¿Para qué sirven las palabras?

¿Para qué sirven las palabras?

“Escribo para comprender, y desearía que el lector hiciera lo mismo, es decir, que leyera para comprender. ¿Comprender qué? No para comprender en la línea que yo estoy tratando de hacerlo; él tiene sus propios motivos y razones para comprender algo, pero ese algo lo determina él”.“Un libro es casi un objeto…. también es verdad que un libro es más que eso, porque dentro lleva, nada más y nada menos, la persona que es el autor. De ahí que sea necesario tener mucho cuidado con los libros, enfrentarse a ellos dispuestos a dialogar, a entender y a tratar de contarles lo que nosotros mismos somos. Los buenos libros, que es de lo que aquí se trata, están hechos con la honestidad y el trabajo de autor, luego hay que tratarlos también con honestidad y sin regatear esfuerzos”.  José Saramago (1)

A veces me pregunto si tiene sentido escribir. A veces me cuestiono si decir la verdad,  lo que se siente, tiene algún valor en esta sociedad deshumanizada y banal.  A veces me torturo pensando que mis Encuentros son solo desahogos para mi propia alma. A veces me digo que esta columna soy yo misma descrita en palabras. A veces me cuestiono si tiene alguna validez descubrir y describir lo que se siente. A veces me convenzo que si bien escribir es una forma de vivir, también es una forma de hacer vivir a otros a través de tus palabras.  A veces dudo si las palabras existen y si tienen sentido.  A veces pienso que los símbolos que conforman las ideas no comunican nada.  A veces me golpeo duramente diciendo que la escritura solo sirve para quien escribe, porque es simple monólogo solitario que libera el corazón.

¿Para qué sirven entonces las palabras? Ahí está la clave de esta reflexión. He construido mi vida basada en las palabras.  Las que salen directo de mi alma hacia mis dedos cuando escribo esta columna. Las que he pronunciado durante 40 años de docencia a los jóvenes, que hoy ya no lo son y que han envejecido conmigo.

Las que escribo después de analizar los datos que me ofrecen los archivos históricos. Las que utilizo en mi trabajo académico-administrativo para dar una instrucción. Las que no puedo pronunciar cuando no puedo decir lo que pienso, entonces mi alma se retuerce en mis entrañas. Las que la prudencia me aconseja no verbalizar. Las que he pronunciado de forma inadecuada para luego arrepentirme, torturarme y arrepentirme por haberme equivocado.

¿Para qué sirven las palabras? No lo sé. Dicen los lingüistas que ayudan en la comunicación. Pero en el mundo de hoy la comunicación es una ficción, un signo.  Las palabras solo ayudan para sobrevivir. Nadie se comunica. Todo el mundo habla, pero nadie escucha.  La mayoría de los políticos se venden como productos haciendo uso de palabras solo para anunciar lo que no harán. Los comerciantes mienten cuando presentan la maravilla que son sus productos solo para convencer a los futuros compradores. Los padres mienten a sus hijos al prohibirles las cosas que ellos mismos hacen. Los hijos mienten a sus padres para ocultar sus propios dramas y verdades.  Los empleados utilizan la hipocresía para decir a sus jefes lo que quieren escuchar.  Los jefes se sienten omnipotentes y obligan con palabras de castigo y amenaza para que sus subalternos se sacrifiquen  por un proyecto que no es el suyo. En fin, en este mundo de hoy basado en la utilidad de las cosas, en el poder basado en el dinero, en que los paradigmas existenciales se basan en la apariencia, las palabras se usan para ocultar verdades y para comunicar mentiras.

En este mundo de comunicación instantánea, de información permanente en tiempo real, estamos más incomunicados que nunca. Las palabras solo se utilizan para interactuar lo necesario con el que te rodea. Somos ahora capaces de hablar, incluso viendo la imagen del otro a miles de distancia, gracias a la magia tecnológica, pero somos incapaces de escuchar y de desnudar nuestras almas. Hemos dejado los sentimientos enredados en los cables de la electrónica y en la virtualidad de mundos imaginarios. El twitter se ha convertido en un monólogo colectivo. La gente escribe lo que piensa. Algunos leen, muy pocos reaccionan o comentan, y las palabras trascritas en el espacio de las 92 palabras se pierde en otros mensajes mudos. El facebook es un comunicador de imágenes, de saludos, de contactos, nunca de diálogo creativo. ¡Qué triste es saber que existen palabras mágicas que nunca usamos, porque el corazón está acorralado en la camisa de fuerza de esta sociedad sin valores!

¿Para qué pueden servir las palabras? Quisiera rescatar el verdadero sentido de las palabras.  Quisiera que las palabras pronunciadas fueran sinceras, que no ocultasen verdades, que expresasen los verdaderos sentimientos del que las pronuncia.  Quisiera que los seres humanos volvamos al diálogo creativo, de doble vía. Quisiera que abandonáremos los monólogos colectivos, donde todo el mundo habla como papagayos, pero nadie se escucha.  Quisiera volver a rescatar la humanidad de las palabras, de rescatar el valor de la tecnología como  medio, no como  fin en sí mismo. Quisiera que en los diálogos colectivos del facebook y del twitter se rescate el verdadero sentido de las palabras.

Escribo estas mil palabras tratando de rescatar el diálogo. Comunicarme con los que leen esta columna que adoro, que abriga los sentimientos profundos de mi alma, que se siente vejada, golpeada y marginada. Porque la sociedad de hoy somete a las personas con sentimientos al vacío existencial, porque los sentimientos hoy día ya no tienen espacio. Porque lo que importa es la apariencia superficial de las cosas. Porque el ser humano ha desarrollado más el animal salvaje que lleva dentro. Escribo, escribo y volveré a escribir porque pienso que los pocos que aún creemos en la bondad humana, en la necesidad de una transformación de la sociedad, debemos seguir escribiendo para recobrar el sentido de la humanidad perdida.

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