Para la historia (y 2)

Para la historia (y 2)

Un ambiente de tensión prevaleció en las relaciones iniciales entre los Presidentes Antonio Guzmán y Joaquín Balaguer. El discurso de toma de posesión de Guzmán contribuyó a sostener la tirantez. Hombre sencillo, al que nadie le reconocerá méritos si no lo hago en estos momentos, atribuyo a Juan Rafael Peralta Pérez la superación del soterrado malestar. Juan Rafael, Senador por la Provincia Santiago Rodríguez, presidía el Senado. En su primera intervención como jefe de ese cuerpo legislativo y por ende, de la Asamblea Nacional, quiso superar las asperezas.

Balaguer, naturalmente inclinado a olvidar conflictos, aún no estaba preparado para este paso. De manera que cuando Peralta Pérez se le presentó en Estados Unidos de Norteamérica con el discurso que pensaba pronunciar, Balaguer lo objetó. Le indicó puntos específicos que deseaba tratase y modos del planteamiento. El Senador volvió a Santo Domingo supremamente confundido. Convocó a su familia y nos incluyó en el círculo de consulta que abrió al anochecer de su arribo al país.

Contó de la conversación sostenida con el hombre por cuyas pupilas él veía. Y en un acto de rebeldía aunque de reafirmación de lealtad, nos dijo: “pero retorno a mi discurso. Más que reformista, soy balaguerista”, dijo mientras levantaba su pecho, gesto muy propio de él. “Pero vuelvo a mi discurso”. Sin embargo, lo escrito no estaba en sus manos. Su esposa ya fallecida, Melania Arias, y sus hijos, lo respaldaron.

Sus palabras fueron un canto al entendimiento, una expresión de prudencia, producidas en un español culto, que recordó sobremanera al propio Balaguer. De hecho, en algunas de las publicaciones del país, se afirmó que Balaguer le escribió aquella pieza oratoria. Poco después volví con el Presidente Balaguer, a quien visitaba con frecuencia. Sus primeras palabras se dirigieron a comentar la intervención del legislador. 

Más o menos me dijo que, al retornar a Santo Domingo, felicitase a “Peralta Pérez. Él tenía razón”. También yo convoqué, atrevidamente, a consejo de la familia Peralta-Arias. No estaba en mi ánimo interferir en asuntos de esa familia.  Deseaba, empero, que aquellos que escucharon el tono rebelde del esposo y padre, conocieran del mensaje laudatorio del ex mandatario.

Poco después de mi vuelta al país, me llamó doña Candita, la esposa de don Héctor Incháustegui Cabral. “Héctor quiere verte, esta noche”. Vivíamos relativamente cerca, de manera que en poco tiempo me encontraba en su hogar. A poco llegó don Héctor. “Don Antonio quiere hablar con el Presidente Balaguer”.

Este pedido abrió una nueva época de relaciones políticas interpartidarias en la República Dominicana. También condujo a Balaguer, más adelante, a pedirme que le dijese a la familia Guzmán Klang que, si acaso eran acosados bajo el gobierno a inaugurarse el 16 de agosto de 1982, él encabezaría la defensa. Y ese mensaje fue transmitido.

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