¿Para qué fuimos educados?

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Este mes se cumplen 50 años de la muerte de la esperanza, tronchada por el golpe de Estado del 25 de setiembre de 1963, que derrocó el gobierno del Partido Revolucionario Dominicano presidido por Juan Bosch.

Este mes se cumplen, además, 48 años de la renuncia del Presidente del Gobierno en Armas de 1965, Francisco Alberto Caamaño Deñó, en un memorable acto donde el líder constitucionalista pronunció un discurso cuyos principales párrafos deben ser enseñados y discutidos con los estudiantes en las clases de moral y cívica que tanta falta hacen.

Este mes se cumplen, también, 40 años del golpe de Estado que derrocó el gobierno del Presidente chileno Salvador Allende cuyo origen y desarrollo puso en evidencia la maldad y perversidades del gobierno norteamericano.

Estos hitos históricos tuvieron secuelas terribles contra el ejercicio de las libertades, contra la democracia, contra la libertad.

En todos los casos, aunque el Presidente Caamaño renunció, los pueblos fueron víctimas de toda suerte de atropellos sin que se haya hecho justicia contra los malhechores que asaltaron el poder.

Pongamos por caso lo ocurrido luego del 3 de setiembre, fecha de la renuncia del Presidente Caamaño. Los constitucionalistas fuimos sometidos a una persecución tenaz que, en centenares de ocasiones,  los patriotas de 1965 fueron asesinados por los escuadrones de la muerte que dejaron las tropas norteamericanas que invadieron la República Dominicana.

Pasada la segunda guerra mundial, las potencias aliadas, especialmente Estados Unidos y la Unión Soviética,  se ocuparon de capturar los principales científicos alemanes para mejorar su desempeño de guerra con la inyección de cerebros que investigaban y trabajaban en instrumentos de dominación, hasta entonces desconocidos. No importaron los resultados en vidas humanas tronchadas por efecto de esos inventos, lo que se necesitaba era poseer esas nuevas tecnologías, para aprovecharlas en crecer militarmente y disuadir a los demás a no  “desobedecer” a  los imperios.

La historia fielmente retratada por Gabriel García Márquez en “El Coronel no tiene quien le escriba” se repite tras cada vez que los pueblos reclaman sus derechos y son aplastados por sus explotadores. Al final, los patriotas, los demócratas, los buenos, somos victimados por los traidores, los apátridas y los malos hijos que pisotean la libertad y destruyen las instituciones, son aplaudidos y respetados por otros gobiernos surgidos de las cenizas de la traición a la Patria.

Los pueblos son muy generosos. Los pueblos olvidan y perdonan a sus opresores. Hay una vocación de olvido y perdón, de bondad y generosidad que no merecen los angustiadores que patean, escupen, se orinan y se burlan de las aspiraciones por una vida mejor.

Así vivimos entre traidores y asesinos porque los pueblos no fueron educados para la venganza. ¡Qué pena!

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