Para diplomáticos iniciados

Para diplomáticos iniciados

La diplomacia es la actividad por cuyo medio se ejercen las relaciones internacionales entre los Estados. Su fundamento esencial es promover la paz y la asistencia recíproca para el desarrollo en todos los órdenes. En consecuencia, para mantener y fomentar esos objetivos prioritarios de la interacción entre las naciones se acreditan respectivamente los representantes de los países que han establecido formalmente relaciones diplomáticas.

Implica esas representaciones destinadas a otros países, el conocimiento cabal del propio país en el orden político institucional y geográfico y de sus posibilidades económicas, industriales, agrícolas ya establecidas, existentes y en producción. Así como de los atractivos que puedan concitar el interés del otro país a participar en la inversión de sus empresas. En segundo término, un representante diplomático en otro país debe igualmente conocer bien el país en que se acredite. Este conocimiento hace capaz al diplomático de tener acierto en su representación y contribuir a estrechar las relaciones entre ambos países. Por supuesto, es indispensable para obtener éxito en la misión que sea sustentada por un buen grado de cultura y educación, animadas con demostraciones de simpatía en dosis moderadas.

Nuestro país podía enorgullecerse de haber contado con una reputación de prestigio, en su pasado histórico, de que se le dispensara un trato de deferencia selectiva a los diplomáticos dominicanos que se significaban en su participación representativa tanto en el país anfitrión como en reuniones multilaterales en los organismos internacionales. Con frecuencia, se les requería hacer uso de la palabra en nombre de los representantes, que se podía colegir que consideraban a nuestro representante con elevada calificación de experiencia y conocimiento.

En el índice de nuestra historia diplomática contamos con una pléyade de figuras memorables del elenco nacional en las representaciones que les fueron conferidas y que ejercieron con méritos incuestionables. En ese marco se pueden citar, anteponiendo un ruego de dispensa por las omisiones de nombres distinguidos, que han diluido el tiempo pasado: Max Henríquez Ureña, Virgilio Díaz Ordóñez, Armando Oscar Pacheco, Carlos Federico Pérez, Enrique de Marchena, Pedro Purcell Peña, Frank Bobadilla Rejincos, Horacio Vicioso Soto.

Diplomáticos con grandes cualidades y habilidades ambientales demostradas sustentando los asuntos de interés de la nación y del estado admirables negociadores, conocedores de la política e intereses internacionales de la época, promoviendo a su país, a veces con sus vidas con signos de inminente peligro.

En un paréntesis se podrían colocar excepciones con indulgencia para aquellos diplomáticos que les tocó defender insoslayablemente las imponencias del régimen dictatorial para poder subsistir en la carrera diplomática y mantener al margen de hechos repulsivos que se la pudieran imputar.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial se creó la Organización de las Naciones Unidas consignando principios de preservación humana y conservación de Medio Ambiente; Derechos Humanos, Cooperación Económica recíproca, desarrollo Social y otros objetivos ponderables, que lamentablemente estuvieron recesivos durante la llamada Guerra Fría. En la ocasión, las grandes potencias declararon: “No más guerras !hay que proteger las generaciones futuras!”.

La tecnología, las comunicaciones, el libre comercio, la globalización son asuntos de prioridad actual de la diplomacia. Desde los años 60 y 70 se ha venido planteando y discutiendo un instrumento eficaz para desarrollar el llamado “Desarrollo Sostenible”, aprobado en la reunión de la Cumbre de la Tierra, celebrada en Rió de Janeiro, Brasil, en el año 1992, para la “Agenda del Siglo 21”. Se definió como “El establecimiento de políticas ambientales o de los recursos naturales para la protección de las generaciones futuras”. Los diplomáticos profesionales tienen una visión estratégica sobre los principios y valores que deben regir entre los Estados.

La juventud y la sangre nueva imprimen dinamismo y agilidades, pero precisa de un proceso de aprendizaje. La experiencia aporta sabiduría. La vida es sabia y valora las experiencias acumuladas.

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