MARIENFELD, Alemania (AFP).- El papa Benedicto XVI puso fin este domingo en Alemania a su primer viaje al extranjero como pontífice para presidir las XX Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), en cuya misa de clausura reunió a más de un millón de jóvenes, que le han dado un plebiscito mayoritario.

   Al igual que con Juan Pablo II, los jóvenes han respondido sin reservas a este Papa que les ha dicho que la verdadera felicidad está en seguir el camino de Cristo y en la ayuda al prójimo, en particular a las personas mayores y enfermos, y no en el consumo de bienes materiales.

   También les ha pedido que vayan a misa los domingos y sobre todo les ha alertado de que no se dejen tentar por las religiones a la carta, tan en boga actualmente, que en momentos de crisis «nos abandonan a nuestra suerte».

   Durante los cuatro días que pasó en Colonia, el Papa participó en tres actos masivos con jóvenes llegados de 193 países, quienes le arroparon con su entusiasmo incondicional.

   Benedicto XVI, que regresó a Italia pasadas las 17H30 GMT tras una cargada jornada en la que también se reunió con los obispos de Alemania, afirmó que esta nueva generación ha hecho visible una Iglesia que busca una «humanidad más justa y solidaria».

   Las JMJ tendrán continuidad en la ciudad australiana de Sydney en 2008, manteniendo así la tradición instaurada hace dos décadas por su predecesor Juan Pablo II para integrar a los jóvenes en la Iglesia.

   El Papa ha aprovechado esta primera visita como jefe de la Iglesia católica a su tierra natal para fustigar la historia reciente de su país, de la que siente «vergüenza y dolor», según dijo en su discurso de despedida ante las autoridades nacionales y eclasiales.

   No obstante, estas jornadas han puesto de manifiesto la existencia de otra Alemania, dijo. De la misma opinión son los jóvenes que han asistido a ellas y que han encontrado en Colonia, Bonn y Dusseldorf una acogida hospitalaria y generosa de la población, echando por tierra el estereotipo de «frialdad» germana.

   La afluencia final a las JMJ a la explanada de Marienfeld dobló con creces las expectativas de los organizadores. Y es que desde el sábado por la mañana a primeras horas empezó la afluencia a esta antigua mina, del tamaño de 270 terrenos de fútbol, que se convirtió en los dos últimos días en un gran campamento multicolor a cielo abierto.

   Ni la amenaza de lluvia, el frío o la humedad hicieron desistir a los peregrinos, que en cambio tuvieron que esperar varias horas al término del evento para poder ser trasladados a Colonia en medio de un caos organizativo. A pesar del cansancio, algunos prefirieron recorrer los 27 km de distancia a pie.

   Los socorristas atendieron más de 150 casos de agotamiento o enfriamiento durante la noche. Durante las largas esperas, vencidos por el cansancio, los desvanecimientos se sucedían.

   En la ceremonia religiosa y el ángelus, que se prolongaron durante dos horas y media el domingo por la mañana, también estuvieron presentes más de 9.000 sacerdotes y 800 obispos.

   La emoción de sentir cerca al Papa, que ha recibido el plebiscito mayoritario de los fieles, justifica todos los sacrificios, según los asistentes a las JMJ.

   «Es emocionante. Irradia paz hacia los demás y como buen padre nos da confianza y ganas de seguir adelante». Así definió su visión de este Papa la peruana María Gladys, de 17 años, llegada de Santiago de Chile.

   Para el argentino Roberto Cesar Delgado, de 26 años, esta experiencia de las Jornadas con la presencia del Papa contribuirá a hacer «madurar la fe» a veces «infantil» de muchos peregrinos.

   Además de los jóvenes, a los que ha puesto el ejemplo evangélico de los Reyes Magos para orientarles en su búsqueda de Cristo, Benedicto XVI ha proseguido en Alemania una de las prioridades de su pontificado: el diálogo interreligioso, visitando una sinagoga en Colonia, y reuniéndose con musulmanes y representantes de las iglesias cristianas protestantes.