Para Lourdes Camilo de Cuello
y José Israel Cuello

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Una pena antigua
POR GRACIELA AZCÁRATE

“Yo tengo una pena antigua/ inútil volcarla afuera/ y como es pena que dura/ yo la he llamado la añera.

Cuando se abandona el pago/ y se empieza a repechar/  tira el caballo adelante y el alma tira pa’ tras”.

La añera. Vidala. Canción del folklore argentino.

En un ensayo sobre el problema racial y el cimarronaje cultural René Depestre escribió: “No era la primera vez que en América un nombre peyorativo y ofensivo en su origen perdía, a los ojos del oprimido, su acepción injuriosa, para regresar como un boomerang, a la cabeza del opresor, desempeñando a menudo, una reparación y  justicia. La palabra “gaucho” en la América del Plata, había conocido una suerte parecida. Igualmente, la palabra”mambí”, antes de ser una palabra esencial en la historia y sensibilidad cubanas, significaba “malo, ruin”. Según el gran erudito cubano José Luciano Franco, “mambí” es una palabra de origen congo que significa ídolo o fetiche. Se aplicaba en  Santo Domingo a los negros cimarrones que huían de la crueldad de la esclavitud, y en Cuba, durante las guerras de independencia, los militares españoles calificaban con este nombre  a los cubanos rebeldes que luchaban por la liberación nacional”.

Con la poesía de la vidala gaucha y la frase de Depestre  de trasfondo quiero narrar una experiencia personal. Es una reflexión sobre la historia de América, las relaciones de poder, el fascismo de lo cotidiano, las lacras  del autoritarismo en las mujeres y los hombres, la hipocresía de los políticos y nuestra historia común, la de los gauchos, los mambises y esos  guerreros dominicanos  que dieron el ejemplo de cómo, con una carga al machete un ejército de cimarrones  pueden ”restaurar” el orgullo nacional.

Son esos pensamientos de entre casa, lo que una piensa mientras limpia la cocina, tiende las camas, plancha la ropa de la semana, cocina para los hijos y se sienta a escribir la colaboración para el periódico.

Desde noviembre del 2005 hasta diciembre del 2006 trabajé como encargada de comunicaciones en el Consejo Nacional de la Niñez. Desde entonces arrastro “una pena antigua”

Durante catorce meses fui testigo de la destrucción sistemática de una institución que tanto aportó a la niñez y adolescencia dominicana,  soñada y creada por el gobierno perredeista de don Antonio Guzmán y doña Rene Klang.

A mediados de junio del año pasado la Directora de CONANI hizo un viaje faraónico a  la China y a su regreso se encontró con un escándalo mayúsculo  en los Hogares de paso.  La  responsable  de  los hogares  enviaba a una de las jovencitas  al destacamento de Villa Juana,  todos los fines de semana para   evadir los problemas de conducta de la niña.

En una reunión de gerentes  donde se ventiló  el escándalo   la única preocupación de la Directora fue que tenía rango de Secretaria de Estado y era la hermana del presidente de la República. Nunca  preguntó qué le había pasado a la jovencita presa los fines de semana en el cuartel de policía. A la responsable de los Hogares, como era  su amiga de la infancia, la sacaron calladita del cargo, le inventaron otro puesto, le mantuvieron el salario suntuoso,  la yipeta y  los privilegios.

Me quedé anonadada porque la jovencita que enviaban con los guardias,  era Lulú, el icono femenino  de CONANI, el que precisamente  representa la Protección.

Horrorizada me di cuenta que era una metáfora de lo que hacían las mujeres que dirigen esa institución: la protección de la niñez dominicana es encarcelada los fines de semana en un cuartel militar.

Es la  misma muchachita que se puso el traje rosa  de proteccion de la niñez y fue vocera junto a Memo y Nené de la campaña de abril  “Vacúnate contra el abuso”.

La misma nena que recorrió los ministerios, universidades, escuelas y supermercados y la que puso el cuerpo y la voz para ese video  ejemplar y generoso que hicieron Mariano Eberlé y Susi Checo  del equipo Utopías.

