Pantalla 45

Pantalla 45

POR PAVEL LEREBOURS
La Cinemateca Dominicana dentro de sus programas de difusión de lo mejor de la panorámica cinematográfica internacional, presenta esta semana un ciclo de Glauber Rocha, uno de los realizadores más importantes del cine brasileño y latinoamericano.

La corta y vertiginosa vida de Glauber Rocha es un paradigma del creador comprometido. Artífice del movimiento más atrayente de la cinematografía brasileña, a su obra se le conocerá como “Cinema Novo”. Glauber Pedro de Andrade Rocha nació en Vitoria da Conquista, Bahía, el 14 de marzo de 1939. Muy joven se incorporó al grupo teatral de Fernando da Rocha Peres “Juglaresca”, un año después, en 1956, participa en el primer filme realizado en Bahía, el cortometraje de Luis Paulino dos Santos “Un día na rampa”.

Desde entonces interpreta el cine no sólo como una experiencia estética, sino como un factor de cambio. A partir de 1957 escribe ensayos para el diario O Momento y las revistas Mapa, Ángulos y Sete Días. Atento a la Nouvelle Vague francesa y en especial Jean-Luc Godard, Glauber simplemente, como lo llamará todo Brasil, empieza su primera realización con el corto “O Patio” usando el material sobrante del filme “Redenço”, de Roberto Pieres. Se vincula enseguida con los críticos de Minas Gerais, que se agrupaban en torno a la “Revista do Cinema” y les plantea los fundamentos de “Cinema Novo”. No tuvo acogida, sino que fue expulsado del grupo, lo que lo llevó a probar suerte en Río de Janeiro, donde se vincula con Nelson Pereira dos Santos con quien empieza a trabajar.

“Barraventa”, de 1961, su primer largometraje, le llega casi de manera casual, ya iniciado el rodaje debe reemplazar a Luiz Paulino. Glauber replanteará el guión y seguirá adelante. “Barraventa”: si bien no es todavía una obra personal, elaborará con el folclore y los cultos sincréticos una clara oposición al candomblé, y los misticismos. La película denuncia la explotación de los pescadores de Bahía y su arraigado culto al candomblé y su devoción a la diosa Iemanjá, que los sujeta a ese confinamiento social. Glauber reflexiona sobre “la lucidez, la conciencia crítica y la acción objetiva”. En sus filmes, implementará elementos tan heterogéneos como el montaje de Eisenstein, la literatura trashumante de “Cordel”, del nordeste de su país, la profundidad de Luchino Visconti, el ritmo de los westerns de Sergio Leone, el documental social, y elementos teatrales de Stanislavsky y Brecht, la complejidad coral de Villa-Lobos y las melodías populares. Usará el color local de su región, los materiales populares y las imposiciones del subdesarrollo a la manera de Güimaraes Rosa.

“Deus e o Diablo na terra do sol” (1964) llega al Festival de Cannes, y recibe el Gran Premio Latinoamericano en el Festival Internacional de Mar del Plata (Argentina). Este filme puede considerarse como el verdadero punto de partida de su teoría cinematográfica. Imágenes duras que muestran la realidad de su país. Elabora “La estética del hambre”, manifiesto que durante muchos tiempo será un sitio de anclaje para nuevos realizadores.

Algo más

En 1965 realiza el corto “Amazonas, Amazonas”, su primer filme en colores. Volverá al largometraje con “La Tierra en Transe” (1967). Prohibido de inmediato por considerarse irreverente con la iglesia, este filme obtendrá el Premio Luis Buñuel y el de Fipresci, en Cannes. Los cronistas cubanos la consideran la mejor realización del año, opinión coincidente con el Museo de la Imagen y el Sonido de Río, que le otorga el “Golfinho de Ouro”.

Pero a pesar de todo este reconocimiento de los valores estéticos de sus filmes, no consigue una inserción en el mercado, ni tampoco una masiva afluencia del público, por eso vuelve a ajustar el rumbo y publica “Cinema Novo e a la Aventura da Criacao”,  donde expresa la necesidad de una industria cinematográfica que permita el mantenimiento del compromiso ético y propone, entre otros puntos, salir del lenguaje hermético que los aleja del gran público.

Con estos nuevos principios encara “O Dragáo da maldade contra o Santo Guerreiro”. Debido al atraso que llevaba en el rodaje, lo recicla en un filme experimental de bajo costo, usando las fórmulas narrativas de las tradiciones populares, retomando la historia de Antonio das Morte, el matador de cangaceiros.

 En España filma “Cabeças Cortadas” (1970) y en Francia “Der Leone have sept, cabeças” que rodará en el Congo en veintidós días. Después de varios proyectos abortados en Chile, Cuba y Brasil debe exiliarse y junto a Marcos Medeiros inicia un ambicioso trabajo llamado “Historia do Brasil” que termina con financiación de la R.A.I.

De nuevo en Brasil después de cinco años de exilio, filma el corto “Di Calvacanti” sobre los funerales del gran pintor, que se presentará en Cannes y recibirá el Premio Especial del Jurado.

Sus filmes son de fuerte atmósfera pagana, donde lo sagrado y lo profano se confunden con los cánticos, en el alcohol, y la danza carnavalesca. El cristianismo y lo afrobrasileño navegan juntos con una extraña sensualidad, dejaron marcados para siempre a los realizadores latinoamericanos. Glauber murió con la velocidad que vivió, en agosto de 1980. Sus filmes impregnados de tropicalismo barroco nunca riñeron con sus manifiestos de confrontación. Descubre y prescribe un modelo de producción artística caracterizado por la confluencia no sintética de tres factores: un elemento político, un elemento subjetivo y un elemento mítico. Plantea la relación entre arte y revolución, pero a partir de un análisis más sutil de las relaciones entre lo político y lo mítico. Afirma, entre otras cosas, que el verdadero enemigo del arte revolucionario es la razón cartesiana y, por tanto, el objetivo del arte revolucionario será el de trascenderla hacia el espacio de lo onírico y sostiene que: “El arte revolucionario debe ser una magia capaz de hechizar al hombre hasta tal punto que éste ya no soporte vivir en esta realidad absurda”.

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