Para la historia (1)

Para la historia (1)

Mi hermano Antonio me llamó alrededor de la una de la mañana. Leíamos. “Sal de la casa. ¡Abandónala ya!”, me reclamó imperioso. “Primero dime qué ocurre”, pedí. “Jacobo llamó al Dr. Ornes y le pidió que vaya a Palacio tan pronto le sea posible. Al parecer, conforme le informó, también ha llamado a don Rafael Herrera y a Virgilio Alcántara. Parece que le dieron un golpe de Estado a don Antonio”. Nada de ello tenía que ver conmigo, expuse. “No saldré de la casa”, señalé.

El Dr. Germán Emilio Ornes Coiscou determinó delegar la representación de “El Caribe” en su hijo Antonio Emilio y en mi hermano Antonio. Un rato después Antonio volvió a llamarme. “No ocurrió lo que te informé anteriormente. Al parecer, don Antonio se suicidó. Todavía no ha comenzado la reunión convocada por Jacobo, pero al saber de mi presencia mandó llamarme. Me ha dado lo que entiendo noticias preliminares. Me ha dicho que tan pronto lleguen los otros invitados, asumirá la Presidencia de la República y dará detalles de lo ocurrido”.

Llamé al Presidente Joaquín Balaguer. Intenté ofrecer la información en un lenguaje criptográfico, que el ex mandatario rechazó. En consecuencia, repetí, palabra por palabra, lo dicho por Antonio. Me pidió hacer contacto con la familia de don Antonio, verificar la versión ofrecida y, confirmada, pedirle permiso para él estar junto a ellos. Llamé a José María Hernández, esposo de Sonia. No tuve necesidad de hacer preguntas, pues asumió que llamaba para ofrecer mis saludos en tan triste ocasión.

La familia, conforme pude notar, recibió con satisfacción la solicitud de Balaguer. Tan pronto quedó expuesto el féretro con los restos mortales de don Antonio, su antecesor en la Primera Magistratura del Estado estuvo al lado de las familias Guzmán-Klang y Guzmán-Hernández. Esas familias no tuvieron en esos momentos de dolor, más fiel y dedicado aliado que Balaguer.

En algún momento, enterado de los rumores sobre las causas probables del suicidio, nos pidió transmitir a los deudos que, con la toga forense, habrían de tenerlo en los estrados, defendiéndolos. No fue necesario. Pero ese Joaquín Balaguer sacudido por tan inesperado suceso, habría cumplido su palabra al pie de la letra.

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