Cuando al día siguiente pedí instrucciones a la gerente general sobre  la inclusión de un artículo de la funcionaria en la revista institucional,  ingenua de mí,  pregunté : -¿ por el conflicto de la doctora, no?

Con su altanería habitual, con su gesto distante y antipático, poniendo distancia con sus subalternos, mordiendo la mano de todos aquellos que la ayudamos cuando estaba cuestionada, abusada y maltratada moralmente por la Directora, sin mirar a los ojos, y desdeñosa respondió: “¿qué conflicto?, la doctora está con licencia por vacaciones, no hay ningún  conflicto”.

Algo en mi se rompió. Ya no tuve el mismo fervor para mi trabajo. Aunque trate de ocultar mis sentimientos, desalentada,  seguí con mi trabajo cotidiano pero con un gran sentido de culpa. Al poco tiempo empezó una campaña de acoso, asedio y derribo. Los pormenores no tienen importancia porque después de todo como adulta ya sabía como lidiar  con esas personas. Pero mi perfil no era bajo,  era de subsuelo y de alegre encargada de comunicaciones, que volaba entre oficinas, concitaba solidaridades, festejaba textos, sugería colaboraciones y ponía a todos a trabajar por los chiquillos me convertí en una oscura y taciturna burócrata . Cuando a pesar de las trabas, insultos y zancadillas presenté la memoria anual del 2006 y en la tarde me cancelaron sentí un alivio enorme.

En una entrevista que le hicieron a Amos Oz el decía que  no había estado en la habitación de sus bisabuelos, ni había participado en su vida privada pero que lo tenía escrito en los genes y ya lo sabía ancestralmente.

Esa tarde, cuando empaqueté mis libros y me subí al carro yo sentí que un gaucho andaba por  mis venas  y que como uno de mis ancestros pampas  me subía a mi caballo,  me internaba en la soledad del desierto no para escapar o claudicar sino para hallar mi centro. Pero que iba a volver para lavar la injusticia que sufrió Lulú.

Mi “pena antigua”, mi dolor y mi remordimiento era el recuerdo de esa chiquilla abandonada a su suerte  en manos de  burócratas insensibles.

De golpe todos  los estudios sociológicos   del gaucho del siglo XVIII se concentraron en mi persona.

Dicen que sale de la mezcla de indígenas, españoles, portugueses y negros. Es libre y bravío, el desierto y la soledad lo hacen taciturno y silencioso. La libertad y la abundancia lo hacen altivo, hospitalario y leal. La hostilidad permanente con la policía española, y la lucha con las bestias bravías, le dan coraje, audacia, desprecio por la vida propia y ajena. Se acostumbra a morir sin pena y matar sin asco.

 El género de vida que lleva requiere  una cualidad primordial: el coraje. El valor  es su culto supremo y la mayor ignominia que concibe es ser cobarde o traidor. Es reservado y respetuoso. Adora la poesía y  era común verlo tocando la guitarra,  cantando  coplas y burlándose de las autoridades en una payada ingeniosa de versos improvisados. En las luchas por la  independencia y después en las guerras civiles los escuadrones de gauchos aseguraron victorias fulminantes. De allí viene precisamente el famoso” boludo”” nuestro. El primer escuadrón estaba conformado por gauchos con boleadoras que aseguraban dejar inmovilizado el caballo contrario.  Eran “los boludos” ese nombre que hoy dia nos representa y causa risa. Precisamente por ser la vanguardia caían en enorme proporción. Los boludos era un nombre de guerra y una definición militar,  eran  la carne de cañón. Después venía el escuadrón de gauchos con lanzas construidas  con cañas tacuaras y finalmente los gauchos que llegaban en estampida, desmontaban, se envolvían el poncho en el brazo izquierdo a modo de  escudo  para parar la estocada del contrario, desenfundaban el facón y peleaba cuerpo a cuerpo.

Era a matar o morir.

