverizar un complejo de edificios y matar al secretario general del grupo libanés Hizbolá, Hassan Nasralah. (Estos artefactos se usaron contra Saddam en 2003).
Con el asesinato de Nasralah y la del máximo líder de Hamás, Ismail Haniya, en Teherán en julio pasado –caso del que Israel ha callado- el primer ministro Benjamín Netanyahu ha dado un duro golpe a dos movimientos de la resistencia palestina.
Ya sabemos que la lucha palestina es de vida o muerte, y no nació el 7 de octubre de 2023. Su génesis se enreda con los afanes de Thedor Herzl y su sionismo, y el regalo de Palestina que hacen los ingleses al líder judío Lionel Walter Rothschild. Pero historiadores israelíes como Shlomo Sand e Ilan Pappé dicen que “en Israel predomina la idea de la eliminación del nativo”, del palestino.
Hoy Israel ha convertido a Gaza en un cementerio ardiente de más de 42 mil cadáveres –entre ellos niños y envejecientes-, mientras lleva sus cañones al Líbano, luego de matar a decenas y mutilar a miles de personas al usar un terror bien fino al detonar bipers, walkie talkies y laptops en mano de la población libanesa.
Y mientras el fuego se agiganta en la región, Irán toma partida y los aliados occidentales le recargan el arsenal a Israel, muchos se preguntan ¿cuántos palestinos más asesinará Israel para saciar su venganza? ¿Quemando vivo a la gente de Hamás y Hizbulá aplastará la resistencia palestina? Al parecer, falta mucha sangre por rodar.