Para entretenerse con saltarinas cabriolas políticas

Para entretenerse con saltarinas cabriolas políticas

   ¿Quiere usted, gentil persona que me lee… quiere usted, momentáneamente,  sacarle el cuerpo con liviana voltereta a la pesadez de la política que nos sacude por el cuello?

   ¿Sí?

   Pues le propongo un juego, un entretenimiento basado en un personaje histórico francés: Fouché.

   Vamos a citar la página que Stefan Zweig sacó de la novela “Un asunto tenebroso” (Un ténébreuse affair) de Honoré de Balzac,   que luego vino a formar parte de las Escenas de la Vida Política, como parte de su extensa obra  “La Comedia Humana”.

   Esa página trata sobre  José Fouché,  (1763-1820) cuyo nombre viene a ser sinónimo del personaje detestable, traidor, intrigante, escurridizo como una serpiente, tránsfuga, abyecto, amoral; el hombre aborrecido por historiadores y políticos franceses, “que les rezuma la hiel  cuando escriben su nombre”.  Pero Balzac escribe lo siguiente en la obra mencionada: “Su genio peculiar –escribe Balzac sobre Fouché-, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe.

Este miembro desconocido de la Convención, uno de los hombres más extraordinarios y al mismo tiempo más falsamente juzgado de su época, inició su personalidad futura en los momentos de crisis. Bajo el Directorio se elevó hasta la altura desde la cual los hombres de espíritu profundo saben prever el futuro. (…) Este hombre, de cara pálida, educado bajo disciplina conventual, conocía todos los secretos del Partido de la Montaña, al que perteneció primero, lo mismo que los del Partido Realista, en el que ingresó finalmente;  había estudiado despacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prácticas de la escena política, se adueñó del espíritu de Bonaparte, dándole consejos útiles y valiosos informes.

Ni sus colegas de entonces ni los de antes podían imaginar el volumen de su genio, que era, sobre todo, genio de hombre de Gobierno, que acertaba en todos sus vaticinios con increíble perspicacia”.

   Refiere Zweig, uno de los más importantes biógrafos del Siglo XX  (1881-1942) que “Fouché parecía haberse propuesto, lo mismo en la vida que en la Historia, ser una figura de segundo término, un personaje a quien no agrada que le observen cara a cara, que le vean el juego.  Casi siempre está sumergido en los acontecimientos dentro de los partidos, (…) tan invisible y activo como el mecanismo de un reloj”.

   Mi propósito no es sugerir ningún nombre, de hoy o de ayer, comparable con Fouché, aquel personaje de una trayectoria terrible, quien logró convencer a Napoleón de que abdicara después de la derrota de Waterloo y habiendo empezado como humilde sacerdote y maestro en 1790, dos años después saquease iglesias, fuera comunista en el ‘93,  luego ocupó  varias veces el cargo de temible Ministro de Policía; llegó a ser multimillonario y más tarde Duque de Otranto.

No pretendo que exista o haya existido algún equivalente criollo.

   Lo que les propongo, como diversión intrascendente, es invitarlos a buscar ciertas similitudes aplatanadas.

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