En todo caso, ya sea por una causa privada o por una causa común el gaucho se tomaba su tiempo, se iba al desierto para que el silencio y la soledad le dieran comprensión. Después regresaba para lavar la injusticia o la deshonra en un duelo cuerpo a cuerpo.

Hace meses que reflexiono sobre todo esto, he escrito miles de cuartillas contando todos los aspectos de esta situació que me desvelaban pero no lograba  redondearla y ponerle ese punto final que explica una historia. La respuesta vino de la mano de  un regalo que me hicieron  Lourdes Camilo de Cuello  y José Israel Cuello. Me regalaron   un libro titulado “Majestad negra “ escrito por John W. Vandercook que relata de manera magistral la vida de Henry Christophe. Es un facsimil de un libro  editado y publicado Buenos Aires, en 1943. Muy valiosa porque en los márgenes hay notas, comentarios, reconvenciones, reflexiones me imagino que de Lourdes  o de Jose Israel.

Pero lo que redondeó mi texto, lo que armó el rompecabezas de mi dilema  gauchesco fue esta frase subrayada con tinta negra. La escena se desarrolla en las terrazas del palacio de Sans Souci y es una conversación entre Henry Christophe y Sir Home Poham. El inglés acaba de llegar de Puerto Príncipe, ha visto las traiciones y conspiraciones de la élite republicana y ha conversado con el general Petión.

El rey haitiano le dice: “Mi raza es tan antigua como la suya. En Saint Domingue, antes de que echásemos a los franceses, había cien negros por cada amo. Pero éramos esclavos de ustedes. Excepto en Haití, en ninguna otra parte del mundo les hemos hecho resistencia. Hemos sufrido, nos hemos embotado y, como ganado bajo un látigo hemos obedecido. ¿Porqué? ¡Porque no tenemos orgullo! Y no tenemos orgullo porque no tenemos nada de qué acordarnos.

Con un gesto le pide que escuche y prosigue:-¡ Oiga! Es un tambor, Sir Home. En algún lugar mi pueblo está bailando. Eso es casi todo lo que tenemos. El tambor, la risa, cariño  de unos a otros, y nuestro grado de valor. Pero no tenemos nada que los hombres blancos puedan entender. Usted desprecia nuestros sueños, y mata las culebras y quiebra los palitos que cree son nuestros dioses. Quizá si tuviéramos algo que mostrarles, usted nos respetaría y podríamos respetarnos a nosotros mismos. Mientras viva  trataré de levantar ese orgullo que necesitamos y levantarlo de tal forma que tanto los hombres blancos como los negros puedan comprender. Estoy pensando en el futuro, no en el presente. ¡Enseñaré orgullo aunque mis enseñanzas  quiebren todas las espaldas en mi reino! “

De pronto, como esa danza que describían los escuadrones gauchos al ataque, como en ese entrevero de cuchillos para lavar una infamia o un deshonor, como en una montonera o en una carga al machete comprendí el sentido de ese cimarronaje espiritual  del que habla Depestre. De la riqueza y sensibilidad de  nuestros mayores,  de ese fino espíritu del hombre  y la mujer americanos  que ha hecho de su cimarronería una afirmación de orgullo.

Al cabo de doscientos años, hemos construido una patria espiritual  esa de la que habló Eugenio María de Hostos, o por la que peleó Máximo Gomez,  José Martí   o Luperón, una patria que nos abarca  a todos  y es esa carga de orgullo que el rey haitiano quiso construir para dejar en el imaginario de nuestros pueblos  el respeto por nosotros mismos, por nuestros mayores y por el futuro. Es una energía que atraviesa el cuerpo social de este continente, es una carga vital que nos alienta a pelear y construir desde el dolor aunque  mas no sea desde el gesto simple de lo cotidiano.

Es como si  en plena cimarronería del siglo XXI, en plena carga al machete o en la montonera gaucha, para nosotros nos repitiéramos  la frase de Henry Christophe al inglés:” ¡Estoy pensando en el futuro, m’sieu no en el presente!”

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