Para muestra basta un botón

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HAMLET HERMANN
El martes 15 de agosto de 2006 sufrimos durante muchas horas las angustias de aquello en lo que se ha convertido el tránsito en la ciudad de Santo Domingo. Que yo recuerde, nunca antes se había podido apreciar un caos de esa magnitud.  Quizás en un día de Nochebuena o una víspera de Año Nuevo las calles pudieron haber presentado un comportamiento parecido al del martes pasado, pero la alegría colectiva por las fiestas pascueras neutraliza parte de las angustias de peatones y conductores.

A partir de esta vivencia podemos imaginar lo que nos espera en muy corto plazo. Aquel martes era día de pago de quincena y víspera de una fiesta oficial en la que se juramentarían congresistas y funcionarios municipales.

 Además, los padres y madres deben haber estado acopiando materiales para el inicio del año escolar que tendrá lugar en pocos días. Para colmo, ese día llovió a ratos y a cántaros, y sabemos que el dominicano, como las cotorras, se vuelve medio loco cuando sospecha que el pelo se le puede mojar. Así que entre día de pago, ceremonias gubernamentales, familias en movimiento y un clima tropical en sus buenas, la capital dominicana se desarticuló hasta caotizarse a niveles extremos. Por suerte los agentes del tránsito brillaron por su ausencia.

De haber aparecido habría sido peor.

Entonces, quisiéramos saber, ¿por qué los tapones fueron tan prolongados que la velocidad de circulación se redujo a menos de ocho kilómetros por hora? Todo aquel que tuvo necesidad de utilizar su automóvil privado o el transporte público comprobó que hubiera sido preferible quedarse en casa y posponer las tareas para otro día. Una vez más comprobamos que las raíces del problema del transporte en Santo Domingo están en la escasez de transporte colectivo y en el exceso de vehículos de mínima capacidad. Eso aparte de la incapacidad gubernamental para organizar institucionalmente el sector. Habitualmente por las calles capitaleñas transitan diez automóviles y jeepetas por cada autobús.

Y cuando los conductores de vehículos privados ingresan prepotentes al flujo de tráfico, refuerzan el caos hasta caer en la intolerancia absoluta.

Entonces la ciudad colapsa.

Los autobuses se inmovilizan y desaparecen del escenario. El desamparo ciudadano pasa a ser como el del náufrago en una isla desierta. Quedó evidenciado claramente ese día 15 que nadie dirige el tránsito en la capital de República Dominicana.

Peor aún, nadie actúa para facilitar el transporte de la ciudadanía a pesar de los miles de millones de pesos que se han desperdiciado en el afán de satisfacer alcancías electorales y frustraciones personales. Si entre los que toman decisiones en torno al tránsito hubiera personas capacitadas y bien intencionadas, las dos cosas a la vez, el caos del martes los habría llevado a reflexionar sobre lo que realmente pasa en las calles y carreteras del país. Pero, desgraciadamente, ningún funcionario está en eso.

Repito: ninguno. Parece que las escoltas policiales que les franquean el tránsito por las calles impiden apreciar la abrumadora realidad. Si son preguntados cuántos vehículos circulan por las calles capitaleñas, la respuesta siempre será: muchos.

¿A qué velocidad circulan? Moderada, dirían. Parece no existir el mínimo interés en cuantificar las situaciones sino mantenerlas dentro de una oscura nebulosa que les permita endeudarse con extravagancias y locuras que llevan vocación de obsolescencia desde antes de ser inauguradas.

Las filas de vehículos cargados de impotencia demostraron durante todo el martes 15 de agosto de 2006 que los pasos a desnivel se han hecho obsoletos en apenas seis años.

Esos enormes dispendios fueron promocionados y construidos con presupuestos secretos en base a su utilidad y permanencia durante décadas.

Lo que sí lograron los elevados fue convertirse en murallas impenetrables que trastornaron el desarrollo urbano y devaluaron las propiedades en sus alrededores. ¿Podría alguien indicarnos (sin hablar mentiras) cuánto podrá ayudar el dichoso Metro subterráneo a evitar o reducir el caos en toda la extensión de la ciudad? ¿Habrá respuesta en algún despacho climatizado sobre cuánto combustible se desperdicia como consecuencia del permanente caos en el tránsito a pesar de que oficialmente se trazó una línea de ahorro en todos los sectores? Desgraciadamente no.

En estos casos los funcionarios se hacen los mudos y sordos. Pero por lo menos el martes 15 nos queda como advertencia de que si ese nivel de caos se produce en momentos de absoluta tranquilidad social, ¿cómo sería la situación si surgiera un acontecimiento que necesitara de la movilización urgente de gran parte de la ciudadanía?

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