En la anchura del cuadriculado mar de angustias, si ves un pañuelo aún verde, descúbrelo como mago incrédulo, detrás verás Azúcar de Luz y un viejo vivero de veleros sin rumbos, díscolos, anatomía de bordones y cuerdas que entonces volaron en la antigua tormenta de galeones y capitanes barbudos, montados en briosas bestias de marfiles brillosos.
Entre hierba y estiércol, las campanas vegetales de arboledas acogen vientres y gritos, lo que nace, es una cantata de criatura aparecida para clarear el alba y sus contornos y tú Azúcar de luz, como estrella de reyes, regalando epifanías y tiernos despertares, marcando una ruta de aspiraciones terrenales.
Entonces, entre centellas y relámpagos, se antoja lo providencial, el mito necesario, la fe acantilada que hace del látigo perfume extranjero, en pellejos cautivos.
Nacía la fabulosa historia para pendejos ilustrados, ideas de cafres y capirotes, ataviados de pesadillas y espejitos.
Pero algo debajo de la tierra, como Brujuelas, corre como ángel subterráneo, remolino de aguas largas, agitado curso que surge entre mar y yendo lejos, rodaba buscando el orificio posible, para que su luz llegara por asalto y alguien la nombrara, al fin: Azúcar de luz.
Hada de terrones, misterio, oda azucarada con diadema de caña y pendón, que sale entre el vapor de locomotoras veloces, ataviada con números rojos, como si fueran una reclusa fugada entre rieles libertarios.
Alocada metáfora del absurdo, nido ciego de presentido deleite, humos y olores de nimbus melosas, Azúcar de luz, era la Arcadia de las ínsulas perdidas, en estrecho olimpo antillano, danzante en su ulular.
Demasiado ha pesado la sangre traviesa, disparada por inmensos agujeros de cuerpos innombrables; a veces cuando la memoria huye despavorida, no quiere teñirse, buscando un espacio de recodo y respiro: demasiada sangre para terruño ignoto en inocencia desprevenida del asfalto adolorido, de armada cobardía soterrada.
Gigante promonotorio que ha desafiado piratas, tiranos y fantasmas, flotando en la mar tus recuerdos y lágrimas de batallas, hacen menos salobres tus llantos, simulan más horizontes. Azúcar de luz, el pequeño faro parvulario de carrera con aro y palito, barquito en cuneta y cuerpo a pura piel, bajo lluvia pródiga.
Has llegado hasta aquí, destruido puerto de años y segundos, desnuda en tus puntos de dulzura, vuelves a caminar con ruda piel, en noche muda, sin amaneceres ni gallos cantores.
¿Quién te podría cantar nanas de aventuras con 173 años de tierra y ternura, cara colectiva de bondades en dolor con disfraces de alegría y lejana música estridente, sudorosa?
Azúcar de luz, pletórica la sangre derramada, en esta cuesta que no termina, senderos entre cerros húmedos y montañas, marcan tu huella peregrina.
Flotas en la mar huyendo de la sangre y la memoria.
De mejor destino será, tu inocencia natal reposada en cuna de rocíos y largos sacrificios de antaño.
En tus pestañas un cosmos, arde en delicado amarillo, aferrados están millones de seres encantados: existen, viven, un largo viento que juega a ser visible (polvareda obliga), advierte camino y señas de senderos, son tus pestañas, atolondrado carbón de tus ojos, brasa y lumbre cuando se avanza.
Aquellos que se fueron, azorados en sus pupilas, te pensaban. Azúcar de luz, pequeña sonata marina de nuestras almas, ilusiones arrebatadas de repente, persistente paraiso de todo perdido.
Se antoja que lo providencial ha sido tu sino, arcabuses, orcas, cuchillos, espadachines, trabucos y vetustos cañones, son improntas escondidas, marcas y flagelos.
Azúcar de Luz, herida de muerte, desecha, pervives, palpitas esperanzas irrenunciables, como cielos limpios de joven mañana, radiante, por eso: me rindo ante ti, en ese silencio rielado, del matutino mar, en raíces y delirios. (CFE)