¡Para ella no hay!

¡Para ella no hay!

PEDRO GIL ITURBIDES
No me caí porque estaba sentado en mullido sillón. De haber estado de pie, sin duda me habría ido de espaldas al saber que no hay recursos para reparar la carretera Gregorio Luperón. Muchos la llaman «la carretera turística», porque, reconstruida, ha servido para paseos de los extranjeros que llegan a la costa norte. Pero fue la carretera de interconexión de la costa y el Cibao por más de ocho lustros, hasta que fue abierta la que va del cruce de Navarrete a Puerto Plata.

Permaneció abandonada hasta 1988 en que intensas lluvias afectaron el tramo que, en la segunda, cruza al norte de Los Llanos de Pérez. El obligado tráfico de las zonas francas de Santiago de los Caballeros determinó una reparación urgente de la Gregorio Luperón. También el transporte normal de pasajeros y de mercancías de industrias puertoplateñas, movió la acción gubernativa. Por ella se produjo una coordinación de fondos, de apropiaciones preexistentes para la Dirección General de Carreras, a los fines de habilitarla. 

Pero en la mente de Joaquín Balaguer había algo más que una reconstrucción parcial para satisfacer un requerimiento momentáneo. Trabajábamos por aquellos días en la Liga Municipal Dominicana, y nos llamó para saber si teníamos información sobre esas vías. Deseaba, al margen de los informes que le había rendido la Secretaría de Estado de Obras Públicas y Comunicaciones (SEOPC), nuestra versión sobre los daños a la «nueva» y el estado de la «vieja».

-Hoy mismo mandaré a los Ingenieros Juan Espinosa y José Brea, le dije.

-No, ingenieros no. ¡Usted! Quiero su opinión sobre lo acontecido y sobre las posibilidades de rehabilitar la vieja carretera, porque esas comunidades en la ruta han empobrecido mucho. ¡Vaya usted!

La carretera nueva, al igual que la antigua, cruza zonas de delicado equilibrio geológico. En las cercanías de la confluencia de los ríos Pérez y Obispo, el suelo está conformado por terrazas de materiales poco consistentes, básicamente aluvionales. Por ello se observa que, sin importar la calidad de las reparaciones, algunos tramos en el sector sufren hundimiento, presentan encamellamientos o aceleradas escoriaciones en las capas de asfalto. Y antes, en las de concreto. Por ello he albergado la idea de que un tramo, el más frágil entre Los Llanos de Pérez y Vuelta de Hoja, sea unido por una carretera aérea.

Llegué por la derruída carretera hasta donde era posible y retorné para hacer el viaje por la carretera Luperón. Las brigadas de la SEOPC laboraban con urgencia en ambas rutas, para abrirlas al tránsito a la mayor brevedad. Pero el lograr que la antigua vía pudiera abrirse al paso de los modernos camiones, obligó a cortes en laderas montañosas. La construcción original, en el decenio de 1930, determinó intervenciones que afectaron porciones de las ladera norte de la cordillera Septentrional.

Las necesidades de transportación en los decenios siguientes fueron satisfechas por esa carretera. Pero el avance de la industria automotriz, con la consiguiente introducción de vehículos de transporte de pasajeros y carga de mayor peso y envergadura, hizo notorias su estrechez y limitaciones. El crecimiento económico y demográfico del país fue determinante en los daños que sufría.

Como parte de su campaña para 1966, Balaguer prometió su reconstrucción. Unos viejos estudios que databan de 1954, en posesión de los hermanos Bruno y Alcides Del Conte, lo inclinaron por la nueva vía iniciada en 1967. Estos hermanos, por cierto, le habían financiado la terminación del tramo de la autopista Duarte desde Bonao hasta Santiago de los Caballeros. Aún cuando la administración ya acumulaba ahorro público para estas inversiones, aceptó la nueva oferta de éstos, para iniciar la nueva pista. Esta fue la dañada por incontenibles corrientes fluviales en la base de los rellenos, y pluviales arriba en las calzadas. 

Fueron pues esas lluvias de mayo de 1988 las que obligaron a una ampliación de la vieja carretera, que desde entonces vivificó las adormecidas poblaciones en la ruta. El auge atrajo nuevos habitantes, que, a su vez, erigieron estructuras para habitación y comercio en zonas de abismos y quebradas.

Y por nueva vez, las lluvias afectan la zona. Ahora es la carretera vieja, es decir, la Gregorio Luperón la dañada por derrumbes. Si pensáramos en el pueblo, su rehabilitación sería prioritaria. Es la carretera del turismo. En la ruta viven familias, muchos de cuyos miembros viven del tejido de artículos a partir del elemento foliar de las pencas de las palmas cana y guano. Los recursos estéticos de que hacen gala -por las formas del entrecruzado de las fibras y los colores- vuelven estos productos artículos de venta diaria a los turistas.

Pero en esa carretera encuentra el viajero mantequilla de nata batida a mano, dulces elaborados de frutas en conserva, y por supuesto, frutas y víveres frescos. Muchos, afectados o no por los derrumbes de noviembre pasado, contemplan desolados el panorama que se cierne sobre ellos. Y ahora sabemos que para esa carretera, cuya reconstrucción implica una inversión de mil millones, no hay recursos. Este valor equivale a la décima parte del confeso costo del tren subterráneo de diez kilómetros. La carretera tiene cincuenta y dos entre encantadores paisajes de montañas y gente de pueblo que todavía es afecta a su ruralía.

Cuando sepan lo que ya anunció el ingeniero Víctor Pérez, el titular de Obras Públicas, de que para esa carretera no hay dinero, ¡preparémonos! Muchos de ellos, sobre todo los más jóvenes, vendrán para trabajar en el mentado Metro. Y aunque no consigan laborar en el mismo, permanecerán junto a nosotros, para limpiar vidrios de vehículos en las esquinas.

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