Para que sobre el secretario del FMI

Para que sobre el secretario del FMI

Se pronunciarán anatemas contra el Fondo Monetario Internacional (FMI), con la misma intensidad que se vocearon imprecaciones en 1984. Provocará gran malestar social el anuncio de las medidas de políticas económicas que deben sobrevenir al acuerdo con ese organismo. Y no pocos de cuantos nos sintamos más afectados gritaremos insensateces, pancartas en mano, contra el organismo multilateral del cual es miembro el Gobierno Dominicano.

Pero, ¿tendremos razón? El Fondo no asiste ni técnica ni financieramente a ningún país, salvo que se requiera su cooperación. Opera como un órgano de asesoría y regulación

del sistema monetario mundial, para impedir que el descalabro de economías nacionales repercuta sobre el sistema financiero concebido en su multilateralidad. Cuando se fundó en 1945 los gobiernos signatarios del convenio constitutivo hicieron un aporte de capital. Sobre ese valor giran los países que reciben recursos, avales sobre recursos de terceros, o derechos de giro que aumentan la capacidad de uso de esa aportación. En todos los casos, estas operaciones tienen la característica de financiamientos reembolsables.

El Fondo ofrece esta cooperación en instantes de desequilibrio coyuntural o estructural de las economías locales. Verbigracia, como ocurrió en el decenio de 1970 cuando el precio del petróleo se elevó en un 1,413%, y las naciones debieron asumir compromisos extraordinarios para obtener combustibles. En aquellos años muchos países sufrieron acentuados desequilibrios coyunturales en su balanza de comercio. Ello repercutió en forma negativa sobre las reservas internacionales y la balanza de pagos de las naciones.

En muchos casos, estas contingencias se tornaron en problemas estructurales de las economías. A ello contribuyó el que los países productores de petróleo, que vieron nutrir sus arcas en la misma proporción en que mengüaban las de los no productores, hicieron depósitos inimaginables en bancos internacionales. Por supuesto, los bancos recircularon esos fondos, en razón del objeto propio del negocio. Los beneficiarios fueron los países necesitados de dineros para romper el desequilibrio coyuntural.

Las facilidades crediticias y las necesidades del petróleo cuyo valor pasó de US$0.92 a US$13.0 por barril de 42 galones, determinaron un endeudamiento global sin precedentes. A poco, la banca acreedora comenzó a reclamar sus pagos.

La ruptura del endeble orden del gasto público en naciones de menor desarrollo relativo indujo a incurrir en enormes déficits presupuestarios.

Sacrificados además el gasto de capital y el gasto social, rota la frágil supervivencia de los términos del intercambio, muchos países debieron recurrir a reformular sus políticas de ingresos corrientes. La inflación redundante hizo el resto. El FMI, un organismo casi desconocido hasta entonces para los sectores populares, se torno muy mencionado. Pero no precisamente para alabar su obra.

Santo Domingo fue de las últimas ciudades en donde se pronunciaron las maldiciones contra el FMI. Antes que nosotros, los levantamientos populares sacudieron a ciudad de México, San Pablo y Río de Janeiro, Lima y Buenos Aires. El Presidente Juan Bosch, dedicado desde la oposición a organizar su partido creado en 1973, se asombró de la virulencia popular. Del asombro sacó una categoría social para acontecimientos de esa magnitud, al bautizar como poblada aquellos sucesos. Casi cuatro lustros más tarde son imprecisas las cifras de muertos, heridos y presos. Por la época circuló una lista con nombres de ciento veinticuatro asesinados durante tres días de levantamientos.

Fue, pues, letal, aquella forma de desequilibrio que obligó a procurar la asistencia del FMI. La funesta combinación de déficit fiscal, acreencias vencidas con suplidores y contratistas locales y con prestamistas externos, el déficit en la balanza de pagos y en su cuenta corriente, y la inflación que devino de todo ello, tiñó de sangre aquél abril de 1984.

Pero, ¿quién nos indujo a incurrir en esta combinación de factores? ¿Cómo pudimos llegar a una situación de esta naturaleza?

No se necesita ser un experto para obtener las respuestas a ambas preguntas. Las interrogantes que no nos hemos hecho están relacionadas, en cambio, con la previsión del mañana que pudo asumirse, a partir del ordenamiento de aquel hoy. Pero aquel presente careció de tino. Los lineamientos seguidos en materia de políticas económicas no guardaban relación con el potencial del país. La debacle fue nuestro destino.

No debemos pues lanzar denuestos contra el FMI cuando vengan los nuevos impuestos y disminuya aún más la calidad de vida. Debemos, en cambio, preguntarnos si, como nación, hemos sido responsables y coherentes. Y la inquietud debe mover las conciencias de quienes administran las estructuras del Estado, de cuantos somos parte de la economía doméstica, y de cuantos, por indolencia, y por la liberalidad de sus gastos, pusieron en cuestión a la sociedad.

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