POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
En tiempos de las elecciones, cuando los golpes de pecho de unos y otros sobran ante el pueblo, todo dolor posible ante la muerte es demostrado con una fabulosa necrofilía, que da asco, pena y verguenza.
En tiempo de elecciones en la agenda del buen trato, especialmente en los barrios populares, y esto lo sabe muy poca gente, cuando alguien muere y no puede recibir sepultura (no digo cristiana, porque los pobres hasta eso ya han perdido) es muy probable que para conseguir el voto en un zona, los ataúdes desfilen de todos modelos y colores, estilos, porque la fuerza del gesto en alborozo de necrofilia batiente, gana adeptos y votos, porque aunque el muerto no vota, el familiar enlutado y compungido, no tiene más remedio que recordar aquel momento en la urna, y votar por el partido que fue más rápido en llevar el ataúd. Rocambolesco panarama, pero esa ha sido la realidad.
Pero las aspiraciones de una sociedad que pretenda ser democrática debe medirse por otros detalles, debe medirse por ciertos gestos que aunque sean publicitarios, al menos muestren cierta audacia para vender una imagen, para convencer o hacer el engaño ante nuestra vigilancia, cuando pensamos que la sensibilidad puede ser un territorio posible en quienes gobiernan o viven del favor político de la población, especialmente de la población popular, la más descreída en este momento, la más confundida, la más descorazonada y de donde veremos cosas mucho peores que la prensa, sin análisis que medie en argumentaciones sociales o sicológicas, publica con un sensacionalismo tan feroz, que no sabemos si al final es burla o información, retrato o acusación previa…
¿HACIA DÓNDE QUIERO LLEVARLES?
Un señalamiento simple, digno de nuestra atención: una sociedad que se diga o aspire a ser democrática, debe entender que cuando mueren por causas evitables más de 100 personas, debe haber un duelo rector, mínimo, el duelo no se hace al presidiario por el delito cometido, el duelo se hace por el ser humano que la sociedad con sus normas ha encerrado para tratar de corregirle, ya sea para que respete la vida de los demás, ya sea para que no le robe a los demas, ya sea para que no agreda de modo gratuito a los demás, etcétera.
Esa misma conciencia rectora que por medio de las instituciones judiciales infligió un castigo, se ha de suponer que lo hizo con fines de que esa persona luego de cumplir condena o castigo pactado, se reintegrara a la sociedad, idea mitificada, porque normalmente la misma sociedad que proclama eso, no tiene la tolerancia de dar segundas oportunidades, es un código moral, toda equivocación se paga cara, porque tampoco hay seguridades de que la reincindencia no se cumpla de nuevo.
En la contemporaneidad de la vida urbana dominicana y latinoamericana, los conflictos sociales nos llevan a vivir en tribus encerradas en espacios urbanos, con la mayor desconfianza posible, actitud posiblemente reñida con la naturalidad e instinto gregario de nuestras tradiciones sociales, todo eso forma parte de las nuevas formas de vida urbana que una situación social deteriorada genera en las relaciones humanas, eso vivimos todos cada día.
Reconocer la realidad arriba señalada, los hechos que así la han esculpido y sus consecuencias, no sería motivo para que nuestra indolencia tenaz llegue al extremo odioso de no entender, que aun los peores presos, al morir bajo la condena bíblica del fuego babilónico repentino y voraz, merecen de nosotros, aspirantes vocingleros de una sociedad que aspira a la Democracia, una muestra mínima de condolencia humana, condición genérica que nos acerca a las víctimas…
Admitamos que no estamos en elecciones, admitamos que no es lo mismo la muerte bajo fuego y hacinamiento en tiempos electorales que en tiempos no electorales: la condición humana, aun bajo carne de presidio, sigue siendo la condicion humana; la condición humana aun para aquellos presos por haberla negado, sigue siendo la condición humana; la condición humana aun cuando algún funcionario policial vaya a Revista 110 y haga un balance temerario y jubiloso de la eficiencia post mortem de las instituciones del sector necrofílico, sigue siendo la condición humana…
El vistoso sello social de todo esto no hay que disimularlo, para fines de duelo unos existen y otros no, quizás esa es la lección que pretendemos ignorar. Hasta en estos detalles el Estado, tiene un rol pedagógico y conciliador en este aspecto reconociendo la condición humana ante todo y declarando, al menos un duelo no por los presos, sino por su condición de género, por la muerte horripilante, por el sufrimiento de sus deudos, que no eran presidiarios.
Tengo la impresión de que luego de la magnitud de la tragedia ha quedado un doloroso vacio, silente, yo diría un gran vacio, que por extensión y olvido ( no digo que voluntario, quizas falta de iniciativa o ausencia del propio Presidente de la República ) a todos los que si aspiramos a una sociedad más democratica nos deja de una pieza y sin habla, tatuados de piedra en la impotencia…
Socialmente la población carcelaria es de origen popular, tienen además dolientes muy emocionados y frenéticos, son los que ante la muerte no ocultan su dolor descarnado, como debe ser, son los que viven el día a día, los que en el fondo sobreviven y tratan de tener una vida mejor a como dé lugar, porque tampoco tienen el sosiego terrenal, para creer en la vida posterior.
A esos dolientes, que son la masa de la política popular, un mensaje simple de duelo se pudo haber dirigido, porque además sociologicamente es una clase para quien el duelo tiene un valor emocional estremecedor, a pesar del desconsuelo.
Para saber todas las cosas que ahora escribo, no hay que ser un gran genio, no hay que tener grandes estudios, ni archivos, bastaría simplemente, ponerse en lugar del otro, solo eso bastaría.
Me dije que tenía que escribir esta reflexión, porque en ella creo advertir que la sensibilidad de quienes hacen política en este país es cada vez más corta y extraña, descentrada de la realidad real, nunca una redundancia fue tan necesaria y patética.
Hasta el momento, el duelo más que una cortesía, es una vieja tradición ancestral, vinculada a los orígenes de la antropología social, que le dedica horas, argumentaciones y mucho tiempo de estudio, porque es un modo de entender el comportamiento humano.
Las sociedades se miden también por sus reacciones ante acontecimientos como estos, a pesar de la apariencia de que el dolor subito es ajeno.
A todos, la más reciente tragedia nos agarró de sorpresa, ese es el territorio emocional que ayuda a calificar el valor humano de nuestra reacción, ante nosotros y el mundo.
Me agradaría equivocarme, lo juro, pero lo escribo para que conste en la agenda de una sociedad que quiere o aspira con dificultades a ser democrática, estos son los momentos para recordar con gran tristeza: que el duelo es humano…