Para don Marcio Veloz Maggiolo

Para don Marcio Veloz Maggiolo

Dieudonné ha sido justicieramente olvidado por la historia. De este filósofo, del cual hasta el nombre está en dudas, no queda absolutamente ningún rastro. Unos cismáticos franceses del siglo XVIII, interpretando ciertos códices árabes inéditos, adivinaron que vivió en el siglo quinto antes de Cristo en Atenas. Es claro que tuvo algún otro nombre griego y para salvar esa anonimia los monjes galos le llamaron “Diosdado” en francés.

La primera pista estuvo en algunos diálogos atribuidos a Platón pero que las fauces del tiempo devoraron. En las anotaciones en árabe referidas, según la exégesis de los franceses, se vislumbra un hombre que había visitado Egipto y Persia, y que al regresar a Atenas, pese a poseer gran ilustración y fortuna, se empeñó en vivir el resto de sus días borrando afanosamente toda huella de su propia existencia.

La traducción es de poco fiar. Platón lo describió elípticamente en griego, de ahí el relato pasó al árabe del siglo cuarto antes de Cristo, para luego ser devuelto al latín durante las Cruzadas hasta que en un monasterio francés el tenue rastro convocó a algunas de las mentes más lúcidas de alrededor de 1750, cuando en el campo de las ideas competían por preeminencia Jean-Jacques Rousseau y los nóveles pensadores norteamericanos, un fenómeno nuevo en Europa. Mientras en el mundo de las apariencias, de la política y el comercio, había gran efervescencia, en un remoto paraje del sur de Francia unos monjes anti-romanos se hundían apasionada y secretamente en el abismo del misterio de Dieudonné.

Lo que parece ser es que Dieudonné era contradictor de Sócrates, pues en lugar de creer que el alma trascendía al cuerpo más allá de la muerte, explicó unas pocas veces que el ser recordado en el mundo de los vivos encadenaba a las almas y les impedía su pleno ingreso a la eternidad en majestad de comunión divina. Entendió que postular su descubrimiento podría contradecir su propósito de vida. Paradójicamente, mientras más convenciera a los atenienses, más difícilmente le olvidarían.

Rogó a su amigo Platón, mucho más joven que él, excluir toda referencia concreta suya. Pero alguna brizna de su revolucionaria visión sobre la vida eterna de alguna manera sobrevivió. Los monjes franceses se debatían entre unirse al secreto o traicionar a Dieudonné recordándolo. Hoy le honran fervorosamente olvidándolo un poco cada día que pasa…

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